Los universales como problema sociológico
0Los universales han sido un problema constante para muchos filósofos a lo largo de la historia. Desde el mundo antiguo se observó, por ejemplo, que la “belleza”, entre otras cualidades universales, es una cualidad que posee muchos objetos; sin embargo, ningún objeto es la belleza misma. La cuestión de si existe la belleza o solo objetos bellos, sería una pregunta típica inspirada en el problema de los universales.
Según Marcuse, en su obra El hombre unidimensional, buena parte de la filosofía oficial del siglo XX aparcó el problema de los universales, inspirada por una percepción “instrumental” o conductista de los asuntos sociales y filosóficos. Así el concepto de belleza para el psicólogo de las sociedades unidimensionales, es algo que provoca alguna reacción o conducta observable, pongamos por caso, la dilatación de la pupila. De esta manera, el universal queda cosificado y medido y no dice más que lo que dice. Ese universal cosificado (belleza = dilatación de la pupila) puede ser, además, útil ya que permite, por seguir con un ejemplo, determinar qué obra artística o publicitaria parece bella al consumidor. El universal queda como algo cuantificable y, por tanto, útil. La pregunta tan recurrente de nuestros adolescentes de “¿y eso para qué sirve?”, muestra hasta que punto la mentalidad instrumental es incapaz de comprender algo ajeno a lo cosificado. El hombre de la sociedad unidimensional piensa unidimensionalmente.
¿Pero qué es la belleza? La belleza desde luego no es solo “dilatación de la pupila” ni puede ser determinada por diseñadores internacionales. El universal se muestra esquivo en el objeto concreto, en el objeto bello solo se muestra un retazo de la belleza, no la belleza misma. Intentemos explicar con palabras por qué un objeto amado concreto resulta bello y nos percataremos de la impotencia del lenguaje conductista para abarcar esta experiencia humana tan fundamental.
La cosificación e instrumentalización del concepto universal va en paralelo con la cosificación e instrumentalización del propio hombre. El individuo es productor en su tiempo de trabajo y consumidor en su tiempo de ocio; nunca sale de la cadena de producción-consumo. Así el verdadero yo, no instrumentalizable ni cuantificable, queda relegado por un pensamiento unidimensional: el hombre es reducido a pieza económica. La felicidad se adquiere en el consumo, así como el amor, la libertad, el reconocimiento o los regalos del día de la madre.
Es este el sentido “sociológico” que tiene el problema de los universales para Marcuse; la solución en falso de la filosofía analítica y otras formas de pensar unidimensionales al problema de los universales no es más, para el autor alemán, que el reflejo de la instrumentalización del hombre y sus necesidades que ocurre en las sociedades totalitarias como la capitalista. La verdad dialéctica es una verdad en trascendencia, que nunca está del todo aquí; la justicia es más que “este acto justo”, en el acto justo no percibimos tanto la justicia como la percibimos en la injusticia. Lo universal, la esencia se percibe íntimamente como carencia pero también como exigencia práctica de superación de lo concreto.
“Como quiera que “hombre”, “naturaleza”, “justicia”, “belleza” o “libertad” puedan definirse, sintetizan contenido experienciales en ideas que trascienden sus realizaciones particulares, que son algo que está para ser superado, que puede ser llevado más allá. Así, el concepto de belleza, comprende toda la belleza no realizada todavía; el concepto de libertad, toda la libertad no alcanzada todavía.”
Herbert Marcuse; El hombre unidimensional; capítulo ocho “El compromiso histórico de la filosofía”, traducción de Antonio Elorza.