¿El desarrollo económico nos hace más felices?
0 Hace apenas un siglo los europeos aún colonizábamos otras culturas, por nosotros consideradas “primitivas”. Prohibimos el amor libre como algo propio de salvajes e instauramos que la unión de un hombre y mujer solo es legítima bajo el amparo del sagrado vínculo del matrimonio; o prohibimos la desnudez como algo propio de animales y ocultamos el cuerpo de los hombres y las mujeres con vestimentas y pudor. Destruimos la sociedad tribal en África en aras de una sociedad estatalista en donde el individuo, la persona particular no tenía más valor que un cero a la izquierda.
Hoy comprendemos que aquella visión era reduccionista, una perspectiva que partía de prejuicios ancestrales que no percibíamos como tales. Mi pregunta en este artículo es si hoy en día las cosas han cambiado sustancialmente. No voy hablar del colonialismo económico ni político, eso son hechos evidentes por sí solos, tampoco me centraré en la destrucción de las sociedades tribales ni de los ecosistemas. Hoy quiero hablar del concepto de felicidad que desde occidente importamos a esas culturas, que consciente o inconscientemente seguimos considerando primitivas.
En primer lugar, me gustaría dejar sentado que considero que la felicidad social e individual es difícil, por no decir imposible, en situaciones en donde la subsistencia es algo precario. En otras palabras, considero un hecho que una persona o pueblo que carezca de los recursos básicos de alimento y cobijo tiene complicado alcanzar un nivel de autodesarrollo medianamente aceptable.
Dicho esto, cuando veo las campañas para el “desarrollo” que ONGs occidentales llevan adelante en países pobres, no puedo evitar pensar que esas campañas se gestan bajo la idea preconcevida, muy occidental, de que el desarrollo económico y de infraestructuras es directamente proporcional a la felicidad que una sociedad puede alcanzar. Yo me pregunto ¿es eso así realmente?
En los países ricos el índice de depresiones sube casi proporcionalmente al nivel de riqueza, cuanto más desarrollo económico, podríamos decir, mayor posibilidad de vivir en una sociedad psicológicamente deprimida. No voy a citar aquí las consabidas estadísticas de suicidios en los países industrializados frente a los países en vías de desarrollo. Yo no creo que la pobreza o, mucho menos, la indigencia esté asociada a la felicidad; pero, mucho menos creo que la dicha de una sociedad dependa del nivel de riqueza.
Países como el nuestro en donde la opresión política, la falta de amor a la libertad, el deterioro del medio, la desnaturalización de las relaciones humanas, y otras circunstancias igualmente desgraciadas forman parte de nuestro día a día, no puede ni debe dar lecciones de una “vida mejor” a los países pobres. ¿Es realmente el desarrollismo fuente de felicidad? Creo que el desarrollo nos hace más cómodos, más exigentes y nos lleva construir una felicidad más frágil que depende de cosas y no de relaciones humanas o de estados anímicos propios, pero dudo mucho que nos haga más felices.
Recuerdo un cuento que no sé donde escuché. Un norteamericano vio que un pescador mexicano solo trabajaba tres horas al día, vendía su pescado y así tenía suficiente para alimentar a su familia. Le preguntó por qué no trabajaba más horas para sacar más dinero. El pescador le dijo que para qué quería más dinero. El norteamericano le respondió que si trabajaba más horas podría ahorrar y en la vejez no tendría que trabajar, estaría con sus amigos, con su familia y descansaría en su casa. A lo que el pescador respondió ¿para qué voy a esperar a la vejez si trabajando tres horas al día tengo tiempo para eso ya ahora?