Síntomas del agotamiento del actual sistema educativo
1 En este artículo voy a glosar brevemente los síntomas objetivos que, a mi juicio, muestran el agotamiento del sistema educativo actual.
En primer lugar, es evidente que el nivel del fracaso escolar que existe en muchos países no es coherente con la realidad social. En España, el fracaso escolar ronda el treinta por ciento, así que cabe preguntarse si efectivamente un treinta por ciento de la población española es inútil. La respuesta, si observamos que muchos de esos alumnos encuentran, mal que bien, un trabajo al abandonar los institutos, es que no. La educación, por tanto, no alimenta ni sostiene las potencialidades de todos los miembros de nuestra sociedad sino solo de una pequeña parte. Aunque podría parecer que un sistema que satisface las necesidades formativas de siete personas de cada diez es un sistema relativamente exitoso, no es así. En primer término porque ninguna persona, en su sano juicio, renunciaría de grado a un treinta por ciento de sus potencialidades. ¿Quién querría ver disminuidas sus capacidades intelectuales o físicas aunque fuera en una porción menor al treinta por ciento? Cuando nuestra visión empeora, vamos al médico, no nos decimos “bueno con lo que aún puedo ver es suficiente para ir tirando”. Una sociedad que asume como normal la pérdida de un treinta por ciento de su potencialidad, es una sociedad enferma y que cava su propia tumba. Si además añadimos a esto que en muchas ocasiones en ese treinta por ciento encontramos a niños con capacidades superiores a la media que sufren desmotivación, como ha sido sobradamente demostrado por múltiples estudios, comprenderemos que es necesario desde ya plantear una profunda reflexión sobre las causas radicales de las actuales cifras de fracaso escolar. Y subrayo las palabras profunda reflexión, porque hasta ahora las instituciones públicas lo único que han hecho a ese respecto es maquillar estadísticas y dejarse asesorar por esos burócratas de la educación que se autodenominan pedagogos. La anécdota de las dificultades o la relativa mediocridad académica que demostró Einstein en sus estudios reglados, es antes un síntoma que una mera anécdota, máximamente cuando no es un hecho puntual. ¿Qué ocurriría si ese treinta por ciento de supuestos fracasados tuvieran una educación que se adaptase a sus necesidades y potencialidades diversas?
Pero la insuficiencia de nuestro sistema educativo no solo se muestra a través de los que oficialmente fracasan. Un porcentaje aún mayor percibe sus estudios como una obligación inútil y desvinculada de su vocación o futuro. Y no les falta razón.
Es difícil que alguien cuyo sueldo dependa del mantenimiento del actual sistema educativo, califique los conocimientos que se imparten en ese sistema como parcial o totalmente inútiles. La razón es evidente: nadie muerde la mano que le da de comer. Del mantenimiento del actual sistema depende el bienestar económico de mucha gente, son precisamente esas personas las que construyen y mantienen ese sistema; esas mismas personas, por cierto, son las que son escuchadas por las instituciones públicas cuando se debate sobre educación. Así que puede resultar irónico para muchos que sea precisamente un profesor de filosofía el que declare que la mayoría de los conocimientos y procedimientos que se imparten en la enseñanza secundaria son inútiles, irreales y acomodados a intereses ajenos a la formación integral del alumnado, pero la realidad es esa.
Me voy a centrar en el campo que conozco para no divagar demasiado. En la enseñanza de las disciplinas humanísticas el actual sistema prima la memorización y el aprendizaje de esquemas simplificados frente a la adquisición de procedimientos objetivamente útiles. Puedo estar de acuerdo en que conocer en profundidad la filosofía de Schopenhauer es relativamente inútil para el bachiller o el estudiante de la secundaria obligatoria; lo que es de utilidad evidente es saber comprender el lenguaje argumentativo y ser capaz de redactar textos fundando una opinión. ¿Qué se enseña en el actual sistema educativo? Lo primero frente a lo segundo. Hasta tal punto llega la degradación de los estudios humanísticos que en más de una ocasión he tenido que solicitar variar la programación de un departamento, o la he tenido que rehacer yo mismo cuando he sido jefe de departamento, porque la programación no contemplaba la posibilidad de usar textos filosóficos en clase; es decir, la única herramienta de lectura era el libro de texto… en donde, cosas de la vida, raramente hay textos. ¿Si la filosofía no sirve en la secundaria para leer filosofía y adquirir comprensión lectora, para qué sirve? Pues bien, este distanciamiento entre las necesidades del alumno y lo que se le ofrece, me atrevo a decir, es extrapolable a la mayoría de los ámbitos de conocimientos que se imparten en los institutos. La razón es sencilla: es más fácil y cómodo para el profesor repetir machaconamente unos apuntes o unos ejercicios simplificados y que ni siquiera han sido formulados por él, que atreverse a leer junto con sus alumnos textos o resolver dudas o, en definitiva, asumir que los niños y adolescentes son un elemento activo en la construcción del conocimiento. Y solo dándoles ese papel, solo alimentando su instinto indagador, se creará un conocimiento útil y válido. ¿Por qué no se adopta este sistema? Ya lo he dicho, la primera razón es la comodidad del docente, pero también hay un motivo más profundo: si dejamos que los alumnos construyan el conocimiento corremos el riesgo de quedar en evidencia. Si dejamos que su curiosidad guíe el aprendizaje probablemente empiecen a hacer preguntas que no sepamos responder… y eso es inasumible para algunos docentes.
