III.2 – La formación de los educadores
0Centrar el debate educativo en la formación del profesorado es una tarea difícil pero ineludible si queremos mejoras significativas en la educación pública. Es una tarea difícil porque los cambios necesarios para asegurar una formación integral a los docentes implicarían transformaciones radicales en la estructura de universidades, centros de enseñanzas medias y escuelas. A su vez, ciertos sectores educativos, perciben como una agresión abrir el debate sobre el modelo de formación del profesorado. Si debemos debatir sobre este modelo de formación tendremos que hacerlo analizando las cosas que se han hecho mal y, por lo tanto, analizando los déficit formativos de los actuales docentes. Aunque la mayoría de los profesionales de la educación creen que este proceso de crítica y posterior autoreflexión es un proceso enriquecedor personal y colectivamente, es inevitable que los dinosaurios peleen por su supervivencia y pongan trabas al desarrollo de una nueva y mejor escuela pública.
Entendemos que ciertos profesionales precisan de una formación específica, compleja y amplia. La sociedad civil ha considerado que trabajadores como el médico, el ingeniero, el notario o el controlador aéreo son profesionales con un alto nivel de responsabilidad, y que, por tanto, necesitan una formación rigurosa y exigente. Solo los mejores pueden cursar determinados estudios, y ni siquiera todos serán capaces de superarlos con éxito. Sin embargo, generalmente no incluimos a los docentes entre estos profesionales necesitados de una alta cualificación, y, por lo tanto, nos parece impensable que la calificación necesaria para estudiar Magisterio sea igual o mayor que para estudiar, por ejemplo, Medicina. Y, a poco que nos paremos a pensar, en la mano de los profesionales de la educación está el desarrollo formativo y vital de los más pequeños y, por lo tanto, en sus manos está el capital más importante de cualquier sociedad. No niego la relevancia de otras profesiones, pero no creo exagerar si digo que la relevancia social de los educadores es, cuanto menos, pareja a la de los médicos. Ellos cuidan nuestra salud y nuestra vida, los docentes cuidan del futuro de la sociedad. Y entonces ¿por qué se les exige tanto a los profesionales de la sanidad del mañana para entrar en la universidad y tan poco, en ocasiones, a los futuros profesionales de la docencia? Son preguntas incómodas para algunos, aunque creo que deberían ser, antes que eso, una invitación a la reflexión.
Dada la importancia social del educador, su figura debería ser más respetada y valorada por la sociedad. En España, son muy pocos los que valoran positivamente la labor de los educadores que son estereotipados por el común como vagos, incompetentes, soberbios, etc. Este desprecio a la labor docente es solo una muestra del desprecio, tan propio del pueblo español, al funcionariado y, en general, a todo aquel capaz de labrarse un futuro mejor con su trabajo y esfuerzo. Sin embargo, aquellos que clamamos contra este injusto desprecio, tan sintomático de la enfermedad moral que aqueja a nuestra sociedad, no podemos obviar el hecho de que el prestigio social que reclamamos no nace espontáneamente y que ese respeto y autoridad, tan necesario para poder afrontar nuestro futuro colectivo con un mínimo de posibilidades de éxito, solo puede sustentarse sobre un elevado nivel de exigencia a los futuros y actuales profesores y maestros.
Por tanto, una de las primeras medidas que deberían plantearse, para una transformación en profundidad de nuestro sistema educativo, es cambiar el sistema de acceso a los estudios superiores que habilitan para la docencia e introducir en los estudios superiores de magisterio, educación social y otros análogos un nivel de exigencia académica apropiado a la alta responsabilidad social que corresponde a los educadores. Desde los centros universitarios se debería proponer la implantación paulatina de un nuevo sistema de acceso a la función docente en donde la praxis e investigación educativa ocupe un lugar preeminente.
Se ha convertido en un tópico dentro del debate educativo poner a Finlandia como paradigma. La lectura del libro, que tiene por editores a Ritva Jakku-Shivonen y Hannele Niemi, Aprender de Finlandia (editorial Kaleida) es muy inspirador, muestra a las claras la necesidad de reconceptualizar la formación del profesorado en la mayoría de los países que se autoconsideran desarrollados. Sin duda que tal paradigma debe ser contextualizado; afortunadamente y a pesar de la globalización, los pueblos del mundo poseen un carácter propio, los diversos sistemas educativos deben atender esta diversidad y adaptarse a las peculiaridades de las distintas comunidades humanas. Por tanto, creo que, sin perder de vista los avances educativos de otros países, el pueblo español debe observar atentamente las estructuras de asistencia ciudadana exitosa que han evolucionado dentro de sus fronteras y extrapolar las consecuencias de tales observaciones al sistema educativo.
En concreto, y volviendo a algo ya tratado en este capítulo, el sistema sanitario español se ha mostrado como uno de los más eficientes de su entorno. ¿No podemos analizar el sistema de formación de los trabajadores sanitarios y aplicarlas al sistema educativo? Por ejemplo, se entiende como evidente que a un médico no le es suficiente conocer la teoría de una patología si después no sabe como curar realmente a un enfermo. Es decir, que de nada le vale a un profesional sanitario saber mucho si es incapaz de aplicarlo en el mundo real. Tras esta conclusión nuestro sistema de formación del personal sanitario actúa en consecuencia: nadie puede acceder al sistema público de salud como profesional cualificado si no ha realizado unas prácticas rigurosas y evaluadas objetivamente. Es necesario aunar teoría y práctica para formar eficientemente en una labor tan compleja como la sanitaria; así lo ha entendido los gestores de nuestra sanidad… ¿no es igualmente evidente que a un profesional de la educación de nada le sirve saber mucho si después no es capaz de aplicarlo en lo concreto, en el aula? Parece que esto es algo que escapa a la penetrante inteligencia de los gestores de nuestro sistema educativo.
