El engaño educativo de la excelencia
0El cortoplacismo electoralista supone un enorme lastre en el diseño de políticas institucionales de largo alcance; aquellos que con sus actuaciones persiguen, prioritariamente, asegurarse el puesto cada cuatro años carecen de la amplitud de miras necesarias para construir un futuro más allá de la próxima reelección. Pocos ámbitos escapan de estas trabas que la política partidista nos impone: reformas legales para pocos años que no cuentan con el refrendo de la población, elementos de “libre designación” que van y vienen según soplen los vientos políticos y así un largo etcétera. Un sector especialmente maltratado por este motivo es la educación; el problema no es que en el estado español “social y democrático” no haya habido una política educativa ambiciosa o consensuada con afán de perdurar mínimamente en el tiempo, el problema es que no ha habido política educativa de ningún tipo. La aprobación de la LOMCE es reflejo de lo que sostengo: una ley que nace sin consulta ni consenso social y que tendrá la corta vida que tenga la mayoría parlamentaria del partido que la defiende. Para poder reconocer el valor de una reforma educativa hace falta tiempo suficiente para evaluar y conocer sus efectos; pero para que una ley tenga vigencia debe basarse en un amplio consenso… algo que parece imposible de conseguir en un factor tan determinante para el desarrollo de una sociedad como es la formación.
Un ejemplo claro de la falta de norte y del uso electoralista de la educación es la paulatina implantación del llamado “Bachillerato de Excelencia” en diversas comunidades autónomas de nuestro estado. No carece de ironía que se pretenda potenciar la excelencia en un estado en donde, desde hace años, se ha recortado drásticamente tanto en los apoyos para los alumnos con mayores necesidades educativas como en la plantilla de profesorado. ¿Qué excelencia se defiende con más alumnos por aula y menos profesores por centro? Dejando al margen que la excelencia debería ser un objetivo transversal del sistema de enseñanza y no un gueto en donde encerrar a los “chicos buenos”; dejando al margen, también, ese nombre tan patéticamente rimbombante y engañoso de “bachillerato de excelencia” cabe preguntarse qué novedades supone esta apuesta educativa de las autoridades.
En la realidad del aula la novedad más llamativa que supone tal bachillerato frente a otro es el aumento de las horas lectivas. Si un bachiller normal sufre seis horas de clase al día, uno excelente padece una hora extra diariamente; parece que los padres de estos alumnos y los gestores educativos desconocen que más horas lectivas no implican mejores resultados y que el horario de los alumnos de secundaria en nuestro estado es uno de los más sobrecargados e ineficientes del entorno europeo. En cualquier caso lo que resulta meridianamente claro es que hay otros modos realmente efectivos de implementar la excelencia educativa, el problema es que tales caminos implican a gestores verdaderamente comprometidos con la educación, inteligentes y con voluntad presupuestaria para llevar a cabo proyectos ambiciosos. Se podría fomentar la excelencia educativa con un profesorado bilingüe o de alguna otra manera específicamente capacitado, por contra los mismos docentes que imparten clase a los alumnos normales imparten a los excelentes y, además, los mismos contenidos ¿dónde está la diferencia? Se podría fomentar la excelencia elaborando un amplio plan de actividades extraescolares e intercambios con comunidades educativas de otros estados; por supuesto, nada de eso se plantea en los actuales planes de excelencia. O se podría, en vez de aumentar las horas de clase, reducirlas a esos alumnos excelentes que han mostrado altos niveles de responsabilidad durante la enseñanza obligatoria, potenciando así el trabajo autónomo e independiente. También podría defenderse la excelencia mejorando las infraestructuras informáticas con la que cuentan los alumnos, facilitando así el uso en el aula de tecnologías que hoy están desterradas de la praxis educativa cotidiana por falta de presupuesto o desconocimiento de un profesorado no reciclado en nuevas tecnologías. Se podría defender la excelencia no como modo de segregación sino como fin último del mismo sistema educativo de muchas maneras pero nunca será verdaderamente defendida por gestores y políticos mediocres que no tienen empacho en poner nombres altisonantes y vacíos a proyectos educativos para después ir a hacerse fotos electorales con menores de edad engañados.