La secularización y el futuro de la religión
0Se entiende por secularización el proceso mediante el cual la religión deja de ser el eje vertebrador de la identidad de la mayoría de los individuos en una sociedad dada. Desde la Ilustración se ha venido pregonando que el desarrollo científico y material llevaría, progresivamente, al abandono de la religiosidad, entendida esta como una especie de superstición irracional a la que se aferran los individuos faltos de formación intelectual en situaciones materiales adversas. Con el mejoramiento de la educación y del progreso científico, la religión perdería unos importantes cimientos en donde asentarse. Esta idea ilustrada se fundamentaba en la observación de las religiones primitivas que se ven sujetas a cambios importantes o incluso desaparición, según las condiciones socio-económicas se transforman.
El análisis ilustrado de la evolución del hecho religioso se ha constatado en fenómenos concretos de nuestra historia reciente; posiblemente tal análisis sea incompleto y deba matizarse pero no podemos negar que la secularización es una realidad no solo en las sociedades occidentales sino también, en el resto de la comunidad global. De la mano del posmodernismo tanto la izquierda blanda como el neonacionalismo religiosamente identitario, han pretendido negar el hecho de la secularización desde posicionamientos antiilustrados, es decir, desde perspectivas regresivas. La izquierda blanda acusa a la secularización de ser un fenómeno eurocéntrico, que niega la pluralidad de los sentimientos religiosos entre la población migrante o en culturas no occidentales. En algunas ocasiones, esa crítica al secularismo se mezcla con pamplinas pseudoespirituales, refritos de supuestas “religiones ancestrales” e incluso complicidad ante ciertas costumbres religiosas contrarias a los derechos individuales pero que se justifican cuando son perpetradas dentro de comunidades religiosas minoritarias migrantes.
El nacionalismo que reivindica la religión como seña de identidad, por su parte, también niega la secularización; la religión se conceptualiza como un sistema de creencia que refuerza la identidad nacional. Dentro de esa lógica se concibe la secularización como un simple error de análisis, incluso como un riesgo al que combatir ya que la secularización pretende socavar las identidades de los pueblos para imponer un globalismo más o menos terrible.
Pero los hechos son tozudos y la historia no vuelve sobre los pasos ya andados. Es una realidad constatada por las estadísticas que el desarrollo económico y el avance de la ciencia lleva aparejado un abandono de las creencias espirituales; este proceso no es tanto una negación radical de la realidad sacra como una progresiva atenuación del sentimiento religioso que lleva, ocasionalmente, al rechazo frontal. Y este fenómeno no es eurocéntrico ya que, precisamente, las sociedades menos religiosas del planeta están en Oriente. Las paupérrimas situaciones económicas de algunos pueblos o minorías pueden fomentar puntualmente la religión e, incluso, el fanatismo como refugio identitario ante esas circunstancias materiales adversas, no obstante, esto no contradice el secularismo sino que más bien lo refuerza pues, viene a mostrar que pobreza material y falta de formación científica están estadísticamente relacionado con una mayor religiosidad.
El proceso de secularización puede verse frenado por decisiones políticas, por ejemplo, el fomento de ciertos credos dentro de un estado. No obstante, el apoyo que reciben las religiones por parte de la política es un arma de doble filo ya que, al asociarse ciertas conductas políticas censurables, como la corrupción, al hecho religioso que tales autoridades políticas promueven, la pérdida de credibilidad en los líderes políticos acaba provocando una pérdida de credibilidad hacia la misma religión que estos defienden. Además, siendo el sentimiento religioso una vinculación íntima del individuo a un sistema de creencias dado, el estado puede influir pero no determinar la evolución de este sentimiento; de tal modo, un estado definido políticamente como religioso que se desarrolle económica y científicamente no podrá evitar la secularización.
