Sobre la formación de la sensibilidad de nuestros jóvenes
0 Si en un artículo anterior traté del menosprecio de las habilidades manuales en nuestro sistema educativo, en el de hoy quiero analizar ese mismo menosprecio que sufren habilidades artísticas.
En un primer momento podríamos pensar que las asignaturas optativas de plástica o música que puntualmente pueden cursar los alumnos de secundaria son una prueba de que el actual sistema educativo apuesta por la diversidad curricular y, en concreto, por las enseñanzas artísticas. Un análisis más atento, sin embargo, nos muestra otro panorama en el que esas asignaturas no llegan ni al 10% del curriculum de la enseñanza secundaria obligatoria y, por si fuera poco, cuando se imparten se desarrollan en pocas horas y con materiales insuficientes. El panorama del bachillerato es clarividente: mientras que se entienden como obligatorias ciertas asignaturas como Filosofía, Ciencias para el Mundo Contemporáneo o Lengua y Literatura nadie plantea la posibilidad de que las asignaturas artísticas tengan ese importante estatus. ¿Por qué? En cierta medida la deformación artística que sufren los alumnos en nuestro actual sistema con asignaturas exiguas en horas lleva a que esos conocimientos sean vistos como anecdóticos, prescindibles y meros adornos de la “verdadera educación” que es, como ya he explicado, eminentemente intelectualista.
Conociendo un poco de historia de la educación entenderemos hasta que punto la perspectiva intelectualista de nuestro actual sistema es un modo de conceptualizar la educación, particular de nuestra época. En la Grecia antigua, en el Renacimiento Europeo e incluso en la educación ilustrada pre-industrial saber tocar un instrumento era algo que toda persona formada podía hacer. Ese aprendizaje se consideraba esencial junto con otros conocimientos en artes plásticas. Hoy nos preocupa el nivel en lengua y matemáticas, asignaturas importantes sin duda, pero la formación de la sensibilidad y del gusto se deja en manos del azar. Para comprender las consecuencias de esta pérdida del gusto por el arte basta con encender el televisor unos instantes.
El desprecio que sufre la enseñanza musical, por ejemplo, no solo tiene consecuencias en la formación de la sensibilidad sino que el aprendizaje en el canto, la danza o en un instrumento provee al niño, desde pequeño, de pautas de conductas disciplinadas que serán imprescindibles en la edad adulta. Si el menor aprende música desde muy pequeño lo hace casi sin darse cuenta como un juego o una exploración, pero poco a poco se percata de que para mejorar en ese divertimento necesita dedicar cada vez más tiempo, dedicación lúdica que en la edad adulta se convertirá en disciplina. En vez de esto, educamos a nuestros menores en una disciplina externa a ellos mismos, impuesta por el miedo al fracaso, pero no en una disciplina que surja espontáneamente en el placer y la curiosidad, como sería si dotásemos de mayor importancia a la educación musical en las enseñanzas infantiles y primarias.
Lo anterior es aplicable al aprendizaje de otras disciplinas artísticas como la habilidad para dibujar, pintar, tallar, etc. Porque aquellos alumnos con poca inclinación hacia la música o aquellos que quieran complementar su formación musical con la plástica ¿acaso no podrían encontrar el mismo placer concentrado y atento en la realización de un dibujo que en la lectura de una partitura?
Numerosos estudios avalan la influencia positiva del aprendizaje musical en las calificaciones académicas de los jóvenes; algunos de esos resultados son contundentes pero, aún así, la enseñanza musical no tiene apenas espacio en la educación primaria. Sospecho que el aprendizaje en habilidades plásticas potenciaría igualmente la inteligencia de los alumnos, pero el desconocimiento y la falta de interés en los avances didácticos en la enseñanza plástica no promueve investigaciones en este sentido. Porque ¿acaso el niño que se fija atentamente en un jarrón para reproducirlo en un papel o que mezcla colores y formas hasta obtener un resultado satisfactorio no desarrollará las habilidades de concentración y valorará el trabajo introspectivo que le permitirá adquirir otras habilidades artísticas o de cualquier otro tipo?
Llegado a este punto y teniendo en cuenta que en el artículo anterior traté de la necesidad de educar a los menores en el trabajo manual no alienante, alguien puede preguntarse si es posible una educación tan plural que llegue a formar al menor en todos los campos del conocimiento. Este tema lo trataré más adelante pero es preciso evidenciar que tal y como se entiende nuestro actual modelo, en donde el aprendizaje se basa en numerosas asignaturas-estancos, una educación plural y diversificada no es posible. Es inviable hoy en día, bajo el dogma intelectualista, no lo sería, tampoco, bajo un paradigma más abierto a la diversidad de las habilidades humanas si la enseñanza mantuviese esa estructura curricular tan rígida.
