La propaganda como saturación en las democracias capitalistas
0Schopenhauer en su breve libro Sobre la filosofía de Universidad trata de analizar como el fenómeno de la mercantilización de la Filosofía ha afectado a esta disciplina, la pregunta sería ¿sigue siendo el filósofo de pago, el profesor de filosofía, filósofo o se convierte en sofista? Su conclusión podemos resumirla diciendo que para el padre del vitalismo, la filosofía “de pago” pierde absolutamente su carácter indagador, independiente y subversivo y se transforma en una profesión. ¿Puede un investigador de la verdad servir a dos señores a la vez: a su mecenas y a la verdad? La respuesta de Schopenhauer es obvia: no.
Siempre me atrajo esta propuesta desde que la conocí y me pareció que ayuda no solo para analizar el fenómeno de la “filosofía universitaria” sino también para comprender otro fenómeno que a partir de finales del XVIII se fue extendiendo por Occidente y que hoy está completamente asentado en todo el mundo; me refiero a los medios de comunicación de masas y, específicamente, a su vertiente de medios creadores de opinión. La pregunta de Schopenhauer de si era posible una filosofía subvencionada e independiente podemos transformarla en si es posible una opinión a la vez independiente y mercenaria. Nuestra respuesta es igualmente obvia: no.
La opinión está sujeta hoy más que nunca a patrones de control económicos más que políticos; esto, alegarán los marxista recalcitrantes, siempre ha sido así. Aunque no negamos la importancia de lo económico en el control de la opinión desde el inicio de la comunicación debemos admitir que ese control se ha agudizado con las técnicas de reproducción industrial de la información (imprentas, medios audiovisuales, internet…) ya que para poseer esas técnicas es preciso una cantidad de capital considerable. Cualquiera puede opinar de cualquier cosa (el fenómeno blog es un ejemplo de ello) pero ¿tiene también “cualquiera” los medios económicos de promoción y reproducción de la información? Lógicamente no o al menos no todos tienen acceso a las tecnologías de la reproducción informativa en pie de igualdad.
Por el contrario pensemos en el surgimiento de las grandes corrientes de opinión en la época premoderna: extensión del Islam, del Cristianismo, de los valores ilustrados y un largo etcétera. En el momento histórico en el que se desarrollaron estas corrientes de opinión los mecanismos de propaganda y control de opinión no estaban tan desarrollados como hoy por lo que estas corrientes de opinión se extendieron sin una relación directa de subyugación y mecenazgo económico incluso, en ocasiones, se extendieron en contra del poder económico imperante; en definitiva, aún cuando, y esto es innegable, los factores económicos no dejaron de ser importantes incluso imprescindibles para entender la evolución de la opinión en la época premoderna, la situación es bien diferente hoy en día: actualmente, como dijimos, los mecanismos de propaganda y de reproducción de la opinión están en gran medida industrializados y esto conlleva, a su vez, que el acceso a esos medios industriales esté condicionado a la posesión del capital con el que sufragarlos.
Este control económico de la información lleva aparejado varias consecuencias: creación del “profesional de la opinión”; la banalización del discurso; y el engaño pluralista de una información, en esencia, homogénea. Las posibilidades de la reproducción industrial de la opinión generan una consecuencia inmediata: la necesidad constante de generar opinión. Efectivamente ya no basta dejar constancia puntual de una opinión, si así fuese esa opinión quedaría sumergida por el ruido generado por las opiniones contrarias que sí son reproducidas industrialmente. La opinión ahora debe ser reiterada y divulgada como una mercancía en cadena no solo para inundar el mercado de la información sino también para no verse ahogada por la cantidad de opiniones divergentes o adyacentes generadas industrialmente. Para esta finalidad se crea al “profesional de la opinión”.
El primer rasgo de este profesional es la capacidad de generar opinión masivamente, esto es claro por lo expuesto en el párrafo anterior. El segundo rasgo es la habilidad de producir una opinión que tenga una apariencia heterogénea y un fondo homogéneo; en otras palabras: el asalariado debe presentar una opinión unívoca que aparezca con distintos ropajes.
La necesidad de que la forma en la que se presenta la opinión sea diversa se entiende por el carácter divulgativo que debe tener esa información; lógicamente para que la información sea atrayente para el gran publico debe presentársela de múltiples formas como los múltiples sabores que atraen a los niños que compran golosinas. Si la opinión fuera repetitiva en su manifestación (o si las golosinas fueran todas del mismo sabor en el ejemplo que pusimos antes) es evidente que se haría poco atractiva a los consumidores.
