Lo bello, lo feo y lo cómico en la estética de Karl Rosenkranz
2En el presente trabajo vamos a analizar los conceptos de lo bello, lo feo y lo cómico en la obra del filósofo hegeliano del XIX Karl Rosenkranz Estética de lo feo (edición y traducción de Miguel Salmerón 1992).
Lo feo no es, para Rosenkranz, una mera ausencia de lo bello ni podemos decir que aquello que no cae dentro de la categoría de lo bello pasa automáticamente a lo feo; por ejemplo, un problema de aritmética no es bello pero tampoco feo. Lo feo no es, por lo tanto, la ausencia de lo bello pero sí su negación positiva; esto hace que lo feo sea a todos los efectos un concepto relativo y en concreto, relativo a lo bello como su negación. Si lo bello no fuera no podría ser lo feo que existe únicamente como negación de aquel. Lo bello es una idea originaria y lo feo secundaria. Rosenkranz como buen hegeliano considera esta oposición como dialéctica de tal manera que lo bello ocupa el lugar de la tesis (positividad) y lo feo el de la antítesis (negatividad). Lo bello está enfrentado a lo feo por antonomasia, es sólo bello en la medida en que no es feo pero, lo bello no necesita de lo feo ontológicamente (lo feo sí que necesita a lo bello de esta manera) sino dialécticamente como peligro interno que amenaza su naturaleza, como contradicción esencial.
Siguiendo la lógica hegeliana esta contradicción entraña en sí la posibilidad de su superación que se produce en la síntesis de lo cómico. En este movimiento dialéctico la positividad de lo bello es la que somete a la negatividad para que retorne a la unidad con él. Y, en palabras de Rosenkranz, «de esta conciliación nace una infinita serenidad que nos lleva a la sonrisa y a la risa». Lo feo muestra en este movimiento su impotencia y se convierte en lo cómico (síntesis) teniendo por lo tanto, lo feo dos límites: el límite inicial de lo bello y el límite final de lo cómico. Lo cómico, por su parte, se relaciona con lo bello pero haciéndole ver su nulidad con respecto a lo bello.
Rosenkranz constata que en las obras de arte suele aparecer la representación de lo feo pero, si manifestar lo bello es la tarea del arte ¿cómo puede aparecer también su negatividad, lo feo? Podríamos dar como buena la respuesta trivial de que lo bello sólo aparece tal cuando tiene un elemento de contraste, lo feo mas esto es una verdad parcial e insuficiente. Si fuese así lo bello tendría la necesidad esencial de lo feo, cosa que es impensable dentro del esquema de Rosenkranz y que en la realidad del arte también se muestra como falso: Aquiles no necesita a Tersites para aparecer como bello.
La verdadera razón de lo feo en el arte es que el arte debe representar la idea de lo bello en lo sensible y esa sensibilidad impone ciertas limitaciones; de este modo el arte se ve obligado a mostrar lo feo si quiere expresar la idea de lo bello sin unilateralidad. El arte simplemente bello es superficial y si quiere expresar la idea de lo bello en toda su dramática profundidad lo feo y el mal no pueden faltar. Esta superficialidad de lo «simplemente bello» se observa en estilos amanerados como el rococó. Aún así, no debemos olvidar que esto no implica un mismo estatus estético de lo bello y de lo feo; lo bello, con todo su simplismo, puede ser incondicionalmente producto del arte pero lo feo no es capaz de esta autonomía en la representación estética y siempre aparecerá supeditado a lo bello, nunca será objeto directo y exclusivo del arte.
Además de para manifestar la totalidad de la idea de lo bello el arte también necesita de lo feo para mostrar, precisamente, su naturaleza secundaria de negación de lo bello y su ulterior superación; es decir, el arte necesita a lo feo, también, para manifestar lo cómico.
Rosenkranz constata que han existido épocas moralmente corruptas en las que la carencia de fuerzas morales para disfrutar de la pura belleza ha llevado al gusto estético hacia el disfrute de lo feo hasta llegar al deleite de la frívola corrupción. Los sentidos están embotados y deseosos de novedades y del choque de la contradicción, así el arte combina lo inaudito con lo disparatado, lo repugnante y lo obsceno.
