INTRODUCCIÓN I: Esbozo de la actual situación de crisis global
0Como indica su nombre este ensayo pretende analizar el actual sistema educativo y las disfunciones más relevantes que sufre. Por mi experiencia como docente dentro del sistema educativo español me centraré en él para realizar el análisis, sin embargo, considero que algunas de estas conclusiones son extrapolables a sistemas educativos de otros estados.
Este escrito era un proyecto que tenía en el pensamiento desde hace algunos años, y si hubiese redactado estos textos antes no sería necesario analizar, al menos de pasada, la situación de profunda crisis económica, ecológica y social que padece la sociedad mediterránea, occidental y, como es evidente ya, la sociedad global.
Hace apenas unos años occidente estaba seguro de la bizarra doctrina del crecimiento infinito. Esa extraña ficción, innegablemente, nos proveyó durante un tiempo de recursos materiales como antes nunca habíamos conocido, no solo teníamos sistemas de asistencia sanitaria y educativa sino que la alimentación parecía estar garantizada para todos. Los excedentes fruto de esa fe eran, y son aún en muchos países, invertidos en lujos más o menos necesarios tanto para los estados-naciones como para los individuos concretos.
Pero el proyecto capitalista presenta dos fallas radicales. La primera es de naturaleza moral y nos obliga a preguntarnos sobre el modelo de conducta ética que ha sido necesario implementar en la población para sustentar este sistema de insaciabilidad y consumo. La avaricia, conducta moral tan censurada, junto con la usura, en la no tan lejana edad media, se ha convertido en uno de los motores del actual sistema de producción. Al mismo tiempo, los aparatos de propaganda para el consumo, se han empeñado en generar en los países capitalista una insatisfacción ficticia y, por tanto, insatisfactible en sí misma. La población no lucha o se frustra porque en el territorio en el que vive no se conviva con igualdad, justicia o sostenibilidad; se frustra cuando sus ingresos no les permite adquirir tal o cual fetiche de consumo. Cuando esta insatisfacción ficticia se une al fomento de valores morales como la codicia, la soberbia y la indiferencia al sufrimiento ajeno, construimos sociedades como la actual, a la que no importa que se derrame sangre inocente en Irak para que podamos ir a la panadería en coche. No digo que todos los miembros de los países capitalistas vivan y sientan de este modo, me atrevería a decir que la inmensa mayoría viven o han vivido en el desconocimiento de la insostenibilidad del actual sistema de consumo y de los “daños colaterales” que esta insostenibilidad provoca. Esta es una de las razones por las que la educación será el motor fundamental de la nueva sociedad que está por nacer.
La segunda falla del capitalismo es de naturaleza ontológica: lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. El capitalismo parte del presupuesto del crecimiento infinito que será espoleado por un consumo también incesante. Antaño esta visión ingenua tenía sentido: amplias llanuras y selvas inexploradas se extendían por doquier en el planeta; sin embargo, el crecimiento demográfico global y los daños irreparables que estamos haciendo al medio nos dan de bruces con el carácter ficticio de tal tesis. Es imposible un crecimiento infinito en un planeta finito en sentido material. Con “en sentido material” quiero decir que podemos crecer en conocimiento y en tiempo de ocio, podemos perfeccionar los servicios sociales, pero no podemos pretender que la adquisición de recursos manufacturados se pueda mantener hasta el infinito cuando las materias primas y la energía empleadas en la elaboración de esos productos son bienes finitos o se renuevan a una velocidad más lenta que nuestra velocidad de consumo. Este mentalidad, en último término, está detrás de la mayoría de las guerras que asolan el planeta; pues, usando un ejemplo, si en una fiesta hay un pastel para diez personas y yo solo me como la mitad, es seguro que el resto o tendrá muy poco para comer o no tendrá nada. Y si esperamos que los que no tienen nada callen y consientan, esperamos un imposible.
De hecho, las revueltas en los países mediterráneos como Grecia, Libia, Túnez o España, entre tantos otros, parecen apuntar a una tenue conciencia colectiva de esa insostenibilidad material y moral que arraiga en el corazón mismo del capitalismo. Es inviable, parecen querer decir cientos de miles de ciudadanos de todo el mundo, un sistema que desvía hacia unos pocos las riquezas creadas por todos, a costa de conculcar, entre amplias capas de población, los derechos básicos reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Pero, estos hombres y mujeres que se han visto compelidos a usar el supremo recurso de la rebelión contra la tiranía, no solo destruyen y socavan los cimientos de una sociedad corrupta e injusta, sino que son reflejos y constructores del nuevo paradigma social.