Crítica de la Razón Instrumental
1“Fidelidad a la filosofía significa impedir que el miedo atrofie nuestra capacidad de pensamiento”
[Max Horkheimer; Crítica de la razón instrumentral; trad. Jacobo Muñoz, editorial Trotta 2010; p.169]
En su obra de 1947 “Crítica de la razón instrumental”, el filósofo alemán Max Horkheimer pretende realizar un análisis no solo de los riesgos del uso instrumental de la razón sino del concepto de razón mismo al que considera ab origine viciado de una voluntad de dominio sobre la Naturaleza. Escrita tras el final de la II Guerra Mundial los peligros que preludia de una razón instrumental endiosada son más actuales que nunca. La obra de Horkheimer tiene un cariz eminentemente sociológico que se suele subrayar en menoscabo de las facetas gnoseológicas y metafísicas; sin olvidar el análisis y crítica de la sociedad, intentaré centrarme en esos otros aspectos menos observados y en el papel que la filosofía debe asumir, según Horkheimer, en la construcción de un pensamiento y una realidad no instrumentales.
Lo que hoy denominamos razón es solo una de sus caras, de hecho hasta hace relativamente poco razón era, principalmente, otra cosa. Hoy en día razón se entiende, mayoritariamente, como la capacidad de alcanzar exitosamente los objetivos propuestos; la verdad hegemónicamente asumida de la ciencia se basa en su capacidad de alcanzar fines concretos. La razón, y por tanto la inteligencia, es un instrumento para modificar la realidad; una teoría o línea de pensamiento se mostrará más racional y por tanto más verdadero cuanto más capaz sea de plasmar en la realidad los fines propuestos. Eficiencia es sinónimo de verdad.
Sin embargo, la razón no fue siempre eso, o, al menos, no solo eso, antes de que se impusiera el dominio de esta razón instrumental, la razón era, antes que nada, la capacidad de establecer fines con valor en sí mismo. Cuando Kant afirmaba como principio fundamental de su ética que el hombre es objeto de respeto no sostenía que actuar conforme a tal principio fuese más o menos útil para el sujeto ético, simplemente establecía a través de la razón esta idea-fin como necesaria por sí misma y no como medio para alcanzar el Cielo, la felicidad o cualquier otra cosa. La capacidad de descubrir o establecer fines con valor en sí mismo llevaba aparejado que lo “racional” era la coherencia de nuestro comportamiento o pensamientos con tales fines. Esta confianza en la posibilidad de hallar la verdad nos parece poco menos que una ingenuidad, los sistemas filosóficos de antaño se nos asemejan a mitologías pero tal forma de entender la razón como facultad de establecer fines ha sido la más común en nuestra historia hasta el actual enseñoreamiento de la razón instrumental.
Horkheimer no saca una conclusión reaccionaria de lo anterior, no pretende volver a la razón objetiva capaz de establecer fin con valor en sí mismos, acepta que esa disolución de la razón objetiva no se puede desandar y que todo intento de hacerlo conlleva patentizar la irremisible impotencia de la razón objetiva. Siendo una situación grave y desazonadora es también fruto de la propia necesidad historia del desarrollo de la razón.
Afirmar la justicia sobre la injusticia, para la razón instrumental es tanto como decir que el verde es más bello que el azul. Los fines a los que tendemos no poseen objetividad en sí mismos sino que son determinados por meras preferencia. La libertad es solo, para la razón tecnocientífica, una mera palabra ya que su valor instrumental es nulo. No obstante justicia, libertad o cualquier otro valor puede convertirse en fin si es determinado por la élite o la comunidad pero la elección de ese fin se basa en la mera preferencia no en que posea un valor intrínseco.
Hoy vemos la mayor parte de la política internacional ejecutada bajo tal paradigma instrumental. El crecimiento económico se impone como fin y el valor racional de las acciones políticas se miden según la eficiencia para alcanzar tal fin, el cuidado del planeta no nace de una convicción ética sino que se convierte en un objetivo racional en tanto que es condición de nuestra pervivencia. Los medios adquieren valor en tanto son eficientes para alcanzar fines pero el valor de los fines no se basa en nada y desde la perspectiva instrumental son “irracionales”. Tan eficiente es la ciencia que inventa una vacuna para salvar vidas como la que construye armas de destrucción masivas; podemos juzgar cada uno de estos objetivos como mejor o peores pero este juicio no contiene racionalidad ni verdad, solo la capacidad de alcanzarlos determina la eficiencia de la razón.
Nos encontramos en una encrucijada; por un lado el predominio de la razón subjetiva instrumental augura un mundo tan eficiente como antiutópico en donde el malestar humano es medicalizado o adopta formas sociales de regresiones atávicas; por otro lado, precisamente estos estallidos reaccionarios reivindican una razón objetiva que está muerta históricamente y proclama nuevos fines absolutos sin capacidad ni fuerza histórica. El fanatismo nazi que Horkheimer conoció en su tiempo es ejemplo de estos intentos regresivos que carácter destructivo; actualmente, el auge del fanatismo religioso o del populismo político en Occidente son igualmente intentos del hombre moderno de retornar a una razón objetiva históricamente agotada.