«La destrucción del espíritu pasta en lo feo, porque para ella se convierte en ideal la negatividad. Cacerías, gladiadores, enredos lascivos, caricaturas, melodías afeminadas, una instrumentalización colosal, en literatura una poesía de fango y de sangre (de boue et de sang como decía Marnier) son características de estos periodos.»
ROSENKRANZ; op. cit. pag. 93
La belleza tiene como fundamento esencial la libertad, no entendida sólo éticamente sino en el sentido general de espontaneidad. Esta espontaneidad está presente absolutamente en el cumplimiento espontáneo del deber ético pero también está presente en los procesos orgánicos y dinámicos de la naturaleza que capta el arte. De manera muy hegeliana Rosenkranz entiende la belleza como espontaneidad y, por contra, a la fealdad como falta de naturalidad, de «gracia». La ausencia de forma y la incorrección que son rasgos habituales en lo feo encuentran su fundamento genético en la falta de libertad según nuestro autor.
Lo bello en general surge de la contraposición de lo sublime con lo bello placentero. Lo bello sublime representa la infinitud de lo bello mientras que lo bello placentero la finitud; la belleza general no es ni infinita ni finita unilateralmente sino que comparte ambos rasgos. Rosenkranz, al contrario de Kant, no sitúa a lo sublime como opuesto a lo bello sino como una forma (la forma infinita) de lo bello, en este sentido es original no sólo frente a la postura kantiana sino también a la tradición estética sobre lo sublime que partía al menos desde Burke.
Lo bello consta, repito, de tres modos según Rosenkranz: lo sublime (lo bello infinito) que representa esa belleza salvaje y algo aterradora de la naturaleza desbocada o del estruendo de una batalla; lo placentero (bello finito) que en español podríamos traducir como «lo bonito» es decir, lo bello que place en su fragilidad y en su dulzura (frente al matiz aterrador de lo sublime); y lo bello absoluto al que están subordinados los otros dos momentos en tanto que el bello absoluto es unidad concreta de ambos y que carece del matiz de aterradora infinitud de lo sublime y de la frívola finitud de lo placentero.
La infinitud de la libertad reflejada en lo sublime queda negada por la finitud de la falta de libertad. A esta finitud Rosenkranz la identifica con lo vulgar. Lo vulgar se opone a lo sublime en tanto que manifiesta una esclavitud de lo que debiera ser ideal a lo concreto. Algo feo vulgar es algo que está aferrado a lo concreto y no transciende esa situación parcial. Una persona vulgar es aquella que está aferrada a sus instintos y a sus visiones parciales; frente a ella la persona sublime es aquella que ha alcanzado la libertad infinita y se haya más allá de las convenciones sociales.
Lo placentero hace aparecer la libertad en relaciones finitas. Nos atrae con el encanto de la libertad que se autolimita. Lo placentero se puede calificar como lo bello sociable. A esta libertad finita se opone aquella libertad que se limita en donde no debiera y se extralimita allí donde debería guardar el límite; esta libertad en estado de falta de libertad es lo que llamamos lo repugnante. Frente a la belleza de lo placentero, frente a la belleza de lo bonito se sitúa la fealdad de lo repugnante como realidad que es libre sin límites y por lo tanto es no-libre. Un cuerpo descomponiéndose por un lado, se entrega a los elementos que a todo ser vivo afectan y por otro recuerda la forma originaria de la que procede, he ahí la repugnancia que produce: por un lado, las fuerzas libres de la naturaleza actuando, por otro, la restricción de la forma originaria que se empeña en mostrarse.
Por fin, en lo bello absoluto lo sublime queda transformado en digno y lo placentero en grácil mostrándose un atemperamiento de la infinitud en la finitud. El término análogo feo de lo bello absoluto es por lo tanto aquel en donde la falta de libertad asume la apariencia de libertad y la finitud la apariencia de infinitud, esto es la caricatura. La caricatura es la autodestrucción de lo feo con la apariencia de libertad e infinitud llegando a devenir en cómica. La caricatura recalca los extremos de lo vulgar y lo repugnante pero dejando entrever lo sublime y lo placentero. En la caricatura lo placentero aparece como sublime, lo sublime como placentero, lo vulgar como sublime y lo repugnante como placentero en definitiva, muestra el vacío de lo bello absoluto pero con tal confusión y deformación que tiende un puente hasta lo cómico. En la caricatura la tendencia de lo feo hacia lo cómico se representa como tensión casi resuelta.
