Sobre el peligro de defender la esclavitud
0Sorprende, al conocer la historia de la humanidad, como en diferentes momentos y múltiples lugares, los hombres consideraron legítimo esclavizar a otros hombres. Hoy la mayoría tenemos fe en el carácter inalienable de la dignidad humana; Kant lo expresó de una manera rotunda hace más de dos siglos: es contrario a una moral universal tratar a otro hombre como un medio para alcanzar un fin y no como algo que intrínsecamente posee valor, es decir, dignidad. Es la diferencia entre una herramienta y un hombre, un artilugio es algo que usamos para algo, un hombre es mucho más que eso. Admitir la esclavitud es aceptar que un hombre puede ser una cosa, una herramienta, y aceptar tal cosa es admitir que nuestra propia dignidad es relativizable en tal o cual circunstancia.
Vemos con asco y estupor como en el mundo antiguo, en la edad media e incluso en pleno siglo XIX se asumía como natural este tipo de relación entre personas que denigra la propia esencia del ser humano. Sin embargo, todos sabemos que el bienestar de muchas sociedades “avanzadas” actuales se basa en situaciones de abuso y opresión contra trabajadores de países lejanos; como si la dignidad y el derecho a un futuro mejor para esos trabajadores y sus hijos fuera algo que no nos incumbe a nosotros. Mas creo que muchos lectores estarán de acuerdo si digo que es una riqueza amarga aquella que se basa en la explotación y el desprecio a otros seres humanos.
No solo es una cuestión moral, es una cuestión de productividad y sostenibilidad. Ya antes el capitalismo se ha encontrado en esta situación: se producían bienes baratos reduciendo los salarios de los obreros. Esto, en último término, provocó que se produjera mucho pero impidió que amplias capas de población pudieran acceder a esos productos por sus bajos salarios. Solo cuando se entendió esto y se adecuó los emolumentos de los obreros, los productores se convirtieron también en consumidores y se pudo, así, dinamizar el intercambio económico de bienes y servicios. Esta situación la vivieron los países capitalistas a finales del siglo XIX y principios del XX a nivel nacional. Hoy, con una economía globalizada, nos encontramos en la misma tesitura pero a nivel mundial. Se produce mucho, gracias al abaratamiento de la mano de obra, pero amplias capas de la población mundial no tienen acceso al mercado. Lógicamente, hoy ya no es viable fomentar artificialmente el consumo de artículos manufacturados entre los millones de trabajadores que producen en situaciones de semi esclavitud en algunas partes del planeta, el consumismo está a punto de consumir a la naturaleza y a los hombres. Sin embargo, no debemos obviar el hecho de que si sustentamos nuestro bienestar en la explotación de otros hombres y de sus recursos naturales, estamos fomentando no solo la desigualdad entre los pueblos del mundo, sino que alimentamos inestabilidades políticas, flujos migratorios y, en definitiva, el sufrimiento de millones de hombres, mujeres y niños.
Algunos afirman que la crisis económica actual no es una crisis económica sino una crisis moral. El desprecio a los derechos laborales de otros hombres es quizás una de esas fallas morales que nos ha llevado a la actual situación, insostenible a medio plazo si queremos seguir progresando como especie. Porque, como comenté de pasada ya, cuando una persona piensa que es legítimo adquirir una mercancía barata gracias al trabajo de esclavos, está admitiendo, implícitamente, que la dignidad y derechos de un hombre es relativizable por la comodidad, el lujo o la molicie de los que tienen más poder; y esta mentalidad no es solo dañina para otras personas, es dañina para nosotros mismos ya que, si asumimos que la dignidad humana es un valor de cambio ¿quién nos asegura que mañana un pez más grande no relativice nuestros propios derechos? Esta es la situación que vivimos en España, en estos momentos, y que sufrirá el resto de Europa, dentro de poco: hemos demostrado colectivamente una falta de respeto vergonzosa hacia los derechos de los más débiles ¿por qué ahora que se voltea la tortilla vamos a pensar que tenemos derechos inalienables cuando antes de ayer basamos nuestro irracional nivel de consumo en el desprecio a ciertos derechos?
Por todo lo anterior, defender la esclavitud es un arma de doble filo y si nos parece legítimo que nuestras empresas internacionales exploten a otros hombres en África, América o Asia, estamos abonando el campo a los abusos laborales y al desprecio a los derechos humanos más fundamentales (derecho a la vivienda, a un trabajo, a la alimentación…) que sufrimos hoy los españoles y que sufrirán pronto el resto de los europeos si se obcecan en la indiferencia al sufrimiento ajeno.