Ácratas taoístas: De la inutilidad de los príncipes
2Sin duda uno de los mayores déficit en la formación filosófica de muchas universidades occidentales es la poca atención que reciben los debates filosóficos de culturas ajenas a la nuestra. En India o China surgieron escuelas de pensamiento con, al menos, tanto valor como las que nacieron en el mundo heleno. Elogio de la anarquía es un libro que palía en parte esta carencia y presenta en un pequeño volumen tres obras de filósofos taoístas que florecieron en torno al siglo III de nuestra era. La primera obra del volumen titulada “De la inutilidad de los príncipes” es una controversia que mantiene Ge Hong (283–343), reputado alquimista, con un desconocido Bao Jingyan. La tesis de este último es que los príncipes no solo no son necesarios sino que, además, son perniciosos; Ge Hong intenta refutar las excéntricas tesis de su adversario con un éxito que está en el lector juzgar. El hecho de que nada se sepa de Bao Jingyan excepto por la controversia que presenta Ge Hong hace que el sinólogo Jean Levi se plantee en la introducción a la obra si Bao Jingyan no es un alter ego del filósofo alquimista que le permite exponer unos argumentos incendiarios aunque sea para después pretender refutarlos.
Otras dos controversias se recogen en este volumen, ambas protagonizadas por Xi Kang (223 – 262), autor neotaoísta miembro del círculo de Los siete sabios del bosque de bambú. En la primera Xi Kang trata de refutar el “Ensayo sobre la condición espontánea del gusto por el estudio” de Zhang Miao; la segunda polémica se inicia con un “Ensayo sobre cómo nutrir la vida” del autor neotaoísta y las refutaciones de Xiang Ziqi, Vicepresidente de la Cancillería Imperial.
En “De la inutilidad de los príncipes” Bao Jingyan comienza su argumentación realizando un franco ataque a los letrados confucionista, la mayoría de las veces enfrentados a los taoístas. Según los letrados el cielo dio vida al pueblo y estableció para ellos un príncipe, pero, se pregunta Bao Jingyan, ¿es labor del cielo componer arengas? Los poderosos abusan de los débiles hasta que logran embaucarlos para trabajen para ellos, esa es la verdadera esencia de todo gobierno y dominación de unos hombres sobre otros. Los caballos no han nacido para ser montados ni los bueyes están determinados a tirar de la yunta, nacen sin yugos y sin bocados; tal dominación no es natural de igual modo que es contrario a la naturaleza el que los hombres sean subyugados por príncipes, oficiales o funcionarios.
La justicia, la lealtad, etc. son hijas de un mundo degradado; en el origen los hombres no entendían de esas sutilezas sino que cavaban un pozo y bebían en él, trabajaban la tierra y al anochecer dormían. Se conformaban con lo que tenían y vivían en espontánea paz unos con otros y con la naturaleza. Pero este sosiego primigenio acabó quebrándose y se instauró el gobierno y los males a él aparejados:
“ Los diez mil seres permanecían en la identidad umbrosa, olvidándose mutuamente en la unidad del curso natural. No se propagaban las plagas ni las epidemias, y las gentes alcanzaban el límite natural de sus vidas. Sus torsos albergaban pureza y de sus corazones no brotaba la agitación. Se contentaban con tener algo que llevarse a la boca y, una vez llena la panza, holgazaneaban. Sus palabras no eran lisonjeras, sus andares no eran pomposos. ¿Acaso sería posible obtener del pueblo mayor riqueza por medio de impuestos? ¿Acaso se le podría obligar a trabajar con mayor celo por medio de castigos severos?
Pero entonces sobrevino la decadencia. Se comenzó a recurrir a la inteligencia y emergió la astucia. Declinó la virtud y se instauraron las diferencias en función de la edad.”
Es en esta decadencia donde surge la avaricia, se desbrozan montañas en busca de piedras preciosas, se acumulan trajes dorados y se hace ostentación. Tiranos sin números mataron, despedazaron, machacaron huesos e inventaron torturas inhumanas como el potro incandescente. ¿Acaso se observa esa saña en los animales salvajes? Esa inhumanidad nació por el apartamiento de nuestros antecesores del curso natural de los seres. Los príncipes son dañinos para sus propios vasallos que no solo se encuentran degradados material sino, también, espiritualmente por la dominación:
“Una vez fijadas las posiciones de príncipes y vasallos, la vileza de las masas aumenta día tras día de modo que sus brazos se agitan con frenesí por entre los grilletes y sus cuerpos acaban exhaustos en medio de una lacerante miseria. Y es que pretender alcanzar la paz mediante los ritos y lograr el orden mediante la imposición de castigos y recompensas, mientras el señor es presa del desasosiego en lo alto de su palacio y las gentes del pueblo arden en agitación atrapadas en la penuria, es igual que tratar de canalizar las aguas que se precipitan vertiginosamente en tromba desde el cielo y que manan impetuosas sin cesar con la ayuda de un puñado de tierra o que intentar obstruirlas con un dedo.”
