Análisis filosófico del decimo primer capítulo de El principito
0En el capítulo once de El principito de Antonie de Saint-Exupéry, el personaje principal de esta obra visita el asteroide 326 en donde habita solitario un vanidoso. Cuando el principito llega al planeta descubre que basta con tocar las palmas para que el vanidoso levante el sombrero y salude; después de un rato en este ejercicio, el niño se aburre y se va.
La visita al asteroide del vanidoso es una visita más a una serie de planetoides habitados por personajes solitarios y extraños a ojos del pequeño: un rey, un borracho, un geógrafo, un farolero y un hombre de negocios. Estos “hombres mayores” son estereotipos que manifiestan modos de comportamientos que aunque socialmente estén normalizados, resultan extraños e inauténticos en sí mismos.
El vanidoso muestra hasta que punto el deseo de ser reconocido socialmente, una inclinación natural del hombre en tanto animal gregario, degenera en soberbia y soledad cuando exigimos un reconocimiento o admiración superficial del que no somos dignos. Desde muy pequeños nos sentimos felices con la atención que en otras personas despierta nuestros logros, esto hace al niño y a las personas acríticas muy manipulables ante las alabanzas. Como vemos en el cuento de Saint-Exupéry, basta con tocar las palmas para que el vanidoso se ponga en movimiento como si de un resorte se tratara. En ocasiones, la adulación fingida o real tiene como fin manipular nuestras conductas y normalizarlas.
Sin embargo, debemos reconocer que es natural en el ser humano la vanidad. Somos individuos, en apariencia diferentes a otros, con fuertes necesidades sociales; el deseo de ser reconocido no es en sí mismo malo, se transforma en un deseo autodestructivo cuando basamos toda nuestra autoestima en el aplauso y los halagos. Como si de una droga se tratase, el vanidoso vive “enganchado” a la admiración de otros, por tanto, en vez de ser libre y “mejor” que los otros, se convierte en un esclavo de la opinión vulgar. No es malo sentirse orgulloso de los logros de uno pero tal orgullo no precisa, necesariamente, del aplauso general; muchos sienten que se satisface mejor nuestro orgullo con el reconocimiento de unas pocas personas amadas o respetadas que con el elogio de una masa amorfa y desconocida que no sabe nada de nosotros. No obstante, el problema del vanidoso es que es incapaz de amar a alguien que no sea a sí mismo, por tanto, lo mismo le da el aplauso del principito o de cualquier otro. Al ser incapaz de salir de sí misma, la persona vanidosa busca en la admiración del otro un sucedáneo de relación social; para paliar el carácter inauténtico de este tipo de afecto, al vanidoso no le satisface una reconocimiento puntual sino que necesita continuamente la corroboración de su “valía” en los otros. Por contra, una autoestima sana se basa, principalmente, en el autoreconocimiento de los propios logros y límites.
Soledad e incapacidad de valorarse a uno mismo son los rasgos más sobresalientes del vanidoso. El chico que busca el elogio con su manera de vestir o el tamaño de su coche o el “intelectual” que cacarea lo más fuerte posible para ser reconocido por el “gran público”, no son tan diferentes entre sí. Tanto si exigimos ser admirados por tener un buen culo o un buen cerebro, hacemos una exigencia necia; la pluralidad que somos cada uno de nosotros no es abarcable por una cualidad o capacidad específica. Si nuestra autoestima solo depende del reconocimiento de los “muchos” nunca seremos nosotros mismos sino solo títeres dirigidos por aplausos y golpecitos en nuestras espaldas. Ciertamente es aburrida la vida del vanidoso.
Análisis filosófico del primer capítulo de «El principito».
Análisis filosófico del segundo capítulo de «El principito».
imagen extraída de: http://imaginationbeforereality.blogspot.com.es/2012/12/que-significa-admirar.html