El amor al paraíso como odio a la vida. Nietzsche y Omar Jayyam
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Yo nada sé; el que me creó,
hombre del infierno me hizo o del paraíso.
Una copa, una hermosa y un laúd a la orilla del campo,
estas tres cosas para mí al contado, y para ti el cielo prometido.
Omar Jayyam, Rubayat; de la traducción de Clara Janés y Ahmad Taherí para la editorial Alianza, número XLIII de la selección.
Leyendo el otro día estos versos de Omar Jayyam no pude evitar recordar la crítica de Nietzsche al “cielo” cristiano y su análisis de como el deseo de un mundo en el “más allá” acaba amargándonos la vida en este. El filósofo alemán constata que el creyente en la “otra vida” la percibe como una vida más íntegra y mejor que esa; nuestra vida común está sujeta al dolor y la desdicha, mientras que la vida en el más allá está colmada de ventajas. ¿Qué debemos hacer para alcanzar el premio? Obedecer a un libro de instrucciones “sagradas” o al iluminado de turno. Esta obediencia es a costa de nuestra verdadera vida: todo se convierte en pecado y el placer más pequeño debe ser “limpiado” con penitencias. ¿Qué significa esto, dirá Nietzsche, sino negar nuestra propia vida entendida como libertad y búsqueda de placer? En este sentido, el que desea la “otra vida” se comporta como un usurero que quiere recoger los frutos de su usura en plazos “eternos”; pues, realmente, ¿qué necesidad hay de “otra vida”? ¿No es acaso un don de la naturaleza suficientemente precioso la vida que poseemos? Algunos quieren más pero no tienen el valor suficiente para tomarlo, por tanto, se inventan un dios justiciero a su imagen y semejanza que, teóricamente, les resarcirá de sus vidas insulsas y cobardes en un paraíso del que nadie ha vuelto para contarlo. Por esto, el pensador germano calificó a estos “ultramundanos” como odiadores de la vida, pues si realmente amasen su vida, tanto en la paz como en la guerra, no rogarían con plegarias compensaciones celestiales, sino que se dedicarían a vivir la vida, que realmente tienen, como el don preciado y efímero que es.
Mi belleza se ha reído hoy de vosotros, los virtuosos. Y su voz llegó hasta mí, y me dijo: «¡Ellos quieren además que se les pague!»
¿Pretendéis que se os pague por la virtud? ¿Pretendéis el cielo a cambio de la tierra, y la eternidad a cambio de vuestro hoy? ¿Y os irritáis contra mí porque os digo que no existe pagador ni remunerador? En verdad, ni siquiera enseño que la virtud sea su propia recompensa.
[…] Como la madre a su hijo, así amáis vosotros a vuestra virtud: pero ¿cuándo se dijo que una madre quisiera ser pagada por su amor?
Friedrich Nietzsche; Así habló Zarathustra; Segunda Parte «De los virtuosos», traducción de Juan Carlos García-Borrón para RBA.