La lamentable situación que vivo y observo día a día en este sistema educativo es que los alumnos aprenden a resolver problemas hechos en clase, test, comentarios prefijados, análisis sintácticos, etc. pero aprenden muy poco más que eso. Es una verdadera vergüenza que el actual sistema permita, por ejemplo, que las asignaturas humanísticas no enseñen prioritariamente técnicas de lectura y escritura y enseñen, por contra, contenidos muertos que los alumnos, con buen criterio, harán lo posible por olvidar tras superar el examen. En España un joven puede obtener el título de bachiller sin saber leer un periódico o sin ser capaz de escribir una argumentación fundada. Invito al lector a que calcule las horas de historia, lengua y filosofía que ese alumno ha debido de cursar en el bachillerato y llegue a sus propias conclusiones.
Pero es injusto y demagógico hacer responsables de la actual situación exclusivamente a los docentes. Los profesores y maestros vivimos encorsetados por curriculum irracionales y que no pueden cumplirse en toda su amplitud si no es a costa de simplificar o de amputar partes esenciales del temario. Los burócratas de la enseñanza diseñan bellas teorías alejadas de la realidad diaria que obligan a los que verdaderamente saben de educación, los educadores, a hacer malabarismos con los horarios y la atención a la diversidad. ¿A qué sabio pedagogo se le ocurrió la hermosa idea de que un niño de doce o trece años tenga, al llegar a secundaria, diez asignaturas con diez profesores distintos? Los conocimientos quedan fragmentados y el alumno desorientado en locas jornadas en donde cada hora recibe formación en ámbitos de conocimientos dispares. ¿A qué genio con alto sueldo se le ocurrió elevar la formación obligatoria hasta los 16 sin transformar prácticamente en nada el curriculum desde los 13 a los 16 si no es para rebajar más y más el listón? Más asignaturas y más años en los institutos es igual a mejor formación, debieron pensar estos teóricos. Y las estupideces en este sentido han sido mayores de las que la ciudadanía puede imaginar.
Los padres son también, por inacción, responsables de la actual situación. Para algunos, un profesor “bueno” es el que aprueba a su hijo con altas notas; independientemente de que le enseñe algo o no. Ahora bien, si suspendes a los hijos de algunos y eso implica que les dificulta el merecido descanso estival, puedes estar seguro que no tardarán en reclamar, llorar y reprochar la dureza de tu corazón. Vemos como en diversas comunidades de nuestro estado, la educación pública es víctimas de recortes sin precedentes; raro será el padre que se manifieste ante esto pero pocos dudarán en cuestionar tu trabajo y rogar que apruebes a su hijo para que ascienda a un nivel que no se merece.
Esta carencia de norte en nuestro sistema educativo, esta inutilidad manifiesta de los contenidos impartidos y esa insensibilidad al natural impulso que tiene el alumno por descubrir cosas novedosas tiene una consecuencia fatal: la anulación del impulso creativo en el niño se convierte, a la edad adulta, para muchos, en una total falta de vocación. La indolencia es, innegablemente, una falla moral que arraiga en la propia esencia de la naturaleza humana; sin embargo, aunque no niego lo anterior, es verdaderamente triste observar como la curiosidad y el deseo de aprender de los niños, se transforma paulatinamente en aversión y odio hacia el aprendizaje que desemboca, finalmente, en que el aprender se convierta en una rutina tediosa y no en la pasión que debería ser y que de hecho, repito, observamos en los más pequeños y en algunos adultos que han conseguido sustraerse a la violencia intelectual que sobre ellos ha ejercido el sistema. Las razones de este hecho las estableceré más adelante, pero creo que el lector convendrá que el alumno, en el sistema actual, no está motivado ni apasionado por la búsqueda del conocimiento. El actual sistema educativo, vestigio de la revolución industrial decimonónica, ha pervertido el aprendizaje hasta convertirlo en una esclavitud.
Lógicamente todo lo anterior tiene consecuencias en nuestro sistema de producción y en la enseñanza universitaria. Los adolescentes salen de los instituto sabiendo poco y mal y, por si no fuera suficiente, esos conocimientos ni les hace mejores personas, ni más sabios ni más eficientes trabajadores. La desvinculación que existe entre la enseñanza secundaria y el sistema productivo es evidente aún cuando nuestras autoridades no ven una contradicción en el hecho de que en España la educación obligatoria acaba a los dieciséis años, y que sea esa precisamente la edad en la que según nuestra legislación laboral las personas pueden empezar a formar parte del sistema de producción como trabajadores. ¿Qué se enseña en la educación secundaria obligatoria que habilite al alumno de dieciséis años como trabajador más o menos cualificado? Por si alguien no sabe la respuesta, responderé yo: nada. Sin embargo, de nuevo, vivimos esta esquizofrénia entre nuestro sistema educativo y nuestro sistema de producción como si fuera lo más natural; como si nuestro mercado laboral necesitase, precisamente, a ignorantes e inútiles y no a personas formadas. Se comprenderá lo que dije en el párrafo anterior: este sistema podría ser útil en las industrias de fabricación en serie decimonónicas pero en el nuevo mundo globalizado, en la sociedad de la información, este sistema solo nos llevará al retraso tecnológico, humano y, en último término, a la recesión económica y social.
Solo la estupidez endémica que sufre buena parte de la clase política o intereses ideológicos ocultos permiten el sostenimiento de este sistema educativo. Es una triste ironía que centros que deberían extender el conocimiento y hacer brillar la razón, el arte y la técnica, sean en gran medida, promotores de la ignorancia, sordos a la rica diversidad de las potencialidades humanas.
Este artículo es la tercera parte de la Introducción de «Análisis del actual sistema educativo»
Soy profesor sustituto de filosofía y creo que tienes mucha razón.
Buen artículo.