La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han
2«Aprender a ver es acostumbrar los ojos a mirar con calma y con paciencia, a dejar que las cosas se acerquen a nosotros; aprender a no formular juicios precipitadamente, a dar vueltas en torno a cada caso concreto hasta llegar a abarcarlo. Lo primero que hay que aprender para alcanzar la intelectualidad es a no responder inmediatamente a un estímulo, sino a controlar los instintos que ponen trabas, que nos aíslan. Aprender a ver, tal y como yo lo entiendo, equivale prácticamente a lo que el lenguaje no filosófico llama voluntad firme, cuyo aspecto esencial es poder negarse a «querer», poder aplazar la decisión. Todo lo no espiritual, todo lo vulgar radica en la incapacidad de oponer resistencia a un estímulo, en el tener que reaccionar, en seguir todo impulso.»
Friedrich Nietzsche; El ocaso de los ídolos
En el mundo contemporáneo cada vez más gente es afectada por supuestas enfermedades de la mente como la depresión, el trastorno límite de la personalidad o la ansiedad; sobre en este hecho el filósofo alemán Byung-Chul Han en su obra La sociedad del cansancio (2010) pretende ejemplificar un cambio de paradigma que se ha producido en nuestras sociedades. Mientras que el el siglo XX el enemigo era un patógeneo externo, un virus, una bacteria, en la sociedades de principio del XXI el mal proviene del mismo individuo. La amenaza no es lo otro sino lo idéntico, la enfermedad no proviene de aquello que nos niega y está fuera sino de la propia positividad del sujeto. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Hasta el siglo XX hemos vivido en sociedades que Foucault denominó “disciplinarias”. En estas sociedades la represión y el “deber” ponían en funcionamiento la maquinaria social de producción, el individuo se veía sometido a una presión externa a sí mismo que le empujaba al trabajo. En aquel momento histórico el sujeto se sentía presionado por agentes externos pero identificaba su individualidad frente al “no-yo” opresivo. Es la época de los manicomios y de las cárceles, el carcelero el ese “otro” que pretende imponerme un deber-ser que no soy yo. Frente a estas sociedades disciplinarias el mundo actual se caracteriza por ser una sociedad del rendimiento; hubo un momento en donde se hizo inviable aumentar la producción por la disciplina así que se interirizó el concepto de rendimiento para expandir la producción. De hecho, en la época actual el rendimiento como sistema de producción va más allá del trabajo y copa todas las esferas de la vida. Actualmente es el propio sujeto el que busca su reafirmación a traves del rendimiento, se sustituye la negatividad represiva externa por la afirmación positiva (ser-más-mejor).
Se considera un logro y una humanización en la relaciones de producción lo que en el fondo no es más un un ahondamiento de la opresión que ya no se vive como algo externo sino también como algo interno. Se ha hecho popular estas “empresas jóvenes “ que busca el compromiso activo de sus trabajadores, se les anima, promociona y se les “empoderan” para que sientan la empresa como suya, innoven y sean creativo. Así el nuevo trabajador, por un sueldo misero eso sí, cree pertenecer a una comunidad y no percibe al patrón o jefe como lo negativo sino que él mismo se ve animado a rendir más y mejor. El esclavo ha interiorizado al amo.
Pero el rendimiento no solo nos ata en el trabajo también el ocio se entiende cada día más como una forma de rendimiento que se plasma en las redes sociales o en la charla informal. El sujeto incluso en su tiempo de descanso se ve compelido a hacer antes que a sencillamente ser. Pero el sujeto acaba agotado ya que mientras que el deber en la sociedad disciplinaria tiene un límite el rendimiento es potencialmente infinito, este exceso de positividad acaba saturando la conciencia del sujeto que colapsa bajo el nombre de una patología mental.
La moda de trabajar en multitarea (multitasking), es decir realizar varias labores a la vez sin perder por ello eficiencia, es un ejemplo más de como el individuo expande más y más su capacidad de rendir sin un límite aparente. Es la pura agitación sin más que se convierte ella misma en principio y fin, afirmación que se afirma sin un sentido trascendente a ella.
En un mundo en donde el sujeto ya no es sujeto de sentido sino de rendimiento la consecuencia lógica es la deificación de la salud. El yo, desnudo de todo significado, queda transformado en mera máquina anatómica que hay que cuidar y reparar para que siga rindiendo. De hecho, denuncia Han, ya han surgido voces que justifican el uso legal del dopaje en el ámbito de ciertos desempeños: si una droga permite al cirujano concentrar su atención y salvar vidas sin efectos secundarios ¿por qué no usarla? El valor de este tipo de decisiones se toman en función de su productividad, si permiten optimizar el rendimiento del sujeto son evaluadas positivamente.
