Tokio blues de Haruki Murakami
1 El tema principal de esta obra de Murakami recuerda el del clásico japones Kokoro de Soseki: como el suicidio de un amigo condiciona la vida de un hombre.
Toru Watanabe se enamora de Naoko, novia de un amigo de adolescencia que se suicida a los diecisiete años. La imposibilidad de superar la muerte de su novio marcan la vida de Naoko que se convierte en una joven deprimida y emocionalmente inestable. Por otra parte Watanabe siente el deseo de protegerla pero constata la incapacidad de llegar hasta ella. Mientras intenta llegar a Naoko conoce a Midori, una chica extravertida y apasionada de la que paulatinamente se enamora. Naoko representa un callejón sin salida al que Watanabe se siente atado por el deber, Midori, a la que también ama, la posibilidad de construir un inestable futuro emocional.
Este argumento, en apariencia convencional, desarrolla una reflexión sobre la capacidad redentora del amor y del valor del compromiso. El triunfador, el trabajador comprometido, el joven sin rumbo o la chica sumisa a su novio son estereotipos reflejados en los personajes de esta obra que evidencian, a su vez, modelos de conductas en sí mismos insatisfactorios y sufrientes.
La adolescencia, parece querer decirnos el autor, es la única época de afectos auténticos, el paraíso perdido del que no nos gustaría haber salido. La incapacidad de amar plenamente es un síntoma del vaciamiento del yo pero, afortunadamente, Murakami no plantea esto como una moraleja ni como un síntoma “curable”; lo abierto del final de su obra hace que este no sea un libro de tesis y conclusiones, de ahí su vigor y su atractivo : reflexiona sobre el amor y la soledad en la sociedad industrializada sin caer en el sentimentalismo ni en la moraleja barata.
“¿De qué me estaba hablando ella?
¡Ah, sí! Me hablaba de un pozo. No sé si existía en realidad o si era alguna imagen o símbolo que sólo existía para ella. Como tantas otras cosas que, en aquellos días inciertos, entretejía su mente. Sin embargo, después de que Naoko me hablara del pozo, he sido incapaz de imaginarme aquel prado sin su existencia. La figura de un pozo que jamás he visto con mis propios ojos está grabada a fuego en mi mente como parte inseparable del paisaje. Puedo describirlo en sus detalles más triviales. Se encuentra en la linde donde termina el prado y empieza el bosque. Es un gran agujero negro de un metro de diámetro que se abre en el suelo, oculto hábilmente entre la hierba. No lo circunda brocal alguno, ni siquiera un cercado de piedra de una altura prudente. Se trata de un simple agujero abierto en el suelo. Aquí y allá, las piedras del reborde, expuestas a la lluvia y al viento, han mudado a un extraño color blancuzco, se han agrietado y han ido desmoronándose. Unas lagartijas verdes se deslizan entre las grietas. Sé que si me asomo y miro hacia dentro no veré nada. Es muy profundo. No puedo imaginar cuánto. Y está tan oscuro como si en una marmita alguien hubiera cocido todas las negruras de este mundo.
—Es muy, pero que muy profundo —decía Naoko escogiendo cuidadosamente las palabras.
Ella hablaba así a veces: muy despacio, buscando los términos adecuados—. Es muy profundo. Pero nadie sabe dónde se encuentra. Claro que está por allí, en algún sitio. Eso es seguro. Y, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta de tweed, se volvió hacia mí y me sonrió como diciendo: «¡Es verdad!».
—Tiene que ser muy peligroso —comenté—. Hay un pozo muy hondo por alguna parte. Pero nadie sabe encontrarlo. Si alguien se cae dentro, está perdido.
—Pues sí, está perdido. ¡Catapún! Y se acabó.
—¿Y eso ocurre?
—Quizás una vez cada dos o tres años. Alguien desaparece de repente, y por más que lo buscan no lo encuentran. Entonces la gente de por aquí dice: «Se habrá caído dentro del pozo».
—¡Vaya! No es una muerte muy agradable que digamos.
—iOh, no! Es una muerte horrible —dijo Naoko sacudiéndose con la mano unas briznas de hierba de la chaqueta—. Si te rompes el cuello y te mueres sin más, todavía, pero si resulta que sólo te tuerces el tobillo, o algo parecido, estás perdido. Por más que grites, nadie va a oírte, no hay esperanza alguna de que nadie te encuentre, los ciempiés y las arañas pululan a tu alrededor, el suelo está lleno de huesos de personas que han muerto allá dentro, todo está oscuro, húmedo… Y allá arriba se dibuja un pequeño círculo de luz parecido a la luna en invierno. Y tú vas muriéndote allí, solo.
—Si lo pienso se me ponen los pelos de punta —dije—. Alguien tendría que buscarlo y cercarlo.
—Pero nadie puede encontrarlo. Así que ten cuidado y no te apartes del camino.
—No temas. No lo haré.
Naoko sacó la mano izquierda del bolsillo y agarró la mía.
—Pero a ti no te pasará nada. Tú no tienes por qué preocuparte. Aunque anduvieras por aquí de noche con los ojos cerrados, tú jamás te caerías dentro. Seguro. Y a mí, mientras esté contigo, tampoco me pasará nada.
—¿Jamás?
—Jamás.”
Haruki Murakami; Tokio blues; TusQuees
EXCELENTE NOVELA!!ºº