La verdad como desocultamiento
0Tendemos a considerar que la verdad es sinónimo de rectitud, es decir, correspondencia entre un enunciado y la realidad. Esta definición es problemática ya que sería preciso conocer la verdad de esa realidad para, posteriormente, corroborar que se corresponde con el enunciado; esto nos lleva a una paradoja circular: definimos verdad como correspondencia entre enunciado y realidad pero al mismo tiempo debemos conocer la verdad de la realidad para referirla al enunciado. Para dilucidar la esencia de la verdad Martin Heidegger propone retomar el problema desde los orígenes de la misma filosofía. Solo en las cosas insustanciales el origen es algo que se supera; en las cuestiones esenciales por contra, el origen es el hecho radical y no hay posibilidad de progreso, en estos asuntos, la futuridad se da solo retornando al origen de la cuestión. Así retrotrayendo nuestra mirada al origen de la pregunta de qué sea la verdad constatamos que para los primeros filósofos verdad se decía ἀλήθεια, ¿qué significa etimológicamente este vocablo? La alpha de ἀλήθεια es privativa, por ello verdad en griego se entendía como lo “no-oculto”, lo verdadero es lo que ha sido desocultado. Verdad como correspondencia se opone a la falsedad que es entendida como la no correspondencia entre enunciado y cosa; por contra, la verdad como no-ocultamiento no se opone negativamente a lo oculto sino que se deriva de ello. Verdad y ocultamiento están en una interrelación dependiente como el valle y la montaña.
Heidegger hace uso de la alegoría de la caverna de Platón para investigar ese concepto de verdad primigenio. Aunque en el autor heleno ya se ha trastocado el sentido originario de verdad, en él se produce ese primer error que nos llevó a considerar la verdad como sencillamente rectitud, por tanto, investigando su obra podemos conocer tanto ese sentido original como el inicio del error. Los presos en la caverna ven una verdad pero que es deficiente, es verdad pero menos verdad. Hay una gradación de lo verdadero, ya que lo ente se nos muestra como más o menos oculto. El acto de percibir nos muestra algo de lo ente, este algo es ya un desocultamiento; así las sombras que pasan ante los presos son verdaderas ya que los presos al mirarlas vislumbran parte de una realidad que le queda oculta. Pero ¿por qué esa verdad es insuficiente, qué rasgos revelan su insuficiencia? El hombre parte de lo oculto, vive en la oscuridad y su alma ansía desocultar lo ente que es y le rodea. Si algo es el hombre, es el ente que pretende desocultar lo ente. El primer ocultamiento que ocurre en la caverna es el ocultamiento en la cotidianeidad, la verdad de las sombras es deficiente y aparecen como lo obvio, lo que cualquiera puede percibir desoculto. Pero precisamente para Heidegger no es “cualquiera” el que puede desentrañar lo oculto; el igualitarismo es el germen de ese nihilismo que todo lo capta y mensura desde lo común, este igualitarismo no distingue entre oculto y no oculto y por eso lo desoculto en la caverna es menos desoculto, no se presenta como tendencia vislumbrante hacia sino como un sin más estar-ya-en.
Siendo el ser humano un ente que partiendo de lo oculto se comporta respecto a lo no oculto, un hombre “solo es aquello a lo cual tiene fuerzas para atreverse, y en la medida en que las tiene”. El preso liberado de sus ataduras es liberado parcialmente, de una manera negativa en un primer momento. La libertad negativa del preso es el desvincularse de las cadenas, que en la alegoría platónica aparece como un acto no voluntario; el preso así se libera de, pero la liberación para solo ocurre después, cuando el habitante de la cueva es capaz de vincularse para el proceso de desocultamiento de lo ente. Esa es la verdadera libertad filosófica, una libertad positiva, un proyecto vinculante hacia esa luz que se manifiesta fuera de la caverna-prisión. Esto parte de la idea de que la pregunta sobre la esencia de la verdad es, en último término, una pregunta sobre la esencia del hombre. Tal pregunta se responde en la medida y rango de cada cual, en tanto que se sea capaz de vivenciar la vinculación con el proyecto desocultante no como una perdida de poder sino como un “tomar posesión”. Ahora bien, no debemos entender lo anterior como una defensa del subjetivismo; la verdad, el desocultamiento ocurre en el hombre pero no es un mero suceso psíquico. En otras palabras, no es el hombre el que imagina o proyecta el desocultamiento sino que es en el hombre donde ese suceso de produce: podemos propiciar el desocultamiento pero no forzarlo. La verdad es siempre más grande que el hombre mismo.
La verdad se manifiesta no como posesión sino como tendencia y de este modo el autor tratado reivindica la relación estrecha entre lo que Platón llama ἔρως y el ser. El hombre que aspira al desencubrimiento, al ser no lo pretende como cosa sino que lo da siempre como inabordable. Esta tendencia hacia el ser se convierte en paradigma de acción para el hombre entre los entes. En palabras de Heidegger:
“el ser es aquello que la mayoría de las veces y para todos siempre se ha activado y ya está ahí, pero no como una cosa ni como algún objeto, sino como lo aspirado. Es lo que se mantiene del modo más original y más extendido en la aspiración, sepámoslo expresamente o no. Así pues, esta caracterización de la aspiración del ser no consiente ni la pregunta de qué sea el propio ser, ni la pregunta de qué sea la aspiración en cuanto tal, sino que Platón aclara sólo qué es todo lo que forma parte de aquello que está en la aspiración del alma. Lo único que le importa es guiar la mirada al hecho de que y al modo como el ser, en tanto que lo aspirado, es lo más originalmente aspirado. Y eso sucede del mejor modo llevando a la mirada otra cosa que está en la aspiración, pero siendo en el fondo el ser lo que es aspirado.”
Martin Heidegger; De la esencia de la verdad; traducción de Alberto Ciria para la editorial Herder, capítulo tercero, sección 31.