El gobernante acumula riquezas y miedo. Cuanto mayores riquezas acumula mayor es su miedo a perderlas. De tal manera todo príncipe acaba atrapado en una vorágine de depredación sobre sus súbditos ya que cuanto más tiene más se ve obligado a dar a sus oficiales para que lo protejan. Esta situación hace a los oficiales duros, arrogantes e insensibles con respecto al pueblo humilde. Muchos afirman que hay buenos gobernantes que con las armas protegen al pueblo de las agresiones, entonces mejor sería que las armas no hubiesen sido forjadas; otros buenos tiranos viven con frugalidad y apenas cargan al pueblo con impuestos. Pero ¿qué significa esta hipocresía? Si cargar al pueblo con pocos impuestos es un bien, cuánto mejor sería no cargarlo con impuestos, trabajos o levas en absoluto. Lo mismo ocurre con la ley, ¿puede existir ley justa si la ley es síntoma y origen ella misma de corrupción?
“Si los hombres se abandonaran a lo espontáneo, no habría que temer atropellos y violencia, pero si, al contrario, se les obliga a trabajar sin pausa y se les explota sin cesar; si los cultivos permanecen yermos, los graneros vacíos, y los telares vacantes de suerte que las gentes no tienen nada que llevarse a la boca ni nada con lo que cubrir sus cuerpos, ¿acaso resulta extraño que ello derive en desórdenes? Por si fuera poco, los intentos por remediar esos desórdenes provocan que estos se agraven, pues se establecen prohibiciones sin que con ello se logre poner fin al crimen; los controles fronterizos y las aduanas de los puentes se proponen extirpar el fraude pero en manos de oficiales corruptos acaban engendrando más fraude; con la instauración de pesos y medidas se pretenden atajar las estafas pero utilizados por personas maliciosas las estafas se multiplican.”
Algunos pretenden confundir a la masa equiparando al príncipe con un padre pero muy distinto es el amor a la rapiña que habita en el corazón del poderoso que el amor del padre que quiere lo mejor para sus hijos.
Si no existiera el jade ni el oro ni ningún otro objeto inútil que ambicionar no serían necesarias las murallas ni los fosos. De la codicia de los poderosos surgen los demás conflicto. El hambre, ocasionada por la rapiña de los gobernantes sobre los vasallos, lleva al criminal al crimen. Sin este afán de acumulación por parte de los poderosos no existiría la conflictividad social y cada uno viviría en simplicidad.
Ante estos argumentos de Bao Jingyan, Ge Hong, en la figura de Baopuzi responde que aún cuando se admita una edad idílica en donde los hombres vivían en comunión con los seres ya no estamos en tal utopía. La realidad es que el hombre tiende a su propio beneficio y que eso es tan natural como su inclinación a la armonía. Bao Jingyan hace una caricatura de lo que es el gobierno, ya que el fin del verdadero gobierno es defender y acrecentar la felicidad de los súbditos; efectivamente han existido en todo época y lugar malos gobernantes pero renunciar al gobierno por ello es como tirar una casa por que algunas se derrumban. Y tampoco es creíble que si no existiese ejércitos ni riquezas dejaría por ello de existir guerras y crímenes. Hasta los animales luchan y se matan por las hembras o cuando escasea el alimento; en ausencias de alabardas los palos y las piedras pueden ser igualmente nefastas. En esta época la mayoría de los seres humanos no pueden carecer de maldad y ambición, ignorar esto es ingenuo y superfluo por lo que “el hombre sabio toma conciencia de que el mal es un fenómeno natural y de que las gentes inferiores e ignorantes resultan difícilmente corregibles” y que, por tanto, es necesario un gobierno que mantenga el orden y perfeccione a la masa.
Lo más reseñable de esta querella retórica entre Bao Jingyan y Baopuzi no es la originalidad de sus puntos de vistas sino la ecuanimidad como se presentan dos posturas irreconciliables. No puedo pretender saber cuál era la intención de Ge Hong al redactar esta controversia, quizás quería mostrar la superioridad de su tesis frente a Bao Jingyan o, como sugiere Jean Levi, manifestar unos argumentos incendiarios bajo la excusa de una refutación de los mismos. En cualquier caso, a mi entender, lo que consigue es mostrar en su discurso como la verdad no se manifiesta unívocamente sino como tensión en una polaridad. La fuerza expresiva de la prosa del traductor y la solidez como se presentan los argumentos y contraargumentos ayudan a que el lector tenga que esforzarse en construir su propia respuesta a la pregunta de si son los príncipes necesarios, dañinos o, quizás, un mal menor en este mundo degradado.
Muy buen articulo. Igual que tampoco se le da importancia a los escritos sobre democracia, en 1640 de Huang Zongxi en su libro «Un plan para el Principe». Ojala escribas algo pronto sobre esto!
[…] En 1930 Sigmund Freud publicó “Sobre el malestar de la cultura”. Cronológicamente esta obra se sitúa tras la enorme decepción que supuso la Primera Guerra Mundial y percibiéndose ya los inicios del populismo que propiciaría la Segunda. En tal contexto el autor austríaco pretende analizar si es posible alcanzar la felicidad y si la civilización fomenta este alcance o más bien lo entorpece. El texto se encuadra en un debate filosófico secular: ¿es la sociedad el hogar natural del hombre y, por tanto, lugar en donde este expresa sus potencial… […]