Realidad, conciencia y tiempo
2“Mi mente y el mundo están compuestos por los mismos elementos. Lo mismo ocurre para todas las mentes y sus respectivos mundos, a pesar de la insondable abundancia de interacciones mutuas. El mundo me es dado de una sola vez: no uno existente y otro percibido. Sujeto y objeto son una sola cosa.”
Erwin Schrödinger; Mente y materia; “El principio de objetivización”, traducción de Jorge Wagensberg para la editorial TusQuets.
La idea que esboza Schrödinger en la frase anterior tiene siglos, milenios de antigüedad, sobre todo en el pensamiento oriental. Pretende constatar que lo que consideramos mundo objetivo aparece como un hecho subjetivo; igualmente nuestra conciencia no aparece como tal si no es desplegada en una objetividad. Si levantamos la vista de este texto que leemos y observamos un objeto cercano, en principio el objeto se aparece como externo a nosotros, pero tal aparecerse es un acto que se manifiesta en nuestra mente consciente. Lógicamente tenemos la tendencia a pensar que el objeto observado tiene una existencia en sí, independiente de que sea observado o no; pero al intentar dilucidar la naturaleza en sí de tal objeto nos encontramos con una aporía: no podemos saber cómo es el objeto cuando no es captado por la mente ya que solo podemos imaginarlo como proceso mental. En conclusión, no tenemos ni idea de que sea el objeto en sí mismo, sin mente observante, todo lo que digamos de “la cosa en sí” son meros prejuicios o suposiciones. Esto, que parecerían vanas especulaciones filosóficas, ha sido corroborado por la misma ciencia positiva.
“Esto significa que nuestra observación afecta al objeto. No es posible obtener conocimiento sobre un objeto si se lo mantiene estrictamente aislado. La teoría afirma que esta perturbación no es irrelevante ni completamente controlada. Es decir, tras cualquier número de cuidadosas observaciones, el objeto queda en un estado del que se conocen ciertas cosas (las últimas observadas), pero otras (las interferidas por la última observación) no se conocen o no lo son con precisión. Así se explica porqué no es posible dar una descripción completa de cualquier objeto físico.”
Erwin Schrödinger; loc. cit.
Al observar un ente adquirimos conocimiento sobre él a costa de perturbarlo, esto implica que el objeto que denominados real está mediatizado por la observación misma. Se añade el hecho, corroborado experimentalmente, de que un objeto no observado está en esencia indeterminado y solo queda rescatado de tal indeterminación por el acto de observarlo. Utilizando una expresión de Schopenhauer podemos decir que el mundo es una representación, una imagen mental que concibo como lo objetivo. Pero llegado a este punto ¿es esa representación real? ¿Corresponde lo representado a lo que existe en sí? Este es el viejo dilema que plantea la posibilidad de que lo que considero objetivo no tenga, en realidad, mayor consistencia que el de un sueño persistente. En Occidente, durante el Barroco la posibilidad de que el mundo no fuera más que un sueño fue sostenida por literatos como Calderón de la Barca o filósofos como René Descartes; hoy en día, con el desarrollo de la realidad virtual, la cuestión es si podemos estar seguros de que no vivimos en una simulación elaborada. Indudablemente la hipótesis de que no existe una correspondencia entre lo real en sí y nuestra representación mental del mundo es una hipótesis atractiva e intelectualmente sugerente. Permite comprender los límites de nuestro conocimiento y hacernos conscientes del carácter representativo del mundo pero, desgraciadamente, esta hipótesis no es, a día de hoy, corroborable y es totalmente inoperante.
