El ser humano en el Hermetismo
0«Pues si el cosmos es superior a los seres vivos
por su eternidad, el hombre, a su vez, supera al cosmos
por la razón y el pensamiento»
Corpus Hermeticum, tratado IV, parágrafo dos
El hermetismo pretendía ser un movimiento filosófico-espiritual que recogía la sabiduría revelada por un profeta mítico, llamado Hermes Trimegisto, en un tiempo anterior a los faraones. Sus palabras habrían sido conservadas por adeptos durante siglos y representarían la ancestral sabiduría egipcia. La crítica filológica, sin embargo, sitúa estos textos en los primeros tres o cuatro siglos de nuestra era, escritos en griego de la koiné están fuertemente influidos por el platonismo medio y el estoicismo. Es objeto de discusión si hay influencias eminentemente egipcias en los textos herméticos, decantándose el consenso académico actual a que efectivamente hay un substrato propiamente egipcio en algunas de sus tesis.
Los textos herméticos actuaron como una especie de libros revelados del paganismo alejandrino en una época que propiciaba el eclecticismo entre el pensamiento grecolatino y oriental. Tales textos, no obstante, al haber sido escritos por autores diversos y no existir una ortodoxia definida, en ocasiones parecen caer en contradicciones. Por ejemplo, existe un hermetismo optimista sobre el papel del cosmos y otro hermetismo, más gnostizante, que valora negativamente la Naturaleza. Estas contradicciones pueden ser fruto, según algunos críticos, de los diferentes niveles de profundización en las doctrinas que se expondrían en un proceso iniciático progresivo.
A pesar de las aparente contradicciones, los textos herméticos tienen también una doctrina central coherente que nos permiten reconocerlos como pertenecientes a una misma corriente. En primer lugar, sostienen que el hombre es creación de Dios y a imagen de Dios, por lo que tras la muerte podemos reintegrarnos a Él. Para el hermetismo, el Dios trascendente crea al Cosmos como una divinidad derivada, en este orden natural divino es ubicado el hombre. Dios, cosmos y hombre serán los ejes centrales sobre los que orbitará la reflexión hermética. El hermetismo, como movimiento de la antigüedad tardía platonizante, reivindica una ética ascética que permita al espíritu humano liberarse de las cadenas de la materia. Otro rasgo doctrinal característico es defender la necesidad de la iluminación o comprensión intuitiva para alcanzar los más altos conocimientos que se exponen.
Especialmente característico del hermetismo es el papel del ser humano, las razones de su caída al mundo material, su naturaleza dual, la posibilidad de salvación, etc. Este artículo pretende centrarse precisamente en la antropología hermética analizando tres de sus textos principales como son el Poimandres, el tratado titulado Virgen del Mundo (Kore Kosmou) y el reconocido Asclepio.
Poimandres:
El Poimadres es el primer tratado del Corpus Hermeticum, en esta obra se narra como Trimegisto tras una ardua meditación sobre la naturaleza de los seres experimenta la revelación de Poimandres que se autodefine como “el νοῦς del poder supremo”. La palabra νοῦς es de traducción compleja, puede ser traducida como Pensamiento pero también como Intelecto, Mente o Espíritu. El discurso de Poimandres empieza explicando la constitución y creación del Cosmos. Este νοῦς se enfrenta a la materia húmeda caótica que queda conformada a través del hijo del νοῦς, una Palabra ( λóγος) sagrada que penetra la materia iniciando el proceso de su diferenciación. El νοῦς creó a través de la Palabra al νοῦς demiúrgico que a su vez genera a los siete Regentes planetarios que finalmente introducen el movimiento ordenado en el Cosmos y con ello al resto de las criaturas. Esta creación está mediatizada desde su origen por un Cosmos Arquetípico al que Hermes accede en el curso de su visión.
