Sexo y capitalismo
2Frente a la represión de la sexualidad que ejerció el cristianismo durante siglos podríamos pensar que en las sociedades capitalistas hemos avanzados sustantivamente en este terreno. A lo largo del siglo XX tuvo lugar en Occidente la denominada “revolución sexual” con consecuencias positivas para la libertad sexual de la población. La liberación económica de la mujer, el perfeccionamiento de los anticonceptivos y de los métodos contra las enfermedades venéreas, entre otras razones, potenciaron que desde mediados del siglo pasado hasta hoy se hayan ido produciendo pequeños avances en nuestros derechos sexuales. La normalización de la homosexualidad, de las relaciones sexuales fuera del vínculo de la pareja o del divorcio… han sido hitos que sin duda nos han liberado de dogmas peregrinos acerca de como debemos vivir algo tan personal como la sexualidad.
No es extraño que la sociedad erija un modo de comportamiento determinado como normal frente a otros que quedarán definidos como desviados o anormales. Esta actitud no solo se ha implementado sobre las conductas sexuales sino sobre casi cualquier comportamiento; por ejemplo, la necesidad de alimentarnos, un impulso tan natural como el deseo sexual, es dirigido y pautado según procedimientos y tabúes que definen qué alimentos pueden comerse, cómo y en qué circunstancias. De hecho, en las sociedades tribales los tabúes sobre el sexo y la comida son indistinguibles de las normas con un cariz más marcadamente ético del tipo “no robarás ni estropearas las propiedades comunes”. En las sociedades de masas, sin embargo, surge la cuestión sobre cuáles son las normas sociales legítimas y las que son un atropello a nuestra individualidad. En este aspecto formal, nuestra libertad sexual indudablemente ha progresado frente a sociedades que, por ejemplo, siguen practicando el matrimonio concertado.
El progreso formal de esta libertad ciudadana se manifiesta en leyes concretas que prohíben la compra y venta de mujeres o que permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo; pero más allá de este progreso formal el capitalismo asume implícita o explícitamente una conducta sexual determinada como exitosa frente a otras. El capitalismo como cualquier ideología dominadora supone no solo una política o una economía sino también un código de conducta. A través de sus medios de difusión de la opinión el capitalismo promueve una sexualidad banalizada en donde la cantidad de relaciones, frente a la calidad, se asocia al éxito sexual. La sexualidad humana es compleja y contiene muchas dimensiones pero el uso de cuerpos humanos a modo de reclamos sexuales en anuncios o la defensa de la promiscuidad como un modo de conducta digno de ser adoptado y propio de gente “exitosa” tiende a que perdamos una dimensión más amplia y personal, i.e. propia, de nuestra sexualidad. Lo cuantitativo es uno de los pilares fundamentales de las sociedades capitalistas: porcentajes, cifras o estadísticas inundan el universo mental y las noticias del sujeto. El nivel de renta, otro número fácilmente objetivable, nos indica nuestra posición dentro de la sociedad; coherentemente con esto, el número de relaciones o de compañeros sexuales se ha convertido en un símbolo de nuestro éxito social.
No quiero que el lector se confunda sobre mis intenciones. Esto no es una charla mojigata, las decisiones sobre su vida sexual que adoptan la puta y la monja me parecen igual de respetables. Nadie tiene derecho a inmiscuirse o moralizar sobre la vida íntima de nadie pero sí es pertinente resaltar que frente al modelo sexual que el capitalismo considera encomiable pueden y deben convivir otros modelos de conducta sexual igualmente respetables y válidos. Alguien tendente a la promiscuidad no debe sentirse culpable o sucio por su conducta siempre que se adopte con conocimiento de causa y entre personas con capacidad de decisión; pero, igualmente, alguien con una actitud sexualmente más introvertida tampoco tiene que sentirse frustrado ni socialmente inferior. La sexualidad humana es tan plural como los propios individuos; es correcto y necesario combatir la hipocresía de esos resentidos que con la excusa de la moral o la religión han pretendido inculcar en las masas que el sexo es, per se, pecaminoso y sucio. Pero igualmente necesario es denunciar los dogmas capitalistas que atacan la autoestima de muchos jóvenes por no cambiar de pareja sexual cada equis días. La verdadera libertad sexual no es follar mucho ni poco, la verdadera libertad sexual es ser capaces de tomar las riendas de esta faceta de nuestra vida personal sin rendir cuentas ni sentirnos culpables ante nadie.
Muy interesante,
quería preguntarte si conoces bibliografía al respecto, ya que estoy buscando sobre este tema.
Gracias por tu artículo!
Lo siento Alicia pero no conozco ninguna bibliografía específica sobre el tema. Espero que tengas suerte.
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