El sentido de la divulgación
0“Cuanto más compleja es una idea, porque se ha producido en un universo autónomo, más difícil resulta su difusión generalizada. Para superar la dificultad hace falta que los productores que están metidos en su pequeña ciudadela sepan salir de ella y luchar, colectivamente, para tener unas buenas condiciones de difusión, para tener la propiedad de sus medios de difusión; luchar también, de común acuerdo con los docentes, los sindicatos, las asociaciones, etcétera, para que los receptores reciban una educación pensada para elevar su nivel de recepción. Suele olvidarse que los fundadores de la República, en el siglo XIX, decían que el objetivo de la instrucción no consiste únicamente en saber leer, escribir y contar para poder ser un buen trabajador, sino en disponer de los medios imprescindibles para ser un buen ciudadano, para estar en disposición de comprender las leyes, de comprender y defender los propios derechos, de crear asociaciones sindicales…”
Pierre Bourdieu; Sobre la televisión; “Derecho de entrada y deber de salida”
traducción de Thomas Kauf para editorial Anagrama.
En su obra Sobre la televisión Pierre Bourdieu se pregunta sobre el sentido de la divulgación del conocimiento en la pequeña pantalla. La cuestión no es, según el sociólogo francés, el cómo divulgar sino en qué contextos y medios tiene valor la divulgación misma.
El axioma desde el que se parte es que toda realización humana valiosa ha sido creada por grupos autónomos distintos del “gran público”. La poesía de vanguardia, la paleontología o las investigaciones en inteligencia artificial son realizadas por comunidades de individuos que se evalúan y comparten conocimientos entre sí. Con esto quiere decir Bourdieu que son comunidades “autónomas”, no dependen de una validación externa para que sus creaciones tengan valor. Cuando existe injerencia de legos en la validación interna de los resultados de un campo específico se produce una heteronomía que pone en riesgo la independencia del investigador. El poder político con frecuencia cae en la tentación de limitar la autonomía de las elites creativas pero un riesgo también considerable procede de los medios de masa, en concreto la televisión, que pueden erigir a un completo desconocido dentro de un campo autónomo en portavoz cualificado aún cuando no tenga el apoyo de sus colegas. De este modo la divulgación bienintencionada se convierte en una ataque a la autonomía de un campo de actividad específico.
Bourdieu pinta la figura del especialista que colabora en los medios de masas para obtener prestigio en tonos grises. Tal figura por regla general no obtiene la consideración autónoma dentro de su campo de trabajo, por tanto, busca esta consideración fuera de su campo espuriamente. Por esto en muchos campos “salir en la tele” no otorga mérito sino más bien al contrario.
Aunque en algunos momentos de la lectura se podría pensar que el sociólogo galo adopta un posición elitista o de cerrado corporativismo, el autor se manifiesta claramente favorable a la divulgación del conocimiento. Lo que cabe preguntarse es cuándo la divulgación es tal o mero entretenimiento vulgarizado. Una verdadera divulgación no consiste, sencillamente, en simplificar las creaciones materiales o intelectuales que se pretenden difundir para hacerlas llegar a todos; una verdadera divulgación debe conquistar la propiedad de los medios de difusión para conservar su autonomía y alentar en el receptor el interés, la curiosidad y, en último término, su deseo de ir más allá de lo divulgado para profundizar en ello.
La divulgación de las producciones humanas especializadas oscilan entre el elitismo y la vulgarización. Sin embargo esta dicotomía reviste una gran subjetividad: un profesor de ciencias químicas puede pensar que un libro divulgativo concreto de su materia es simplista, un ignorante en esta disciplina puede considerar el mismo libro como demasiado abstruso. ¿Cómo delimitamos en la divulgación estos dos extremos? El error es sencillamente de perspectiva si creemos que existe un campo autónomo especializado frente a todo lo demás; este error lleva a que la divulgación que se hace “para todos los públicos” caiga, fácilmente, en toscas simplificaciones. Entre el experto y el completo ignorante en un campo dado existen muchos individuos con niveles de interés y receptividad muy diferentes entre sí. No es igual divulgar filosofía entre niños de siete años que entre estudiantes de ingeniería; es preciso, por tanto, adaptar lo que se divulga al nivel de comprensión y a las peculiaridades específicas del público. Divulgar para todos es divulgar para nadie.
¿Qué es lo que mueve a un especialista en un campo dado a dedicarse a su trabajo? No se puede responder a esta pregunta con objetividad, tal dedicación está motivada por innumerables causas, muchas de las cuales son autobiográficas. Sin embargo, lo común a prácticamente todos los especialistas es un interés centrado en la materia objeto de su trabajo. El escultor en mármol dedica tiempo a su labor como podría habérselo dedicado a la edafología; es su interés específico lo que hace que se dedique a una actividad plagada de esfuerzos y frustraciones y no otra. El divulgador sobre cualquier materia debe aprender a transmitir tal interés a su espectador, no procurar decirlo todo o decirlo ordenadamente sino decir lo necesario para que el público, alimentada su imaginación, desee ir más allá de la divulgación y profundizar en ese campo específico.