Posteriormente a la creación del Cosmos, el νοῦς hace al Hombre primordial a su imagen, por lo que lo ama también como a un Hijo y le entrega todas las criaturas. Este Hombre originario arde en deseo de crear y accede a la realidad demiúrgica, el νοῦς demiurgico reconoce al Hombre como su hermano ya que ambos proceden por igual del primer νοῦς. Los siete Regentes planetarios amaron la belleza del Hombre primordial y le hicieron copartícipe de su dignidad. Sin embargo este Hombre primigenio al romper la cubierta de las esferas planetarias para contemplar el Cosmos se ve reflejado en las aguas inferiores. La Naturaleza queda prendada de la belleza del Hombre y este se enamora de su propio reflejo por lo que desciende hacia la Naturaleza y se funde con ella en un abrazo amoroso quedando ambos unidos. Obsérvese como la tradición religiosa pagana y oriental convergen en esta narración de la caída del hombre; por un lado la mitología griega ya había explicado el distanciamiento del hombre de su estado de perfección originaria con el mito de Prometeo y de Pandora. En el primer caso, el robo del fuego creativo conlleva la salida de la animalidad del ser humano, en el segundo la curiosidad de Pandora desencadena todos los males para la humanidad. Vemos que la soberbia, el deseo de asemejarse a los dioses y la curiosidad constituyen los elementos que diferenciaran al ser humano y lo constituirán como es. Por otro lado, el judaísmo había asociado la caída desde el Paraíso Terrenal a la violación, por parte de Eva, del mandato divino de no tomar del árbol del conocimiento. El Poimandres, en consonancia con estas tradiciones religiosas, coloca también la curiosidad, el anhelo creativo y el deseo de trascender los límites, como fundamentos sobre los que definir la especificidad de lo humano, aunque esta vez desde una perspectiva más positiva ya que lo que propicia la caída según este texto hermético es el legítimo deseo del Hombre de crear y su amor por la imagen de Dios que Él mismo proyecta sobre el Cosmos.
Este primer Hombre y su caída muestra la naturaleza dual del ser humano, por un lado mortal en tanto encarnado en la materia, por otro inmortal al provenir del νοῦς supremo. Siendo el Principio-Dios andrógino, también el Hombre lo es, en su caída por las siete esferas planetarias genera otros siete hombres primordiales, también andróginos en un principio pero, tras un período de tiempo, se rompió su ligazón por voluntad divina y se diferenciaron en hombres y mujeres. A pesar de la sexualización, el ser humano sigue siendo andrógino en esencia, ya que, como el Principio Supremo, es luz y vida. Luz en tanto masculino se asocia al νοῦς o espíritu; vida en tanto femenino se asocia al alma. Aquí encontramos un escollo hermenéutico ya que si bien queda claro que el origen del principio masculino del ser humano es el νοῦς-Poimandres protagonista de este tratado, ¿cómo denominaremos la contraparte femenina del Principio? Por otro lado, si tras la muerte el νοῦς-luz-masculino del ser humano se reintegra en el νοῦς divino, ¿qué ocurre con el alma, dónde se produce su reintegración? Responder a estas preguntas se torna crucial para comprender la androginia fundamental del hombre y Dios, sin embargo es razonable que en un texto como este que pasó por el filtro del cristianismo medieval ciertos puntos queden oscurecidos. La cuestión no es solo antropológica sino esencialmente metafísica y en este punto es en el que cabe plantear la hipótesis de que el origen de la materia primera no se encuentre fuera del principio divino sino en él mismo como contrapartida femenina y en un mismo nivel ontológico con relación al νοῦς. Así el alma sería el principio femenino-material del hombre así como la Materia es la contraparte necesaria del νοῦς . Definitivamente, la trasmisión mediada de este texto y el carácter metafórico en el que se explica la verdadera naturaleza de la Materia (parágrafo cuarto del tratado) hacen difícil dilucidar esta cuestión.
Una vez creada la humanidad, Dios le manda que crezca y se reproduzca en el Cosmos; también que aquellos dotados de inteligencia reconozcan su origen divino y que el amor es la causa de la muerte. El cuerpo queda desvalorizado ya que representa la parte más imperfecta del hombre, aquella que la ata a las pasiones que hacen que olvide su propia esencia divina. En tanto que atado al cosmos el hombre está sujeto al destino de los Regentes planetarios pero en tanto que posee νοῦς puede liberarse de las ataduras de la carne y encontrarse con su verdadero origen tras la muerte. Aunque el νοῦς es consustancial a todos los hombres y por tanto todos tenemos la potencialidad de retornar a Él, en los hombres encadenados a su propio cuerpo, el νοῦς cede su sitio a un “espíritu vengador” que confunde a la persona y la hiere con deseos insaciables. Es tras la muerte cuando el hombre piadoso se libera completamente de su naturaleza cósmica ascendiendo por las siete esferas planetarias, en cada una de ellas se va desprendiendo paulatinamente de los impulsos impuros hasta llegar a la Ogdóada, que se corresponde con la esfera de las estrellas fijas. Allí canta himnos al Principio Supremo para después trascender esta esfera y llegar más allá del Cosmos, a la Enéada en la que contempla a Dios y queda divinizado. Por esto dice Poimandres “el que se conoce a sí mismo, a sí mismo regresa”.