Aunque desacertada la reacción es natural, el positivismo del “sentido común” que nos conmina a mantenernos en los margen de lo ya dado como lo únicamente posible y lo únicamente racional no es más que un nuevo dogmatismo enmascarado. Aceptar, inspirados en el empirismo vulgar, que la verdad solo se muestra en la eficiencia es una afirmación infundada. En el fondo, la tensión dialéctica que afirma unilateralmente la razón subjetiva cae en el viejo dogmatismo de la razón objetiva que parecía combatir: “La consigna positivista de atenerse a los hechos y al sano sentido común y no a ideas utópicas no es tan diferente de la exhortación de obedecer la realidad tal como la interpretan las reconstrucciones religiosas que no dejan de ser también, en definitiva, hechos.” (ed. cit. p. 114)
La gran fractura entre el hombre actual y el mundo adopta una forma política visible pero la raíz de esta fractura es metafísica. Partiremos del acto cognitivo básico para determinar que existen dos hechos radicales: el sujeto que conoce y la cosa conocida. Efectivamente, el lector de estas palabras se sabe una conciencia que organiza, comprende y recrea una realidad que es externa a él mismo; esta cosa irreductible a la propia conciencia es el mundo externo al sujeto. Estamos a cada momentos atrapados en esta dicotomía entre el Espíritu, es decir la mente subjetiva, y la Naturaleza, realidad que aparece como objeto de la conciencia. A lo largo del desarrollo histórico del Espíritu el hombre ha soñado una relación diferente con la Naturaleza, ella parece en la mente común como lo ya dado, aquello en los que nuestra conciencia está atrapada y condicionada. Frente a esta posición vulgar los seres humanos hemos soñado con la posibilidad de trascenderla o reconciliarnos con ella. La trascendencia con respecto a la Naturaleza toma su forma más común en la creencia en la vida eterna del alma individual tras la muerte, también la posibilidad de escapar de la Naturaleza a través del éxtasis o cualquier otra técnica espiritual pero conservando la conciencia de esta disyunción son ejemplos de los intentos de trascender la Naturaleza. Otras personas soñaron con integrarse en lo objetivo hasta diluir las fronteras entre el yo y el mundo, en estos casos el sujeto se reconcilia con la Naturaleza bien integrándose en ella o bien integrándola en el Espíritu como modo de la subjetividad.
Una tercera forma de relación es la dominio del Espíritu sobre la Naturaleza. En el primer libro del Génesis Yahveh bendice a los hombres y les otorga el mandato de sojuzgar la tierra y la prerrogativa de señorear sobre el resto de animales (Gen. I, 28), esta perspectiva dominadora sobre la Naturaleza se abrirá paso paulatinamente en la conciencia occidental y hoy, merced a la globalización, está extendida en todas las civilizaciones del planeta. Aunque la razón en sí misma contiene la posibilidad de unilateralizarse en razón subjetiva que mediatice para su dominio la Naturaleza, lo cierto es que en ningún lado como en Occidente adquirió esa faceta la relevancia que ha adquirido hoy. Mientras que en otros sistemas de valores y creencias tanto del arco euromediterráneo como del resto del mundo se pretendía armonizar al hombre dentro del mundo; vivir respetando los ritmos del cosmos del que éramos parte; el fragmento del Antiguo Testamento citado alentó, justificó e incluso sacralizó la voluntad de dominio del hombre sobre el entorno alumbrando, finalmente, la tecnociencia fáustica actual y el sistema de valores a ella aparejada. La Naturaleza se presenta como caos informe a la par que pasivo y el sujeto como principio activo ordenador.
Sin embargo, al estar Espíritu esencialmente imbricado en la Naturaleza, el dominio sobre ella se convierte en dominio del hombre sobre sí mismo. No solo se refiere Horkheimer al dominio de unos hombres sobre otros sino del dominio que el hombre civilizado debe ejercer sobre sí mismo cada vez en un grado más intenso. En tanto que es medio en la cadena de producción, la racionalización dominadora del mundo empuja al individuo a una represión de sus instintos y su propia espontaneidad. El reloj se convierte en nuestro amo y cuantos más aparatos inventamos para el dominio sobre la Naturaleza, más estamos al servicio o bajo la dependencia de estas máquinas que hemos creado. El filósofo alemán utiliza el ejemplo del automóvil ¿nos hace más libres? Evidentemente desde la óptica expansiva así es ya que esa máquina nos permite viajar más lejos que un simple peatón, nos otorga “libertad para” pero a cambio de someternos a múltiples normas de tráfico, dependencia energética de otros países, de los cuidados que debemos al auto… El mismo acto de conducir viene condicionado por rutas ya trazadas y está aparejado a un alto grado de atención en el manejo del auto. En el mundo de la planificación y organización, el sujeto queda igualmente mediatizado convirtiéndose él mismo en una mera fórmula del sistema de gestión; incluso la vida instintiva del hombre es dirigida según los dictados del marketing comercial.