No es corroborable porque aún no se ha diseñado un experimento que permita falsar esta hipótesis. La manera más obvia de demostrar la hipótesis de la simulación sería salir de ella, ver cómo es el mundo realmente y observar las diferencias entre el mundo no simulado y el simulado. Nadie ha sido capaz de realizar esta experiencia y hacerla reproducible. Otra manera podría ser buscar incoherencias dentro de la misma simulación pero ¿cómo definimos el concepto “incoherencia” si no conocemos la coherencia del mundo que existiría fuera de la simulación?. Descubrimientos futuro podrían servir para falsar este teoría, sin embargo, hasta hoy en día no se ha avanzado lo más mínimo en esta dirección. La hipótesis de que nuestra representación del mundo es una simulación no solo no es corroborable sino que es una hipótesis inútil para ampliar el marco explicativo, violando el principio de la navaja de Occam. Este principio sostiene que entre dos hipótesis explicativas debemos decantarnos por la más simple siempre que ambas expliquen lo mismo; solo se admite una hipótesis más compleja cuando esta explique mejor o más ampliamente la realidad. La hipótesis de la simulación es más compleja que la teoría de que nuestra representación del mundo es real ya que para aceptarla debemos admitir un supuesto extravagante que además, como hemos visto, no es corroborable. Todo lo anterior hace que el sentido común y la ciencia descarten la hipótesis de la simulación como inoperante. Esto no quiere decir que no sea cierta, descubrimientos futuro podrían apoyarla, por lo que podemos decir que tenemos un convencimiento moral de que no vivimos en una realidad simulada, aún cuando no existe ninguna certeza metafísica de esta convicción.
Asumimos también como verdad intuitiva o convencimiento que las otras personas que percibo son sedes de conciencias similares a la mía. Ahora bien, siendo las mentes plurales ¿es el mundo proyectado por cada una de ellas el mismo? Schrödinger en “La paradoja aritmética: la unicidad de la mente”, dentro del libro citado, pretende responder a esta cuestión. Las conciencias son singulares, sin embargo, el mundo-representación que captan parece unificado ¿cómo es esto posible?. Para explicar esto el físico propone rescatar la idea que encontramos en los Upanishads que sugiere la existencia de una mente única del que nuestras conciencias particulares serían meros fragmentos (identidad entre Brahman y Atman). Al ser el mundo representado uno, es lógico aceptar que la mente que hace manifiesta tal representación sea a su vez única.
Para entender la idea de la mente universal defendida por el autor podríamos usar una metáfora. Asumamos que cada una nuestras neuronas se relaciona con las neuronas de su entorno inmediato haciendo emerger nuestra conciencia en los miles de millones de interacciones que se producen dentro de nuestro cerebro; a pesar de que cada célula realiza funciones complejas dentro del sistema, no es capaz de percibir ni imaginar qué es la conciencia de la que ella es una minúscula parte. La teoría de la mente universal asume que esa posición de la neurona es aplicable a cada conciencia individual que se relaciona con otras conciencias; de esa interrelación podría haber emergido una mente universal que sería inconcebible para las mentes particulares que la posibilitan. Aunque es inviable comprender tal mente universal y su modo de conciencia, sí podríamos percibir su influencia tanto en individuos como en grandes masas; del mismo modo que nuestros procesos conscientes influencian tanto en neuronas concretas como en agrupaciones de ellas. Por tanto, sería factible diseñar experimentos que pudieran captar esos efectos e, incluso, predecirlos, abriendo las puertas a una nueva comprensión de lo real.
“La mente es, por su propia naturaleza, un singulare-tantum. Yo diría que: todas las mentes son una sola. Me atrevo considerarla indestructible, ya que tiene una peculiar tabla de tiempos, esto es, para la mente es siempre ahora. No existe, en realidad, el antes y el después para la mente. Sólo existe un ahora que incluye memorias y expectativas. Pero doy por seguro que nuestro lenguaje es incapaz de expresar esta cuestión.”
Erwin Schrödinger; Mente y materia; “La paradoja aritmética: la unicidad de la mente”, trad. cit.