Frente a la prisa y la optimización del tiempo Han reivindica la contemplación calmada, la acción por la acción es productiva solo como acumulación directiva de esfuerzos pero este poder del rendir se hace a costa del sentido. Las realizaciones más excelsas de la Humanidad han sido fruto de la acción significada por la contemplación, el recogimiento del que medita es condición previa de la filosofía, del artista e incluso del científico que elabora una nueva teoría revolucionaria. Sin esa capacidad contemplativa que nos lleva del aburrimiento a la inspiración la acción queda designificada, metastasiada, solo tiene el poder de lo expansivo pero no de lo profundo. Para ello es necesario resacralizar el tiempo; el tiempo de fiesta debe volver a ser sabbat, un tiempo que es un no tiempo, una ruptura de los quehaceres, de la cotidianidad. El tiempo sagrado no es el “tiempo libre” que nos queda cuando hemos agotado nuestro tiempo de actividad, mucho menos es el tiempo que necesitamos para descansar antes de volver a la cadena de rendimiento; es un tiempo de juego, de ociosidad e incluso de tedio, tiempo en donde nos encontramos a nosotros mismos y al otro no como eslabones en la cadena de lo útil sino como fines en sí. Este tiempo del no-hacer es un tiempo para los cansados pero no cansados como los sujetos de rendimiento que agotados reponen fuerzas para volver a la vorágine del hacer sino de cansados que en su recogimiento vuelven sus ojos a la Naturaleza y se reconocen entre ellos. En el último capítulo de su libro Han, de la mano de la obra de Handke “Ensayo sobre el cansancio”, reivindica el cansancio contemplativo del no hacer, en contraposición del cansancio agotado y rendido del individuo tardo moderno saturado de positividad y autoafirmación que aísla a los sujetos y los aliena.
Las ideas expuestas en este libro no dejan de ser sugerentes aunque a mi sensibilidad adolecen de cierta actitud decadente y errores en el diagnóstico. Por un lado, no creo que se pueda decir sin más que ya no vivamos en sociedades disciplinarias, esa afirmación podemos hacerlo aquellos que vivimos en países desarrollistas y poseamos seguridad económica. La mayoría de la población mundial sigue experimentando “lo otro” como lo peligroso y lo amenazante. El auge del racismo, el patrioterismo, las guerras comerciales en Europa y otros continentes muestra a mi juicio que la mayor parte de la Humanidad vive la polaridad yo-otros como escisión trágica. De igual modo, las necesidades económicas o las imposiciones de autoridades externas al propio sujeto en el ámbito del rendimiento son pan nuestro de cada día para la inmensa mayoría de ciudadanos de este planeta. Indudablemente el ciudadano opulento de las sociedades opulentas percibe el riesgo de lo otro desde una mayor distancia pero la cosmovisión del intelectual o del esteta no es la mayoritaria en estas mismas sociedades desarrolladas cuanto menos en las sociedades denominadas “en vías de desarrollo”. Por otro lado, aún cuando no crea que hayamos llegado al final de la sociedad disciplinaria sí me parece que en ciertas capas de la sociedad mundial se ha producido lo que afirma Han: un nuevo modo de autodisciplina que tiene la vista puesta en el rendir del propio sujeto; este cambio de paradigma se da por razones internas al propio sujeto (razones psicológicas de autoafirmación o pseudo realización personal) pero también existen factores externos, i.e. disciplinarios, que obligan a los sujetos a abrazar el rendimiento como sistema de vida. Lógicamente, estos factores disciplinarios siguen siendo, para la inmensa mayoría, de naturaleza económica.
Es muy acertado el análisis de Han cuando afirma que a día de hoy la acción se ha convertido en un fin en sí mismo pero esa prisa por el hacer afirmativo acaba convirtiéndose en un sin sentido, las grandes ciudades parecen enormes manicomios en donde todos se mueven para cambiar de lugar pero no van, en el fondo, a ningún sitio. Es sugerente la crítica a esa agitación sin fin que observamos a nuestro alrededor y que tiene su contrapartida económica en el dogma del crecimiento, todos parecen tener claro la necesidad de incrementar el PIB pero ¿para qué? Para vivir mejor, nos responderán, mas cabe preguntarse ¿cuál es el mejor vivir? Con estas simples preguntas queda desnudado el absurdo del crecimiento, de la acción y de la afirmación por ellos mismos. Aquí coincido con Han, la quietud contemplativa, la inacción humanizadora son necesidades cada vez más perentorias para la salvación psíquica del sujeto de las sociedades hiperdesarrolladas. Sin embargo, ¿hacía donde dirigir nuestros ojos cansados? Me resulta desalentadora la propuesta de una comunidad de los cansados, sí es necesaria la rehumanización, recordar que ser es ser y no hacer, pero esa invitación sin más me da la impresión que puede sustituir la sociedad del rendimiento actual en una sociedad de rendidos.
Y cabe, ciertamente, preguntarse ¿estamos rendidos ya? ¿hemos agotado las posibilidades de la historia y solo nos queda declinar hasta desaparecer? Las convulsiones geopolíticas actuales consecuencias del debilitamiento de la hegemonía yanki supondrán, probablemente, una nueva conceptualización del paradigma capitalista que hemos considerado incuestionable hasta ahora. Los problemas mediambientales ponen en evidencia la necesidad de replantearnos nuestro lugar en este planeta y las relaciones que establecemos unos pueblos con otros. Esta crisis que vivimos y que estamos por vivir debería alumbrar un nuevo pensar colectivo en donde el individuo y las comunidades humanas puedan reencontrarse y expandir su humanidad más allá de la alienación del rendimiento sin sentido. Pero este es un camino que está aún por hacer.
Muy buen análisis al libro de Han, sobre todo por los aportes en términos de que no debemos seguir el guión de la desesperanza aprendida.
me siento parte de esa generación de trabajadores motivados por un fin, sin la necesidad de supervisión y motivando a jóvenes a seguir este camino de productividad ciegamente sin haber meditado a fondo las consecuencias psicológicas adversas del método, que de paso ya estoy experimentando. Muy interesante y reveladora lectura. Intentare calmarme…
P.D. Ciertamente recibes consideración y compensación económica por el esfuerzo