Cultura y civilización en Oswald Spengler
0En su obra “La decadencia de Occidente” Oswald Spengler traza una dicotomía que como él mismo reconoce es fundamental en su análisis, hablamos de la diferencia entre cultura y civilización. Si tuviéramos que definir ambos conceptos con pocas palabras diríamos que cultura es primavera, origen y espontánea autenticidad; por contra la civilización sería el otoño-invierno, decadencia y organización petrificada. Civilización es el destino de toda verdadera cultura, artificioso en cuanto ya no es algo vivido sino pensado y reflexionado. La cultura es desenvolvimiento natural y manifestación del alma colectiva de unos hombres arraigados a un paisaje materno. Así como un niño muestra sus emociones y deseos de manera abierta y libre y en él podemos observar, sin tapujos, rasgos de un carácter que irá progresivamente desarrollando frente al adulto que calcula, contiene o modula las expresiones de su esencia; así, se relaciona la cultura con la civilización.
Según Spengler han existido tres culturas preeminentes en el territorio europeo. Estas culturas son la cultura antigua, la cultura árabe y la cultura propiamente occidental. La cultura antigua se inicia en Grecia hacia el 1000-800 a.n.e. y en su estadio civilizado perece en la forma de imperialismo romano en torno a los siglos I y III de nuestra era. La cultura occidental tiene su inicio con el gótico y el feudalismo medieval (años 900-1500) y ya hoy es una civilización que hace tiempo comenzó a caminar hacia su propio fin; calculado, por el pensador alemán, en torno al siglo XXII. Para que entendamos la diferencia entre cultura y civilización, dice nuestro autor que “los griegos (clásicos y anteriores) poseían cultura, los romanos civilización”. El tránsito entre cultura y civilización se produce para los antiguos en el siglo IV a.n.e. y en Occidente tuvo lugar hacia el XIX. Alejandro es como Napoleón, ambos, destruyendo las antiguas tradiciones de su cultura, inician el periodo civilizado.
Los sofistas de los siglos IV a.n.e. y los periodistas del XVIII son ejemplos claros de adalides de la civilización. Mientras que en la cultura la verdad se vive, se comunica pero no se paga, cuando principia la civilización la verdad se convierte en mercancía de cambio, calculo, retórica. Hoy en plena época civilizada podemos observar este modo de estar situado en el mundo allá donde dirijamos nuestros ojos.
Otro elemento que distingue al hombre de cultura ante el civilizado es que los hombres en las fases culturales viven aferrados a la tierra, son parte de ella y poseen “patria”, entendiendo esto en un sentido mucho más profundo a como lo entiende el civilizado nacionalismo. Por contra, el civilizado es un apátrida, un cosmopolita que puede vivir en cualquier urbe que en esencia es igual que a otra. El urbanismo, la “gran ciudad” es un síntoma inequívoco de que se ha alcanzado el estadio civilizado. Roma, Bizancio, Bagdad, París o Nueva York, esas grandes ciudades en donde la masa vive y muere en completo anonimato bajo un horizonte urbanizado se dan en todas las civilizaciones conocidas sea cuales sea la cultura originaria de las que han surgido. En la cultura todo pueblo, toda villa tiene su importancia, existen centros más o menos importantes pero no la preeminencia apabullante que existe en la civilización de la Gran Babilonia frente al campo o las otras ciudades que son meras ciudades provincianas. La gran urbe civilizada absorbe las energías de los territorios rurales, miles, millones de campesinos abandonan sus tierras dejándolas infértiles para mal vivir en la ciudad masificada. No sabe el urbanita que el destino de toda ciudad es destruirse a sí misma cuando las últimas energías que movilizan la civilización se agoten, las grandes ciudades de hoy quedarán tan despobladas como Roma tras la caída del Imperio o serán engullidas por desiertos, selvas o sus propias ruinas. Ha ocurrido antes en la historia y sin duda, cree Spengler, volverá a ocurrir en el futuro.