Este fragmento, además de establecer la hipótesis de la mente única plantea otro problema metafísico fundamental: ¿hasta qué punto el tiempo es real? ¿qué relación existe entre mente y tiempo? En otro artículo titulado “Ciencia y religión” el físico austriaco analiza esta cuestión de la temporalidad citando a Boltzmann quien, trabajando en el campo de la termodinámica, postuló que la irreversibilidad del tiempo era, realmente, un mero fenómeno estadístico.
Asumiendo las críticas no solo de Boltzmann sino también las de Kant y Einstein a la idea newtoniana de tiempo absoluto, ¿es factible afirmar que el tiempo y su trascurrir no son más que una ilusión pretenciosa de la mente consciente? Lo podríamos denominar como el prejuicio de la unicidad del aquí y el ahora. Tendemos a considerar que el tiempo es un flujo unidireccional, así estructuramos el mundo; mi yo, que ahora escribe esto, piensa que su aquí y su ahora será pasajero pero que su ahora coincide con el ahora de todas las conciencias actuales y que las conciencias pasadas y futuras o ya no existen o aún no son. ¿Dónde quedó el yo de nuestro primer recuerdo infantil? Pensamos que ha desaparecido, que ha sido sobrepasado por nuestra conciencia actual que es la que es, la verdadera. Concebimos el tiempo como el espacio, como un transcurrir continuo, lo que queda atrás, lo que queda delante y entre ambos el ahora. Así como el surfista se mueve en la ola, dejando atrás lo ya recorrido, nosotros pensamos que nuestra conciencia única es la que percibimos en este aquí y en este ahora. Pero volvamos a la pregunta inicial ¿dónde está mi conciencia de hace unos minutos? ¿realmente desapareció? Nada indica que tenga ser así, las diferentes momentos de mi conciencia podrían coexistir como un todo, el tiempo es la ilusión que engarza un yo pasado con un yo presente y futuro; cada uno de esos yos piensa ser el “actual” pero todos podrían coexistir en otro nivel de realidad ajeno al fluir temporal. El tiempo no tiene por qué extenderse como el espacio, la metáfora del surfista debe ser sustituida por la de un collar de cuentas. Cada cuenta representa un yo en un tiempo dado, el hilo conecta los diferentes yos pero el flujo del tiempo no destruye las cuentas anteriores; todos mis estados de conciencia existen en esa realidad metatemporal, tantos los futuros como los pasados. Lo que hace “especial” a mi yo actual no es diferente a lo que lo hacía a mi yo pasado: la percepción de que mi ahora es el ahora absoluto, pero esa percepción bien podría ser un error. Esta conceptualización del tiempo y la conciencia no implica determinismo, de hecho la metáfora del collar de cuentas resulta demasiado simplificadora, desde la perspectiva de la atemporalidad el orden de causas y efectos no solo ocurren del pasado al futuro sino también a la inversa como parecen sugerir algunas investigaciones científicas actuales. A su vez, la conciencia atemporal no sería algo ya dado que meramente se manifiesta en el flujo temporal sino que la manifestación y determinación del yo en el tiempo serían fenómenos idénticos desde la perspectiva atemporal del yo. A pesar de lo arriesgado de la propuesta, este modo de comprender la relación entre conciencia y tiempo pretende llevar a sus últimas consecuencias aquellas teorías que asumen que el tiempo no es algo que existe en sí, sino que, más bien, es un a priori de la misma subjetividad que se despliega en nuestro modo de acceder a lo real.
A mí me parece que es un buen relato que te ayuda a ver las cosas como son en realidad, o almenos eso parece
La determinación del yo en el tiempo se pluraliza al ponerse en comparación con otras conciencias o sucesos ¿Acaso concibiriamos el tiempo sin estos puntos de partida?
La abstracción del tiempo depende de nuestra manera y capacidad de distinguir varios eventos, el tiempo se estira, se expande, se contrae dependiendo de las necesidades del receptor, siendo producto de una percepción secuencial de determinadas situaciones y una inminente interacción con la materia circundante.
Wake up