Virgen del Mundo (Kore Kosmou)
Esta obra está contenida dentro de los Extractos de Estobeo, en concreto es el extracto XXIII. Recibe su nombre porque es Isis la que explica a su hijo Horus la revelación trasmitida por Hermes. En un inicio se subraya la radical diferencia entre el mundo de abajo y de arriba y cómo este último prima sobre el otro. Al observar la inactividad de los seres, Dios crea una entidad femenina que tendrá encomendada la fecundidad, la Naturaleza. Tras esto Dios empieza la creación de las almas que se asemeja a un proceso de creación alquímico: Dios toma su aliento vital y lo mezcla con fuego y otras sustancias desconocidas; invocando unas palabras mágicas crea una sustancia tan sutil que solo el mismo Dios-Demiurgo es capaz de ver. De esta sustancia se crearán las almas pero con setenta grados de perfección ya que la sustancia no es del todo igual en sus partes, la más homogénea será la más perfecta hasta llegar a la espuma superficial que tiene peor constitución. Dios ordenará estas almas en grados según su perfección y le asignará un lugar en la Naturaleza. A continuación Dios crea el Zodíaco con otras sustancias (tierra y agua) y palabras mágicas al efecto; el residuo de esta sustancia se las cede a las almas para que ellas creen otras realidades, advirtiéndoles que no deben traspasar los límites.
Cuando tienen la sustancia creativa las almas la escudriñan para intentar comprender su esencia pero temen atraer la ira de Dios por lo que desisten en su empeño. Comienzan a crear seres bellos: la especie de los pájaros con la sustancia más ligera, después los tetrápodos, los peces y reptiles. Pero en esta creación creyeron hacer un gran prodigio y se ensoberbecieron, lo que les llevó a traspasar los límites de sus secciones y no parar de moverse. Este pecado de soberbia y desobediencia vuelve a ser el inicio del exilio del ser humano fuera de las regiones superiores. Sin embargo, la caída del hombre no tiene solo como motivo su castigo sino también la necesidad de crear un culto que reconozca la grandeza de Dios y los dioses, por lo que cada dios-planeta entrega a ciertas potencias la tutela sobre los hombres. Notesé el carácter fuertemente astrológico de todo este tratado, el Zodíaco y los dioses-planetas representan el destino al que está atado el género humano en cuanto encarnado en la Naturaleza.
Con la materia sobrante que las almas habían utilizado para crear los seres, Hermes moldea un cuerpo físico para las almas que son condenadas a entrar en ellos. Esta caída es mucho más dramática que en el Poimandres, es vivenciada como una tragedia y las almas se lamentan amargamente de la suerte que le ha sido impuesta. Dios las consuela antes de su condenación prometiendoles que si son piadosas y reconocer la autoridad divina volverán a la región del cielo pero que si no es así se condenarán a la reencarnación continua incluso en animales irracionales. Las mejores almas serán reyes justos, filósofos genuinos, profetas, astrónomos y otras profesiones elevadas; si se reencarnaran en aves serían águilas; si tetrápodos, leones; si reptiles, serpientes domesticas no venenosas; si peces, delfines que se compadecen de los náufragos.
En este momento de la antropogénesis interviene Momo recriminando al ser humano unas inclinaciones malsanas que hace a este género de seres un motivo de peligro y discordia en la Naturaleza. Momo acusa al hombre de ser curioso y querer siempre traspasar los límites de lo sagrado: tenderá a escudriñar los cielos para desentrañar sus misterios, pretenderá diseccionar los cuerpos de animales e incluso hombres para comprender su funcionamiento; e incluso irá de un extremo a otro de la Tierra para averiguar sus fronteras. Por esta actividad continua de los hombres y su curiosidad excesiva Momo propone que se le confunda con el aguijón del deseo, con la frustración y el miedo. A Hermes le satisface la sugerencia de Momo pero se conforma con establecer al Destino como cadena que ate a los hombres dentro de sus límites y les impida volver a sobrepasarse.