Por otro lado la necesidad de que el “opinólogo” presente una información en el fondo homogénea también es una consecuencia obvia de lo anterior: el que posee los medios industriales de reproducción informativa contrata al profesional de la opinión para que represente y defienda unas ideas concretas, puede permitirse ser tolerante con la forma pero no con el fondo; si el asalariado expusiese una opinión que atacase los intereses del contratante ¿qué sentido tendría sufragar su trabajo propagandístico? El fondo ideológico que reproduce el asalariado puede permitirse ciertas libertades pero siempre dentro de una ortodoxia dada. Resumiendo en una frase: el mismo perro pero con distintos collares.
¿Qué es lo que permite a los profesionales de la opinión generar tal cantidad de mercancías? Lo actual. Lo actual permite presentar un mensaje unitario del modo más diverso posible. De este modo el debate, la reflexión y el interés se mantiene en lo superfluo o, lo que es lo mismo, en la última noticia, dejando en un ámbito subliminal lo que realmente importa transmitir entre ese bombardeo de información: la opinión sufragada. Esta opinión se presenta como «lo dado», lo no sujeto a controversia. En este clima de vaciedad a la última el discurso racional se torna imposible. Cualquier divergencia queda ahogada por la cantidad industrial de opinión y la discusiones se mantienen al nivel de lo banal.
La aparente pluralidad de la información, que enmascara una uniformidad de fondo genera, gracias al ruido de la información masiva, la imposibilidad de articular un discurso racional. La razón queda silenciada, ahogada en un mar de palabras vacías y autoreferenciales se torna impotente e incapaz de hacerse oír por encima del estruendo del vacio. Esto el lo que denominaremos “la banalización del discurso”: la argumentación grita inútilmente ante el ruido de la opinión sufragada.
Para que sea posible el contraste racional de ideas es imprescindible que ese contraste sea efectivo, dirimir acerca del sexo de los ángeles no solo es fútil sino que además transforma la discusión en un juego de florituras retóricas; la razón, uno de los frutos más maduros del espíritu humano, pierde su carácter subversivo y dinamizador y se convierte en una razón sinrazón, en una racionalidad domesticada; un tenue escepticismo políticamente correcto se da la mano con un furtivo dogmatismo sobre los “principios democráticos de la convivencia” (principios que, por supuesto, impiden y cercenan a la verdadera convivencia).
“Todo es verdad, nada es mentira” es el hipócrita lema de las cadenas de producción de opinión. La ocurrencia feliz se opone a la argumentación y la satura con su ruido de engranajes de imprentas. Ya no es necesario llevar a la hoguera a los herejes ni fusilar a los disidentes, la masificación de los medios de producción de opinión ha ahorrado al Estado este trabajo y la divergencia es tolerada porque es inane, incapaz de plantearse. La divergencia real queda relegada al ámbito de lo bizarro y de lo marginal. En esta situación ¿es posible la oposición?
La respuesta más obvia es la autoreferencial, i. e., aquella que parte de la constatación de que ahora, en este momento y en estas líneas lo que estamos realizando precisamente es eso: oposición a la opinión sufragada. Sin embargo ya hemos visto lo engañoso e, incluso, lo doblemente opresivo que es el monopolio industrial de la información: por un lado propugna una opinión esencialmente única, aunque aparentemente diversa, y por otro tolera las opiniones divergentes ya que no necesita prohibirlas (lo que haría el sistema de control de la información demasiado obvio) sino que le basta ahogarlas en su producción masiva de productos informativos. Esto lleva, ironicamente, a que la opinión divergente no solo queda enmudecida sino que además, de algún modo, parece mostrar el sistema de control de la información como un sistema atento a la diferencia y la divergencia de criterios. Nada más falso. El control de la opinión al ser una tarea racionalizada tecnológicamente se torna en una tarea mecánica que no precisa de mecanismos de control obvios sino que le basta con ese otro control sutil del que hemos hablado.
La divergencia se sitúa en la periferia y allí muere angostada; únicamente con un acceso igualitario a los medios de producción de información podría existir una libertad de expresión real. El sistema de control de la información no caerá por las herramientas informativas pues los intereses económicos subyacen a los intereses informativos. No puede ser únicamente en el ámbito de la palabra donde se desarrolle esta lucha contra el pensamiento uniformizador.
La perfección técnica de las democracias burguesas en el control ideológico de la población hace presagiar un oscuro futuro para la libertad de los hombres. Un “mundo feliz” se insinúa horriblemente en nuestro horizonte. Una pléyade de voceros defienden los sacrosantos valores democráticos o plantean reformas parciales que hagan el sistema equitativo y justo, cuando la desigualdad y la injusticia son las esencias mismas de los sistemas del capitalismo tecnoindustrial.
¿Es posible una transformación real y vigorosa? Quizás sí pero, no será hoy ni mañana… acaso no nos quede más que el trabajo de plantar los frutos que otros recogerán. Eso esperamos.
publicado originalmente en abril del 2006
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