La ciudad es también la tumba de las clases superiores que en toda cultura aparecen: la nobleza feudal y el clero. Ellos son los elementos dinamizadores de la cultura mientras que la plebe no tiene importancia alguna. Su nobleza se fundamenta en la sangre o en el espíritu, en cualquier caso, viven desde la tradición. La gran ciudad crea la burguesía que será la clase predominante en la fase civilizada. Su poder no se basa, como en las clases nobiliaria y sacerdotal, en la tradición y mucho menos en la sangre sino en su astucia, su inteligencia. Esta clase desarraigada, urbana y cerebral será la clase directiva durante las primeras épocas en las fases civilizadas. Y el poder intelectual no se manifiesta como fuerza ni como algo vivo sino como lo abstracto. El dinero es ese elemento abstracto, calculable y cuantificable que en las fases civilizadas se convierte en sinónimo de poder. En los periodos jóvenes de una cultura el poder se asociaba a lo concreto, por ejemplo, a la sangre-familia o a los ejércitos que un noble podía reclutar; sin embargo, en la envejecida civilización el financiero, aquel que acapara el valor abstracto del dinero, es quien tiene verdaderamente el poder.
La gran ciudad, masa petrificada y petrificante, es perfecto paradigma de lo que significa la civilización. El centro urbano de la cultura tiene personalidad propia, calles intrincadas, templos, cada casa es distinta a sus convecinas…; la urbe civilizada con sus calles rectilíneas y sus edificios despesonalizados acoge a una masa humana que carece de tradición, ritos, cultura pero que se ha vuelto “inteligente” y calculadora. Posee la urbe civilizada una loca voluntad expansiva, crece siempre más y más absorbiendo los pueblos vecinos, creyendo en su ingenuidad que esa expansión no será nunca detenida.
La actividad expansiva es propia de la civilización. La cultura profundiza, busca fronteras en lo íntimo, lo propio, en la vivencia; como el civilizado es incapaz de esto sustituye la interiorización por la expansión. Este ímpetu expansivo lleva a que en sus últimos estadios la civilización se muestre como imperio, como extensión territorial que pretende abarcar los confines del mundo conocido; y tras el imperio, la muerte de la civilización. Eso es lo que distingue a Alejandro Magno de Julio Cesar; el primero, como Napoleón, no pudo sostener en el tiempo sus conquistas y tras la muerte de estos militares los territorios adquiridos estaban disgregados; el mundo no estaba suficientemente civilizado y no era posible una estructura imperial estable. Con Cesar la civilización está madura, es el momento del imperio y con él se inicia la fase postrera del mundo antiguo.
Pero bajo el Imperio Romano que había alcanzado tan altas cotas de organización y establecido la pax romana surgió otro síntoma último de que la muerte de la civilización se acercaba: la infecundidad de campos y mujeres. Ya no nacían niños, ya no se plantaban las tierras de labor, la fuerza de la vida, que debemos entender según en autor como una fuerza cósmica subyacente a los fenómenos históricos, había abandonado a la cultura antigua que se disponía a morir para que sus territorios fueran pasto de la rapiña de pueblos aventureros y jóvenes.
¿En qué situación deja este análisis a nuestra actual civilización? En los cuadros comparativos que incluye al final de la introducción Spengler considera que nuestra civilización se encontrará durante el periodo 2000-2200 en la misma fase de desarrollo que la civilización romana se encontraba entre los años 100 a.n.e – 100 d.n.e. Un nuevo Cesar, según el autor se cierne sobre nuestro futuro. Soy escéptico sobre el fatalismo histórico que sugiere Spengler, a día de hoy varios factores que no fueron barajados por él han cobrado especial importancia. Me refiero, por ejemplo, a los factores ecológicos y al hecho de que la capacidad del hombre para degradar su medio físico puede producir consecuencias políticas que el autor de esta obra no sopesó en su momento.
En cualquier caso, ¿hacia dónde se extenderá el Imperio Occidental durante el próximo siglo? Ideológica y económicamente ¿qué queda por conquistar o civilizar? El motor del expansionismo, para el filósofo alemán, será una suerte de socialismo que no debemos confundir con comunismo ni con socialdemocracia; este socialismo expansivo tiene muchos nombres pero lo que Spengler consideraba tal hoy recibe el nombre de “Gran Gobierno” o “Estado del Bienestar”. ¿Será el afianzamiento del control y la decadencia civilizada que supone este socialismo expansivo el protagonista del cercano decurso histórico?
Dejo una selección de textos de la propia obra La decadencia de Occidente en los cuales se analizan los conceptos de civilización y cultura que hemos visto en este artículo:
Oswald Spengler; La decadencia de Occidente; Introducción, números 12 y 13.
Oswald Spengler; La decadencia de Occidente; volumen ii, capítulo cuarto, número 14.
Oswald Spengler; La decadencia de Occidente; volumen ii, capítulo segundo, número 5.