La teoría de las pasiones de Spinoza
4En el trabajo de hoy trataremos someramente los fundamentos de la teoría de Spinoza sobre las pasiones. Esta teoría ocupa prácticamente toda la Parte III de la obra clave de este autor Ethica ordine geometrico demonstrata.
(artículo relacionado: «El deseo como esencia del hombre. Introducción a la teoría de las pasiones de Spinoza».)
Lo interesante de la perspectiva de Spinoza es que partiendo desde unas premisas ontológicas concretas y explicitas y sacando “ordine geometrico” las conclusiones que se siguen de ellas obtiene una teoría psicológica de las pasiones llamativa por lo realista y sugerente.
En la proposición III.6 Spinoza sostiene: “Cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser”. Esta idea viene a decir que cada realidad, desde un grano de arena o un planeta, tiene dentro de sí cierto ímpetu, cierto dinamismo que le lleva a existir y a perseverar en ese estado. Esta percepción muestra una visión de la realidad como dinamicidad o potencialidad continuamente latente. Los entes no aparecen como “ya hechos” sino que se nos muestran como realidades que sólo perviven por cierta potencialidad de ser continuamente actualizada. Es algo así como la voluntad de supervivencia en el mundo animal pero desplazado a todos los seres y no únicamente aplicada a los seres vivos. Obviamente esta “perseverancia en su ser” se muestra en los diferentes entes de diferentes maneras: en los animales es voluntad de supervivencia y en los entes inanimados es sencillamente ese “conatus” por el que son y no se hunden en las profundidades de la nada.
Este impulso de perseverancia en la existencia lógicamente también se encuentra en el hombre. En el escolio de la proposición III.9 explica que ese conatus en el alma se llama voluntad y cuando está en el alma y el cuerpo se llama apetito. El apetito es, por lo tanto, la esencia del hombre entendido como conjunto de alma y de cuerpo. En este contexto Spinoza introduce su famosa cita: “nosotros no intentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos, apetecemos y deseamos”. Esta idea de que primero es el impulso de pervivencia (y en última instancia de conveniencia) y después el juicio moral fue, y es aún hoy, criticada como falacia naturalista sin embargo, debe tenerse en cuenta que esta idea es perfectamente coherente con la filosofía determinista del autor judío. Todo acto humano ya sea un pensamiento o una acción tiene como fundamento este ímpetu de pervivir por lo que es perfectamente comprensible que el apetecer (impulso hacia la perseveración en el ser) fundamente algo tan abstracto como la moral, política o religión…
Spinoza pretende definir una serie de pasiones primarias para a partir de ellas elaborar su completa teoría. Las primeras pasiones de las que habla nuestro autor dependen directamente de ese esfuerzo de perseverar en su ser del que hablaba antes. Así define el deseo en III. 9 op. cit. “es el apetito acompañado de la conciencia del mismo”. El deseo es, entonces, ese ímpetu llevado al nivel de la conciencia; cuando nuestra mente capta ese apetito se transforma en anhelo, en deseo.
Existen otras dos pasiones primarias que fundamentarán todas las demás: la alegría, que se define como “una pasión por la que el alma pasa a una mayor perfección” (III. 11. op. cit); y la tristeza, definida como “una pasión por la que el alma pasa a una menor perfección” (III. 11. op. cit.). La pasión de la alegría produce placer y regocijo, mientras que la tristeza produce dolor o melancolía. Podríamos decir que para Spinoza esa voluntad de perseverar en su ser del hombre puede o bien verse frustrada o verse realizada; en el primer caso estaremos hablando de tristeza y en el segundo de alegría.
Como el mismo Spinoza reconoce (ibidem) sólo existen estas tres pasiones primarias; a partir de ellas podremos sacar todas las demás pasiones secundarias. Aunque el número de las pasiones secundarias es grande me detendré en dos que a mi juicio son, de las secundarias, las imprescindibles para entender toda su teoría de los afectos posterior: el amor y el odio.
En III. 13 op. cit. el filósofo holandés define al amor como “alegría acompañada por la idea de una causa exterior”; y odio como “tristeza acompañada de la idea de una causa exterior”. Así el amor nace de la alegría y el odio de la tristeza; cuando experimentamos alegría y esa idea se asocia a una causa sentimos amor hacia esa causa, todo lo contrario pasa con el odio. El objeto amado es aquel objeto que nos permite perseverar e incrementar nuestra esencia, esa es la razón de nuestro amor: la alegría.
De esta concepción sobre el amor podemos sacar dos consecuencias: por un lado sólo amamos lo que nos alegra, lo que nos conviene; por otro, ¿no es el amor, en definitiva para Spinoza, el camino que nos conduce a nosotros mismos, a la perseveración en nuestra esencia?
publicado originalmente en 2006
[…] entendida como un proyecto de salvación laica del ser humano, que concebiremos en términos spinozianos (aunque dicha formulación no sea más que uno de los muchos avatares de dicho proyecto) como la […]
Es interesante la definición que hace
Spinoza en su ensayo de las pasiones acerca del amor y el odio,
Las pasiones o emociones mueven lo corporeo porque son la espiritualidad del ser y segun el manejo o control de estas se actua moralmente o justamente estas pasiones son la guia de nuestros actos
Desde spinoza es imposible el control de las emociones pues el control mismo es manifestacion de las emociones. No hay un alma encima del cuerpo sino q el alma es el cuerpo y viceversa. Lo q hay en spinoza es una educacion del cuerpo, es aprender a sentir antes q aprender a domar las emociones