Aquellos que piensan que no podemos dedicar más horas a las bellas artes en la educación de los menores porque eso impediría que los alumnos aprendiesen lo “verdaderamente importante” siguen anclados en el dogma intelectualista que al ser el único paradigma educativo que conocemos es especialmente cautivador para las personalidades reaccionarias formadas en él.
Los defensores del actual paradigma podrían sostener que el tiempo dedicado a las bellas artes sería tiempo sustraído a las materias academicistas, materias imprescindibles para el mantenimiento de nuestra sociedad. Bien, si alguien sabe del nivel de conocimiento de nuestros alumnos al acabar la enseñanza obligatoria, ya sea de primera mano o a través de informes como el famoso P.I.S.A., se preguntará si nuestros alumnos han aprendido realmente algo. En el actual sistema no diversificado los que no quieren aprender no aprenden porque no quieren y los que quieren no pueden porque los que no quieren lo evitan; la heterogeneidad de niveles e intereses en nuestras clases lleva aparejado que no aprendan ni unos ni otros. Cambiar esto sería fundamental y el tiempo de clase podría ser verdaderamente aprovechado en enseñar y aprender y no, como ahora, en mandar guardar silencio, rellenar partes de disciplina o repetir docenas de veces los mismos contenidos para los que andan descolgados. Si se cambia eso ¿cuantas horas de clase nos ahorraríamos? ¿qué calidad podría alcanzar la educación? ¿no habría en este sistema integral tiempo para el desarrollo de la sensibilidad?
Pero el rechazo a la propuesta de valorar más la educación de la sensibilidad basado en que los conocimientos que se adquieren con esta formación no son “útiles”, falla doblemente. Falla, ante todo, porque no se plantea si todos los contenidos y materias que cursan nuestros alumnos hoy son verdaderamente útiles: muchos que estudian medicina tienen que estudiar historia y muchos que cursarán estudios superiores de historia han estudiado física en la secundaria obligatoria. Se me responderá que eso hace que el alumno adquiera cultura tanto científica como humanística, y es cierto, me parece que viviríamos en un país más pobre si un médico no supiera cuando ocurrió la guerra civil o si un historiador no supiese que la materia está compuesta de átomos; pero, cuando se dice que las bellas artes no aportan conocimientos útiles ¿por qué no aplican la misma argumentación? Ya que es evidente que formarse, verdaderamente y no con la desatención curricular con la que se hace hoy, en las bellas artes es otra forma de adquirir lo que se llama cultura tan fundamental, al menos, como formarse en filosofía, historia o cultura científica.
Los que afirman que la formación artística no es de utilidad fallan porque asumen una idea muy restrictiva de la utilidad pero también porque el árbol no les permite ver el bosque. Pues aunque asumo como cierto que la mayoría de los alumnos que aprendan música o plástica no se ganarán la vida como músicos ni como artistas (lo mismo pasa con la mayoría de alumnos que aprenden matemáticas o historia, por cierto) creo, al mismo tiempo, que estas materias pueden ser medios y no solo fines, i. e., las enseñanzas artísticas no solo fomenta el aprendizaje de técnicas y disciplinas sino que permite al niño desarrollar su creatividad. El niño que desarrolla su sensibilidad en el aprendizaje artístico, se acostumbra a indagar y jugar con la forma, a confiar en su posibilidad de crear algo nuevo y, sobre todo, a ejercitar esa capacidad que nos permite encontrar algo diferente en donde otros ven lo banal. Y ahora pregunto ¿acaso esta no es una capacidad que necesiten nuestros científicos, empresarios, políticos, educadores y, en general, todo aquel que desarrolle una actividad con un mínimo de responsabilidad social? ¿No es el arte, según muchos antropólogos, la línea que separa al homínido del hombre? ¿Y esto no es así porque fomentando el arte desde nuestros más remotos orígenes hemos fomentado la creatividad, el juego y la experimentación? ¿No son estas virtudes suficientemente importantes para pensemos que su promoción propiciará un futuro mejor a nuestra sociedad?
Por último, la educación artística del niño serviría para alimentar vocaciones y desarrollar individuos más plenos, que habrían crecido en el amor a la belleza, la armonía y en los que la concentración y el trabajo no serían tan distinguibles del juego y la risa como, desgraciadamente, lo son hoy.
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