Ciertamente, no sería la primera vez en la historia de la Humanidad que sociedades enteras abandonan progresivamente sus creencias religiosas. El fenómeno de la secularización, en este aspecto, no es novedoso; podríamos incluso encontrar paralelismos muy evidentes entre otros procesos de secularización y el actual. Cuando una sociedad llega a un nivel de racionalización material de su entorno natural y humano, indefectiblemente los individuos empiezan a desligarse del culto religioso general y a vivenciar la religión como algo más personal. Poco a poco, la celebración religiosa pierde su carácter sacro y pasa a ser una fiesta sin más; el sentimiento religioso de los individuos se aleja de la ortodoxia para abrazar creencias eclécticas de procedencias diversas. En procesos de secularización anteriores, este eclecticismo propició que los sentimientos religiosos de las comunidades cristalizasen en otro sistema de religioso; desde que tenemos registro escrito, estos nuevos movimientos religiosos que surgen en tiempos secularizados no son religiones originales en sí mismas, sino que se presentan como sectas o divisiones dentro de otras religiones ya establecidas; ejemplo de ello es el cristianismo, el budismo, el islamismo, etc.
La pregunta lógica es si el actual proceso de secularización seguirá la pauta de los anteriores y en un futuro más o menos cercano surgirán nuevos fenómenos religiosos o, por el contrario, el nacimiento del pensamiento científico supone un cambio disruptivo que pondrá fin definitivo a las creencias religiosas.
Para dilucidar esta cuestión debemos definir qué es la religión en general. William James en su obra “Variedades de la experiencia religiosa” encuentra dos rasgos fundamentales en la religión, ya sea de una pequeña tribu cazadora-recolectora o de una sociedad fuertemente sistematizada. La primera característica es que los creyentes asumen la existencia de realidades que no son tangibles y que, aún así, son más reales que lo que podemos percibir. Lo sagrado es lo real por excelencia, el creyente lo percibe como algo solemne, amado y temido al mismo tiempo. Esta creencia se complementa con la segunda, según la cual el creyente en una determinada religión asume que si se atiene a las normas que emanan de esa realidad trascendente-sagrada, será una persona más feliz. Ya sea que nuestro dios nos provea de bienes, ya sea que cumpliendo un tabú evitemos un mal; el hombre religioso cree que el conocimiento de esa realidad sacra le permitirá guiarse con mayor éxito en la vida.
Resumiendo, podemos entender que la religión satisface una necesidad metafísica: conocer la realidad última; y otra necesidad práctica: saber cómo adaptarse al mundo para ser feliz. La ciencia, irónicamente, satisface la segunda necesidad mucho mejor que la religión, no así la primera. Pongamos un ejemplo para entenderlo mejor. Una persona religiosa ve que su hijo sufre una enfermedad potencialmente mortal, en una sociedad no desarrollada científicamente, casi el único recurso para salvar a su progenie es el ritual religioso. Más allá del debate de si el ritual de curación es útil o no, el rito dota a esa persona de una opción curativa y de la confianza de que es posible hacer algo para evitar la muerte de su vástago. Sin embargo, este poder práctico de la religión es mucho mejor satisfecho por la ciencia, tanto es así que en poblaciones sin acceso a medicina científica, las personas que quieren curarse luchan por acceder a estos métodos curativos científicos y solo si no es factible tal acceso persisten en sus rituales religiosos para sanar al enfermo. No todos los problemas vitales de índole práctica son como el que he puesto para ilustrar la cuestión, aún así es innegable que el cuidado de la salud está hoy en manos de la ciencia con una mayor eficacia que la religión como demuestran, v.gr., las tasas de muerte infantil en las sociedades desarrolladas. Ya que la medicina no puede evitar toda enfermedad, la religión sigue persistiendo ante ciertos problemas de salud; pero precisamente esta situación muestra el triunfo de la ciencia en este aspecto práctico: el enfermo creyente se toma la pastilla y reza para curarse; aquel que abandona el tratamiento médico con la confianza de que su fe sin más le salvará, adopta un comportamiento cuanto menos extravagante incluso para la mayoría de los creyentes. Como dije, esto es un claro ejemplo de que la ciencia en general y el progreso social y tecnológico han permitido al ser humano liberarse de muchos temores de índole práctica que antes lo tenían vinculado ineludiblemente a la religión.