Ciertamente, la Naturaleza no es solo algo externo sino algo que el individuo concreto experimenta internamente a través de los instintos y emociones espontáneas; el deber de la razón consciente ha sido dominar e incluso anular tales impulsos, es por esto que Horkheimer concluye que el carácter dominador de la razón está en sus propios orígenes. Sin embargo, esta tensión represiva del sujeto sobre sus propios impulsos genera en él, consciente e inconscientemente, un odio creciente contra la civilización y en ultima instancia contra el mismo individuo. Este resentimiento contra la civilización represiva hace tan atractiva la figura del demagogo en las masas; la estética y retórica de tales personajes intentan mostrar la actitud del “niño malo”, rebelde y negador del status quo. Aún cuando el grueso de la población es incapaz de una reacción genuina sí se sienten tentados a apoyar a estos sujetos que parecen cuestionar la civilización sobrerepresiva de la razón subjetiva. A día de hoy, las élites dominantes a sabiendas de que tal odio inconsciente a la civilización puede emerger con efectos desestabilizadores para el sistema, crean, manipulan o destruyen a estos demagogos o movimientos populares según sus propios intereses de dominación.
El darwinismo popular considera que la razón del hombre es una mera herramienta adaptativa, esto parecería que anula el primado de la razón al conceptuarla como mera servidora de la razón natural pero lo cierto, lo que queda concretado en los hechos, es que esta perspectiva de la razón la convierte en una herramienta que acomoda lo real a lo ya dado, es decir carece de cualquier posibilidad de sustraerse a la cadena de causas; la razón subjetiva queda consagrada por la misma biología como la única posible.
Siendo la razón agente del individuo, su crisis también se ve reflejada en la crisis de la propia individualidad. El individuo como tal surge en el momento en el que la conciencia voluntariamente sacrifica su satisfacción inmediata para su seguridad o conservación tanto material como espiritual. Individuo y civilización van estrechamente unidos, la individualidad moderna surge en el entorno urbano en donde los roles se construyen y no están tan rígidamente determinados por el entorno como en el ámbito rural. Pero lo característico del individuo como tal es su capacidad para oponerse a lo ya dado y convertirse en sujeto activo del cambio. Sócrates sería un arquetipo de individuo que pretende configurar la realidad a imagen de la verdad, cuando el individuo renuncia a este proyecto se somete sin más a la tiranía de lo real. Los esfuerzos de la actual sociedad de masas van encaminados a la conformidad y a hacer entender al individuo que no hay verdad sino solo realidad. Se impone el dogma liberal según el cual la sociedad es la suma de unos individuos que compiten entre sí, cuando realmente el verdadero individuo no tiene genuino sentido si no es dentro de una comunidad; la verdadera liberación del sujeto pasa por una liberación de la sociedad atomizada, no obstante, a día de hoy aún se confunden individuo con individualismo.
La crisis de la sociedad instrumental es una crisis de naturaleza metafísica que ha padecido la humanidad en el pasado. La gran diferencia es que hoy la crisis no afecta a un grupo o imperio concreto sino a todo el planeta. No es la primera época histórica en donde el nihilismo se ha convertido en un dogma subyacente; si hay alguna verdad sobradamente asentada es que no hay ni el posible la verdad. Y no es posible dar un paso hacia atrás y afirmar un nuevo dogma aglutinante, por tanto, ¿qué papel debe jugar la filosofía en este mundo en donde la razón es un mero instrumento?
Horkheimer en primer lugar propone una filosofía atenta al lenguaje ya que en él se expresan las formas de pensar y las creencias de un pueblo que lo hablar. Atender a él es atender a un modo de verdad que se manifiesta colectiva e históricamente. Por otro lado, siendo el uso hegemónico de la razón el instrumental la filosofía debe posicionarse dialécticamente desde la razón objetiva aún siendo consciente de que razón subjetiva y objetiva son como Espíritu y Naturaleza; modos de nombrar realidades interdeterminadas. De hecho el fin de la razón subjetiva, la autoconservación, debe inspirarnos para trazar los fines objetivos que la humanidad solo puede alcanzar supraindividualmente, es decir, mediante la solidaridad. Pero la filosofía no debe caer en la pretensión de dar órdenes o idear programas de acción; el mismo autor confiesa que precisamente en el mundo actual hay un exceso de planificación; su esfuerzo más genuino es el de reconciliar las sujeto con la Naturaleza quizás mediante la confluencia solidaria de las conciencias que permitan crear tanto un nuevo concepto de “individuo” como una nueva realidad. En cualquier caso, como crítica al miedo, la resignación y la superstición, la filosofía aún tiene la función crítica de denunciar los excesos y la ceguera de lo que hoy se denomina razón.
[…] acaba transformado en yang, la materia más extremadamente vulgar e inmunda es el elixir destilado. La conciencia polarizada en relación a ella misma y a la Naturaleza, llevada a la máxima tensión por la organización civilizadora alumbrará una nueva perspectiva […]