Saber mucho, en la mayor parte de nuestras universidades, no es sinónimo de saberlo aplicar. No entiendo como es posible que alguien obtenga un título como educador sin haber impartido clases o sin haber elaborado un proyecto de investigación pedagógica en contacto con la comunidad educativa. Un médico necesita una larga práctica para poder ser considerado apto, ¿por qué no ocurre lo mismo con los docentes? El que escribe estas líneas estudió Filosofía, hice un curso teórico de seis meses y di tres o cuatro horas de clase a alumnos de dieciséis años ¿es eso suficiente para estar habilitado como profesor? Creo que no, y si soy profesor no lo soy ni por lo que aprendí en la facultad ni por lo que aprendí en el citado curso, lo seré por la experiencia docente acumulada… pero ¿es eso suficiente? No me parece serio un sistema educativo que deja que los profesionales de tal sistema “se hagan” a salto de mata, aprendiendo sobre la marcha, es tan absurdo como pretender que los estudiantes de medicina aprendan, improvisadamente, a aplicar sus conocimientos sin una estricta supervisión profesional.
La primera reforma, por lo tanto, que habría que realizar sería ofrecer a aquellos estudiantes universitarios que deseen orientar su carrera profesional a la docencia, la posibilidad de realizar prácticas tutorizadas desde muy pronto, una vez que el sistema de formación y selección haya garantizado la excelencia de tales alumnos. Sin embargo, la integración pedagógica de la universidad y de los centros educativos primarios y secundarios es una lejana utopía en este país; utopía que, dicho sea una vez más, es una fructífera realidad en el ámbito de la salud pública. Esta desconexión entre los profesores universitarios, los alumnos que se forman para llegar a ser educadores y los centros de educación, es algo tan profunda y claramente irracional que muchos pensamos que tal situación no puede ser más que intencionada.
Lógicamente existen otras necesidades formativas que pueden tener su paralelismo o no con las necesidades formativas de los profesionales de la salud. Por ejemplo, en una sociedad como la actual, llamada “del conocimiento”, en donde muchos trabajadores se ven obligados a un continuo reciclaje formativo, ¿qué papel debe jugar la formación continua de los docentes? Fundamental a mi juicio. Sin embargo, los cursos para docentes se han convertido en una mina de fondos públicos para sindicatos amarillos y otras organizaciones parasitarias; el camino a seguir a este respecto es transformar los centros de educación primaria y secundaria en centros intereducativos, en donde padres, docentes y alumnos sea elementos tanto activos como receptivos en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Cuando comprendamos que alguien solo es maestro mientras siga dispuesto a aprender, y cuando entendamos que la educación es un proceso dialéctico en donde todos sus componentes (alumnos, docentes y padres) enseñan y son enseñados, podremos transformar profundamente la estructura de nuestro sistema formativo y adaptarlo a los tiempos que nos tocan vivir; tiempos de cambio, interdialógicos y en donde la integración de los elementos plurales de la sociedad es un factor determinante de enriquecimiento y desarrollo.
La formación del profesorado es uno de los pilares básicos sobre los que se asentarán los sistemas educativos de las sociedades más exitosas en el futuro. El respeto a la labor del docente no se contradice con la exigencia de un profesorado más comprometido y mejor formado, todo lo contrario, es imposible tal respeto si no es sostenido por un alto nivel de autoexigencia profesional. Esa exigencia debe hacerse efectiva, como muy tarde, en la universidad y debe permanecer constante durante toda la vida profesional de los educadores. No obstante, es imposible tal salto cualitativo en nuestro sistema educativo mientras que amplios sectores de la universidad española sigan adoptando conductas endogámicas, de irresponsabilidad social y conniventes con el poder político opresor. Oponiéndose a esta casta universitaria, muchos docentes universitarios han comprendido que la degradación de la educación primaria y secundaria tiene una evidente consecuencia: el vaciamiento intelectual y vocacional de los propios alumnos universitarios y la consecuente pérdida de valor de la propia práxis pedagógica universitaria. Habiendo comprendido tal cosa, muchos docentes universitarios están seriamente comprometidos con el cambio educativo que está por venir; lástima que sean los menos escuchados incluso dentro de sus propios centros de trabajo.
Igualmente imposible es la formación continua del profesorado en la actual situación del sistema educativo español. El primer problema no es la falta de fondos para mejorar la educación, el primer problema es la falta de respeto hacia lo que significa la educación. El próximo curso las aulas de nuestros institutos se llenarán con clases de más de cuarenta alumnos. Estos adolescentes deberán superar entre ocho y once asignaturas por curso. Masificación en el número de alumnos y masificación de contenidos ¿es posible la coeducación en tal contexto? ¿Es útil que el profesor se forme en algo que no sea en técnicas de supervivencia? De nada sirve un profesorado cualificado en un entorno educativo cada vez más degradado, en donde la diversidad, el diálogo se tornan en imposibles y el ruido se adueña de todo. Unos centros pedagógicamente masificados y sin recursos económicos generará una sociedad homogeneizada en la mediocridad, para obtener tal resultado ¿qué sentido tiene formar mejor al profesorado? Para que la inversión que supone una verdadera formación docente fuese amortizada socialmente sería necesario otro entorno educativo y otro entorno curricular. Esa cuestión será objeto de estudio en el siguiente artículo de este capítulo.
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