Pero mientras que la ciencia a un nivel pragmático se ha mostrado más efectiva para paliar el sufrimiento material que la religión, no parece tan efectiva a la hora de satisfacer la necesidad metafísica del hombre. La ciencia positiva, de hecho, tiene un carácter eminentemente antimetafísico ya que al ser un modo de pensar abierto es siempre susceptible de refutación; sus teorías son provisionales y revisables; y sobre todo la verdad de la ciencia se concreta en el cálculo y no en la vivencia. Este pensamiento abierto es el fundamento de la rápida adaptabilidad y progreso material de la Humanidad en los últimos dos siglos, pero no es un modo de pensamiento que satisfaga la necesidad humana de comprender lo real, de hallar un sentido intrínseco a la realidad manifiesta. De hecho:
“… para los modernos desprovistos de religiosidad, el cosmos se ha vuelto opaco, inerte, mudo: no transmite ningún mensaje, no es portador de ninguna clase.”
Mircea Eliade; Lo sagrado y lo profano; capítulo iv “Existencia humana y vida santificada”; traducción de Luis Gil Fernández para Ediciones Paidos.
El autor citado, junto con otros muchos estudiosos de la historia de las religiones, ha subrayado el hecho de que la búsqueda de una explicación trascendente a los fenómenos a través de lo religioso ha sido una constante en la historia humana. Del mismo modo que encontramos valoraciones estéticas en todas las culturas aún cuando las definiciones de lo bello y lo feo difieran enormemente; igualmente el hecho religioso es un fenómeno universal en nuestra historia hasta hoy. No podemos negar, por tanto, esa apertura a la trascendencia pero tampoco podemos obviar que el fenómeno de la secularización en el que estamos inmerso no tiene los mismos rasgos que otras secularizaciones que han acontecido en contextos históricos de crisis. A diferencia de esas secularizaciones que alumbraron nuevas religiones, a día de hoy el proceso de desacralización viene acompañado por un conocimiento natural que garantiza mejoramientos materiales incuestionables como es la ciencia.
En mi opinión, el actual proceso secularizador aún cuando tiene características peculiares si lo comparamos con otros procesos similares en la historia, no supone un fenómeno tan disruptivo que acabe definitivamente con la religiosidad. Indudablemente el mapa religioso del mundo se verá profundamente transformado en los próximos decenios, las religiones clásicas reducirán el número de fieles significativamente y sufrirán transformaciones que eventualmente las pueden llevar a desaparecer. Esto ya ha pasado en procesos de secularización anteriores, en donde las religiones morían cuando no satisfacían las necesidades espirituales de sus creyentes.
La ciencia satisface las necesidades prácticas que antes satisfacía la religión, además nos ha liberado de miedos irracionales. Sin embargo, nuevos miedos, nuevas ansiedades e incertidumbres aparecen ante nosotros; así mismo, la necesidad de apertura a una realidad trascendente a nosotros no es cubierta por la ciencia ni por el desarrollo material, por lo que la necesidad sigue insatisfecha y provocará el surgimiento de nuevos modos de religiosidad que sustituirán a los hoy hegemónicos. Las nuevas religiones no podrán ser ajenas a los avances de la ciencia, es decir, sus interpretaciones metafísicas de la realidad no contradecirán la visión naturalista de la ciencia positiva sino que pretenderán complementarla. Asimismo, en el ámbito práctico deberán satisfacer necesidades mundanas que la ciencia es incapaz de solventar; este ámbito práctico no utilizará, al menos sustancialmente, los actos de fe (rezos, promesas, plegarias…) para obtener progresos vitales sino se fundamentará en técnicas concretas mentales y corporales que promuevan cierta fortaleza anímica en sus practicantes. La extensión de técnicas de meditación y ejercicio de movimientos pautados en las sociedades secularizadas actuales posiblemente apunte a rasgos que serán característicos de la nueva religiosidad del mañana.