La decadencia de Occidente de Oswald Spengler
3La intuición de que tras los azarosos hechos históricos se esconde un sentido profundo, un ritmo que se repite y que podemos escudriñar en todas las culturas conocidas, ha seducido la mente de los investigadores desde tiempos remotos. Ya Platón, en la República, estableció el modo como los regímenes políticos se iban degradando desde la aristocracia a la tiranía; a su vez, Ibn Jaldún en el siglo XIV pretendió conocer y explicar con leyes sociológicas la dinámica de las civilizaciones. “La decadencia de Occidente» [pdf] de Oswald Spengler, cuyo primer volumen se publicó en 1918 y el segundo en 1923, acomete idéntica empresa intelectual aunque con una radicalidad de planteamientos ciertamente novedosa: no pretende el filósofo alemán mostrar su propia teoría acerca de la historia ejemplificándola con acontecimientos históricos concretos sino más bien, utilizar los hechos históricos, científicos, artísticos, arquitectónicos… de las diferentes culturas como símbolos que le permitiesen penetrar la esencia del decurso histórico y prever su evolución.
En efecto, el siglo XIX fue un siglo prolífico en teorías que explicaban la historia remitiéndola a un futuro más o menos lejano; ya sea la sociedad sin clases que predicaba Marx como fin de la historia ya sea el progreso humano o el desenvolvimiento del Espíritu Absoluto… todas estas teorías adolecen, a juicio de Spengler, de un error metodológico: interpretan la historia para acomodarla a las predilecciones de sus creadores ignorando o violentando los hechos.
En los dos volúmenes de su obra Spengler propone un método de análisis menos prejuiciado y con más amplitud de miras; se detiene no solo en las grandes manifestaciones culturales como el arte, la religión o los conflictos bélicos sino que analiza también la vida y usos cotidianos de los pueblos. Si la matemática euclidiana es un símbolo que nos habla de la concepción que la cultura antigua tenía del límite y la medida, también lo es el modo en como construían sus ciudades o trataban a los muertos. Así cada hecho o manifestación viva de las culturas se convierten en símbolos coherentes que nos desvelan su esencia.
Las culturas son para Spengler como organismos vivos que nacen, tienen un desarrollo, un clímax y después perecen. Preguntarse por el fin o el sentido de la historia, como hacían los autores decimonónicos, es tan baladí como preguntarse por el sentido de una especie natural. Un animal o, mejor aún, una planta poseen un ritmo propio predecible a los ojos del naturalista; cuestionarse por qué la planta florece ahora y no mañana o qué móvil trascendente hay tras la desaparición o nacimiento de un ejemplar nos conduce a forzar a la historia para que entre en nuestras particulares quimeras teóricas. En este punto es donde el historiador teutón critica el provincianismo eurocéntrico que pretende circunscribir la historia universal a su propio continente y sus vicisitudes.
De las muchas palabras superficiales que se han escrito durante el siglo XX, a mi juicio, “La decadencia de Occidente” merece salvarse para la posteridad. Borges dijo que la filosofía era una rama de la literatura fantástica; en ese sentido la obra que nos ocupa es buena literatura. No creo que “La decadencia de Occidente” contenga todo lo que pueda ser dicho sobre el desarrollo y fundamento de la historia aunque, sin lugar a dudas, sus lineas contengan profundas intuiciones y una erudición siempre enriquecedora.
Abusar de la analogía es un pecado venial en el que caemos todos, Spengler en su obra peca de ello en más de una ocasión, ¿realmente esto es igual que aquello otro? Es evidente que se pueden trazar semejanzas entre la decadencia del Imperio Romano y la de muchos otros imperios, también encontramos semejanzas entre las grandes urbes de toda civilización y época; innumerables similitudes y paralelismos encontramos a poco que observemos la historia del hombre. La cuestión es si esas semejanzas son significativas o se hacen significativas cuando las consideramos tal. El propio Spengler reconoce la limitación histórica que sufrimos todos, él mismo incluido, que nos impulsa irremisiblemente a considerar las otras épocas y las futuras desde nuestro aquí y ahora histórico; aunque el autor intenta superar esa limitación sus aciertos sobre el futuro son sobre hechos muy generales, v. gr. Occidente sigue la lenta y triste descomposición que diagnosticó, y cuando quiso concretizar erró estrepitosamente.