Aún así, una vez encarnados en cuerpos, las almas no pueden soportar la afrenta de su aprisionamiento y guerrean entre ellas, se extiende el crimen y el abuso en el mundo. Hasta los elementos claman contra la situación y Dios de nuevo impone orden en su creación a través de una emanación: Isis y Osiris enseñan a los hombres moralidad, filosofía y ciencia para que acaten su destino.
En esta segunda obra hermética vemos una valoración más deficiente de la naturaleza humana. La rebelión parece parte integrante de lo que somos, la soberbia y la incapacidad de obedecer a Dios hunde a la humanidad una y otra vez en el desastre sin que parezca posible una enmienda total. Solo unos pocos son capaces de comprender su destino y elevarse hasta el cielo. Aunque las almas han sido creadas con el aliento divino y son superiores a los animales, no tienen una semejanza divina tan estrecha como en el Poimandres ni como en el tratado siguiente que vamos a analizar, el Asclepio. Es sin duda, una de las interpretaciones más pesimistas de la naturaleza humana que encontramos en los textos del hermetismo.
Asclepio
Este tratado es uno de los más famosos de la tradición hermética. Se ha conservado en latín aunque también hay fragmentos de su versión griega y copta. La versión conservada es una traducción del original griego titulado Discurso Perfecto. Si contrastamos la versión latina con las otras vemos que los copistas se tomaron muchas libertades en la traducción, cambiando el nombre de algunas deidades greco-egipcias o añadiendo excursus que no aparecen en las versiones más tempranas. Es notable la influencia del estoicismo en este tratado: aparece la idea panteísta de que Dios es todo y los entes “miembros” suyos; también encontramos la idea de un espíritu omniabarcante emanado de Dios que lo vivifica todo. Bastante extenso si lo comparamos con otros textos herméticos, ha sido el tratado de esta escuela más influyente en la tradición filosófica occidental.
La primera digresión sobre la naturaleza humana (parágrafo 5-6) pone en evidencia la visión positiva sobre el ser humano. El hombre es un ser intermediario con capacidad de vincularse a Dios, a dioses, semidioses o démones según lo determine su voluntad. No está anclado en una naturaleza específica sino que puede mutar a otra ya que posee un pensamiento idéntico al divino. Lógicamente el hombre también puede degradar su naturaleza para animalizarse olvidando su origen superior, pero a diferencia del resto de criaturas que tienen asignados una función de la que no pueden escapar, únicamente el hombre posee esa capacidad de elevar su espíritu incluso por encima de los dioses hacia el Dios supremo, cosa que estos no pueden hacer.
Para comprender la importancia del hombre en la creación debemos saber que Dios creó un segundo dios visible a partir de sí mismo, este segundo dios es el Cosmos. Como Dios, en su bondad, quiso que existiera otro ser que pudiese contemplar la belleza del Cosmos, creó al hombre esencial que era pura idea. Como tal arquetipo no podía cuidar del Cosmos, lo revistió de alma y cuerpo, quedando así constituida la pluralidad de los seres humanos destinada a habitar y gobernar la tierra. Como novedad filosófica realmente inspiradora, este tratado explica que la función del hombre el también perfeccionar la obra de Dios; esa es la función de la técnica, las artes y las ciencias. Vemos aquí la interesante idea de que el hombre es un cocreador del Cosmos, un ser destinado a embellecer y mejorar la divinidad inherente del Cosmos creado. Al mismo tiempo, otra función del ser humano será atender al culto a la divinidad.