La caricatura enfatiza una particularidad determinada más allá de un límite racional produciendo un desequilibrio y haciéndose cómica recordando a su ideal. Cuando este recuerdo del ideal se produce la caricatura es cómica pero si no puede quedarse perfectamente en la negatividad de lo feo, en una distorsión antitética de lo bello.
Para entender qué quiere decir el filósofo alemán con la caricatura voy a terminar este trabajo con una cita del libro en donde habla de una caricatura conocida por todos: Don Quijote.
«El noble de La Mancha es un fantasioso que con su esfuerzo artificioso y malsano se comporta todavía como un caballero de la Edad Media, después de elaborar todo su entorno y ponerlo en contraste con su tan aventurera actitud. Ya no existen más gigantes, castillos, ni magos; ya la policía ha asumido parte de las obligaciones caballerescas, el Estado se ha hecho defensor legal de las viudas, los huérfanos y los inocentes; ya la fuerza y el valor individuales se han hecho indiferentes frente al poder de las armas de fuego. Sin embargo Don Quijote actúa como si todo esto no existiese y cae necesariamente en multitud de conflictos en los que se convierte en una caricatura, porque así se hace más manifiesta la inevitable impotencia de su comportamiento cuanto más reclama, para justificar y reforzar su actitud, los modelos gloriosos de un Amadís de Gaula, un Lisuarte y otros. Los presupuestos reales bajo los que actúan todos estos modelos de la caballería ya no existen y la ficción de su existencia deforma hasta la locura la visión del mundo de nuestro hidalgo. Pero al mismo tiempo este loco posee realmente en su fantasía todas las cualidades de un auténtico caballero. Es valeroso, corajudo, piadoso, pronto a la ayuda, amigo de los oprimidos, está enamorado, es fiel, creyente y está ávido de aventuras. Hemos de admirarlo en sus virtudes subjetivas y sentimos con placer la poesía de su discurso, cuando éste rebosa de sublime filantropía: en el medievo hubiera sido un digno comensal de la Tabla Redonda del Rey Arturo, un peligroso rival de todos los «infieles». Precisamente por sus elementos positivos se convierte en una caricatura tanto más significativa: sus cualidades, en sí preciosas, sufren un trastorno que se aniquila a sí mismo, que gasta con turbio entusiasmo sus fuerzas contra un molino de viento al que ve como un gigante, que libera a los galeotes tomándolos por infelices oprimidos, que suelta a un león de su jaula por ser un animal símbolo de la realeza, que venera la bacia de un barbero como si fuera el yelmo del inmortal Mambrino, etc. Llegado a este punto de autodestrucción de la sublimidad de su pathos nos reímos de él; la comicidad surge de la caricatura que de no ser así nos llevaría a la tristeza. Don Quijote, mísero, macilento, errabundo, nunca es vulgar o repugnante pero se hace informe. Su Rocinante es un caballo de combate muy incorrecto con respecto al modelo originario; su modelo la caballería ideal se transmuta mediante la práctica nulidad de sus métodos en sus caricaturas y al mismo tiempo Cervantes ha sabido hacer suyo el arte de describir con el fantasioso caballero y su juicioso acompañante tendencias eternas de la naturaleza humana, ha comprendido el arte de hacer de esta caricatura, en la que concurren los más nobles sentimientos y las intenciones más puras, una crítica de las carencias de la sociedad burguesa -y no sólo de la española en la que vive el afable señor. Hemos de concederle al poeta que a pesar del Estado, la policía y la Ilustración, la comparecencia voluntaria de una personalidad llena de fuerza y magnanimidad puede hacernos frecuentemente un bien contra la inmovilidad de las situaciones ¡Puede una caricatura ser tan grande, tan polifacética y tan significativa gracias al genio!»
Karl Rosenkranz; Estética de lo feo; ed. cit. pags. 103-105
artículo publicado originalmente en 2008.
[…] consideramos feo, lo mezquino, lo débil, lo repugnante, lo grotesco, lo muerto, lo vació…KARL ROSENKRANS, establece una analogía entre lo feo y el mal moral, del mismo modo que el mal y el pecado se […]
[…] lo que consideramos feo, lo mezquino, lo débil, lo repugnante, lo grotesco, lo muerto, lo vació…KARL ROSENKRANS, establece una analogía entre lo feo y el mal moral, del mismo modo que el mal y el pecado se […]