Como condición de posibilidad de su propia obra Spengler asume una actitud fatalista ante la historia; los actores del mundo pueden cambiar incluso intercambiar papeles, eso es casi indiferente, no obstante el guión seguirá siendo el mismo. Así es inevitable tal o cual crisis, conflicto bélico y, en última instancia, la misma decadencia de las civilizaciones. Esta es una estructura de pensamiento muy seductora para la mente humana, que se complace en la regularidad y la simplificación, pero que se basa en un manifiesto pesimismo no corroborado por la experiencia. Pensar que las cosas no pueden ser diferentes a como han sido es la esencia de este pensamiento pesimista extrapolado al análisis histórico. ¿Podemos cambiar la historia, es ella la que nos escribe o nosotros la escribimos a ella? La respuesta spengleriana es claramente desilusionante, los hombres no aprenden del pasado, el conocimiento histórico permite comprender el pasado y prever el futuro pero nunca transformarlo; del mismo modo que otras civilizaciones han caído tras una larga decadencia víctimas de guerras y masacres cruentas, nuestra actual cultura global está abocada al mismo destino.
No puedo hacer profecías y por tanto saber si Spengler llevaba razón en sus vaticinios o no, de lo que sí estoy seguro es que la esperanza de que no todo está escrito, de que no existe un destino marcado ni para nosotros ni para nuestro mundo ha sido siempre, y lo es hoy más que nunca, motor del cambio, de la transformación. Pensar que la historia ya está establecida nos hace adoptar los roles que supuestamente ella nos ha asignado y acaba por transformarse en una profecía autocumplida. Tan cierta me parece la idea fatalista de que la historia crea y destruye a las civilizaciones como la que sostiene que los pueblos e individuos escriben su propia historia; pues, en definitiva somos tanto esclavos como creadores de nuestro destino.
“El que haya penetrado hasta las raíces más profundas del pensamiento vivo, sabrá que no nos es dado conocer sin contradicción los últimos fundamentos de la vida. Un pensador es un hombre cuyo destino consiste en representar simbólicamente su tiempo por medio de sus intuiciones y conceptos personales. No puede elegir. Piensa como tiene que pensar, y lo verdadero para él es, en último término, lo que con él ha nacido, constituyendo la imagen de su mundo. La verdad no la construye él, sino que la descubre en sí mismo. La verdad es el pensador mismo; es su esencia reducida a palabras, el sentido de su personalidad vaciado en una doctrina. Y la verdad es inmutable para toda su vida, porque es idéntica a su vida. Lo único necesario es este simbolismo, vaso y expresión de la historia humana. La labor filosófica profesional es superflua y solo sirve para alargar las listas bibliográficas.”
Oswald Spengler; La decadencia de Occidente; Prólogo de la segunda edición alemana, traducción de Manuel G. Morente.
[…] su obra “La decadencia de Occidente” Oswald Spengler traza una dicotomía que como él mismo reconoce es fundamental en su análisis, hablamos de la […]
While it’s hardly in its last thwros the culture is exhibiting some of the typical traits of a wounded beast, end of days apocalypse stuff, wildly striking out at anything that gets too close etc etc. perhaps the more relevant question is can western civilization outlast Islamic culture? Islam appears to be emulating Christianity with a westward migration but the children of the immigrants seem to be more fundamental than their parents and are filling the void left by dwindling Christianity in Europe and North America. Europe may become the new centre of Islamic extremism.
[…] alcanzado por las sociedades del Occidente opulento? Hace casi un siglo el filósofo alemán Oswald Spengler definía el capitalismo como el periodo terminal de cualquier civilización. Por capitalismo […]