Por esto la materialidad del hombre no aparece como un castigo sino como una necesidad para que pueda cumplir su cometido de cuidar lo terrenal y alabar la divinidad. Existen dos imágenes de Dios: el Cosmos y el ser humano. El hombre al conocer al Cosmos se conoce a sí y conoce al Dios supremo del que es imagen; la investigación natural no solo está permitida por la espiritualidad hermética sino que es un deber religioso. El cuerpo no aparece como una prisión sino como una herramienta, aún así el hombre debe amar a su cuerpo como tal herramienta y no como algo como valioso en sí mismo; es como un carpintero que creyese que su arte está en los instrumentos que utiliza para manipular la madera y no en su conocimiento del arte. Por eso no debemos aferrarnos al cuerpo ni a las posesiones sino aceptarlas en tanto que sean necesarios medios para un fin superior: perfeccionar el cosmos y reconocernos en Dios. Si obramos correctamente y reconocemos nuestra identidad con Dios, la parte divina del hombre será restituida a su lugar original; los malvados serán castigados con la reencarnación en otros cuerpos más o menos perfectos.
El conocimiento tiene que estar orientado a los fines ya definidos, no debe ser nunca una “malsana curiosidad de espíritu” que pretenda saber por saber. Siendo el mal inevitable por el carácter generativo de la materia, Dios nos provee de conocimiento para que podamos precavernos del mal. Por ejemplo, existe enfermedad pero Dios nos da la ciencia médica para que sorteemos en la medida de lo posible ese sufrimiento. En esto se ve, una vez más, la superioridad del hombre frente a los dioses, ya que estos, a diferencia del ser humano, no tienen ni razón ni ciencia pues están alejados del mal y Dios les ha dado el orden de la necesidad como ley eterna. Es decir, aunque tengan un poder mayor que el hombre, ese poder nace de la necesidad y no de la voluntad ni de la ciencia. Los dioses son alabados por ese poder superior y cuidan del hombre con cariño merced a los rasgos de parentesco que los unen con ellos.
Dios crea de continuo dado su naturaleza andrógina. Que la conjunción entre lo femenino y lo masculino tenga la potencia generativa es un gran misterio y el acto sexual es una representación de ese misterio. Por ello se mantienen relaciones sexuales en secreto, no porque sea en sí mismo vergonzoso el acto sino porque manifiesta un misterio que los ignorante no comprenden y lo toman como algo lubrico o risible. Siendo la androginia un rasgo de la divinidad, la unión del hombre y la mujer es un símbolo de esa perfección divina.
Tal es el poder divino del hombre que no solo alaba a los dioses celestes sino que es capaz de crear dioses. Mediante ritos mágicos construye estatuas, les insufla espíritu y estas cobran vida. Estas estatuas son capaces de prever el futuro, conceder dones o curar enfermedades como se puede ver en los templos de los egipcios. Así cumple también el ser humano la tarea antes descrita de perfeccionar el cosmos, no solo con las ciencias y las artes sino también con la teúrgia sagrada que adorna las ciudades y regiones con nuevas divinidades.
Conclusiones:
El término hermetismo se ha popularizado a día de hoy de tal manera que su uso actual difiere de la escuela filosofósico-religiosa que lo originó. Aún así es innegable la influencia que tuvo este movimiento en el Renacimiento y en la conformación del primer cristianismo. El Asclepio plantea cuestiones metafísicas profundas basadas en una original antropología, el papel positivo y casi sagrado del conocimiento y la técnica abre la posibilidad de una ciencia fundamentada en un sentido intrínseco, en donde el progreso humano es un progreso en la creación cósmica. Las semejanzas que tiene esta idea con la percepción de la dialéctica como movimiento con sentido y la apertura a la historicidad que presupone no dejan de ser inspiradoras.
Cualquier progreso moral de la Humanidad ha venido amparado con un optimismo antropológico del que hoy estamos muy lejos. En épocas de crisis el hombre deja de reconocerse en el cosmos y por tanto deja de reconocerse en sí mismo y en sus semejantes. Hoy los presupuestos metafísicos monistas de algunos textos herméticos no son aplicables, están desgastados y no concuerdan con el desarrollo de nuestra comprensión. No obstante, la importancia que tiene en este sistema de pensamiento el carácter andrógino-dual del primer principio, puede ser un modo de conceptualizar metafísicamente lo real cuyas posibilidades no han sido del todo exploradas.
fuentes:
Textos Herméticos en la traducción de Xavier Renau Nebot para la editorial Gredos
https://symbolos.com/torres_kore_kosmou.htm
https://symbolos.com/corpus01.htm#n13