La moral aristocrática y la moral del resentimiento
7En el primer tratado de “La genealogía de la moral” el pensador alemán Friedrich Nietzsche trata de dilucidar el origen de las dicotomías éticas de “lo bueno y lo malvado” y “lo bueno y lo malo”.
En los inicios de las sociedades humanas, los únicos que tenían vigor para construir unos valores eran los hombres de acción. Guerreros sedientos de gloria y vida que decidían estar en el mundo abrazando su radical tragedia; vivían ferozmente asumiendo que si pretendes apurar la copa de la vida hasta el final debes también beber su poso amargo. Entre guerras, banquetes, contiendas y competiciones estos aristócratas vivían al modo de los héroes homéricos una existencia efímera pero gloriosa. Estos hombres construyeron el concepto de bien, ellos eran “los felices”, “los buenos”, “los verdaderos”. Como pálido reflejo de ellos observaban a los hombres débiles, esclavos de sus cobardías que intentaban vivir una vida larga aún al precio de convertirla en mezquina. Para los espíritus nobles estos esclavos eran “los pobres”, “los mendaces”, “los inauténticos”, pero en esa consideración no se introducía ni odio ni desprecio sino una cierta conmiseración; los fuertes trataban a estos seres débiles y cobardes con la lástima que nosotros sentimos hacia el perro abandonado, un ser infeliz, desorientado y débil. Esta fue la primera ética construida, en la que lo bueno era afirmar la vida hasta sus últimas consecuencias y lo malo rehuir de ella.
Frente a los nobles, los espíritus débiles, incapaces de amar la vida, no podían sentir más que resentimiento. El esclavo que no puede abrazar la vida acaba odiándola y lamentándose de ella y, por extensión, odiando a los fuertes que representan un modo de vida del que el esclavo es incapaz. La debilidad del esclavo se convierte en virtud: su mediocridad es humildad; su debilidad es mansedumbre; su cobardía es temor de Dios. El esclavo construye otros mundos celestes en donde refugiarse tras la muerte porque odia esta vida. El noble para el débil es, por lo tanto, el malvado que irá al infierno tras morir; el resentimiento que los débiles no pueden proyectar en el mundo real, lo proyectan tras la muerte. El infierno nació del resentimiento y el cielo de la cobardía hacia la vida. El noble, por lo tanto, es el malvado porque ama la vida y no tiene límites en sus acciones ni en sus deseos. Mientras que el noble mira con conmiseración al débil, este mira con resentimiento al noble y lo deforma convirtiéndolo en un monstruo.
Del resentimiento del débil nacieron las religiones odiadoras de la vida, que propugnan un Otro Mundo para despreciar este, para convertir este mundo en “un valle de lágrimas”. Es con la religión y con su odio reconcentrado como surge la inteligencia. El hombre libre vive instintivamente sin poner freno a sus impulsos, no es idiota pero tampoco es un hombre reflexivo. El débil reconcentrado en su resentimiento calcula y alimenta una sucia llama interna que da lugar a lo que conocemos inteligencia. La inteligencia, en efecto, en muchas ocasiones no es más que un profiláctico contra la espontaneidad de la vida, dirá Nietzsche.
Estas dos jerarquías de valores se han enfrentado desde el origen del hombre. Es la lucha entre la vital Roma (vitalismo grecolatino) y la odiadora Judea (cristianismo); lucha que aún hoy en día se juega aunque con una clara victoria del nihilismo cristiano ¿Es posible un futuro en donde la balanza torne a oscilar a favor de los valores aristocráticos? Se preguntará Nietzsche.
Termino este artículo con un fragmento del Tratado Primero de “La genealogía de la moral” en la traducción de Andrés Sánchez Pascual. Este fragmento retrata muy bien los dos sistemas de valores a los que se refiere el filósofo alemán:
Los “bien nacidos” se sentían a sí mismos cabalmente como los “felices”; ellos no tenían que construir su felicidad artificialmente y, a veces, persuadirse de ella, mentírsela, mediante una mirada dirigida a sus enemigos (como suelen hacer todos los hombres del resentimiento); y asimismo, por ser hombres íntegros, repletos de fuerza y, en consecuencia, necesariamente activos, no sabían separar la actividad de la felicidad -en ellos aquélla formaba parte, por necesidad, de ésta -todo esto muy en contraposición con la felicidad al nivel de los impotentes, de los oprimidos, de los llagados por sentimientos venenosos y hostiles, en los cuales la felicidad aparece esencialmente como narcosis, aturdimiento, quietud, paz, “sábado”, distensión del ánimo y relajamiento de los miembros, esto es, dicho en una palabra como algo pasivo. Mientras que el hombre noble vive con confianza y franqueza frente a sí mismo, el hombre del resentimiento no es ni franco, ni ingenuo, ni honesto y derecho consigo mismo. Su alma mira de reojo; su espíritu ama los escondrijos, los caminos tortuosos y las puertas falsas, todo lo encubierto le atrae como su mundo, su seguridad, su alivio; entiende de callar, de no olvidar, de aguardar, de empequeñecerse y humillarse transitoriamente. Una raza de tales hombres del resentimiento acabará necesariamente por ser más inteligente que cualquier raza noble, venerará también la inteligencia en una medida del todo distinta: a saber, como la más importante condición de existencia.
sé feliz
eee
esto no me interewas
nadaa
no trae nadaaa de loo qe pedii jumm
Muy interesante… me asombra la capacidad que tienen algunas personas para interpretar de tal manera los escritos de Nietzsche. Me apasiona este autor, aunque lamentablemente no logro comprenderlo todavía…
EXPLENDIDO ARTICULO
Estas ideas del escritor aleman me perce muy interesantes,pero no son facil de digerir,me patinan..
Intersante ero bocato no facil de digerir
EXCELENTE ARTICULO. COMO TODO LO QUE ESCRIBIÓ NIETZSCHE COMPLEJO Y PROFUNDO. SALUDOS. JACABO.-