Los límites éticos de la manipulación: el hostigamiento emocional
0Entiendo por hostigamiento emocional aquella táctica manipulativa que pretende inducir en el oyente estados emocionales que le impidan pensar y actuar correctamente. La niña hostiga a su madre con lloros para que esta acceda a sus deseos, en los infantes estos comportamientos no son reprobables ya que no se les presupone una mala intención. Sin embargo, adular o culpabilizar a alguien para alcanzar nuestros objetivos es un comportamiento manipulativo que si se adopta conscientemente debe ser censurado.
Los sentimientos que pueden ser fomentados con el hostigamiento emocional son múltiples: odio, adulación, culpa, esperanza o miedo son solo algunas de las emociones que utiliza el manipulador emocional para conseguir sus objetivos. Se entiende, generalmente, que estas actitudes no deben ser fomentadas intencionalmente en el interlocutor ya que le impiden actuar y pensar racionalmente. A pesar de ello, en ocasiones consideramos correcto inducir estos sentimientos cuando nuestro interés no es la manipulación sino la información objetiva. Asustar a un niño ante el peligro de electrocución que supone un enchufe o a un fumador ante el peligro del cáncer de pulmón asociado a su hábito, no suelen ser considerados ejemplos de hostigamiento emocional ya que se entiende que tales peligros son objetivos. Es difícil, por lo tanto, dirimir cuándo tras el fomento de emociones como el miedo o la culpa se encubre una táctica manipulativa o es un acto de simple comunicación.
Aunque la línea divisoria entre manipulación emocional e información es difusa, existen situaciones en las que es evidente la voluntad manipulativa del comunicador. Algunas falacias materiales suponen ejemplos claros de esto; sin ir más lejos, las falacias ad hominem intentan incitar en el oyente sentimientos de rechazo o sospecha hacia otra persona para poner en duda sus afirmaciones. Si alguien sostiene que debemos ser escépticos ante las declaraciones de alguien porque esta persona es de otra raza o tiene tal o cual comportamiento en su vida privada, no estamos argumentando racionalmente contra tales declaraciones, sino que pretendemos que el oyente experimente sentimientos de aversión hacia otro individuo para socavar las tesis que mantiene.
Desgraciadamente somos muy condescendientes con el uso del hostigamiento emocional cuando este se produce hacia menores de edad. Tendemos a aceptar que para conformar socialmente a los niños es legítimo asustarlos o darles falsas esperanzas. Intentar que un niño duerma bajo la amenaza implícita de que si no lo hace “vendrá el coco y te comerá” nos parece lógico y normal aún cuando podemos dudar de que sea así. Los menores son especialmente vulnerables al hostigamiento emocional ya que carecen de la experiencia vital necesaria para hacerle frente.
Igualmente, en nuestra sociedad de consumo vemos con total naturalidad el fomento de las bajas pasiones para manipular al espectador y empujarlo a que adopte determinadas pautas de consumo. Hacer sentir a una mujer vieja y poco deseada a menos que compre tal crema o producto dietético promueve la debilidad emocional y la baja autoestima; asociar el prestigio social a la adquisición de ciertas mercancías, alimenta en los espectadores de las clases menos pudientes un autoconcepto lesivo y patológico. Si observamos, con algo de distancia, los medios de propaganda del poder, descubriremos hasta que extremo hacen uso del hostigamiento emocional promocionando la fragilidad de la estructura psíquica de los espectadores.
En definitiva, cuando establecemos un diálogo con otras personas, debemos ser muy prudente en el fomento de bajas pasiones que impidan a los oyentes actuar y pensar racionalmente. Es inevitable que en todo acto comunicativo se manifiesten y promuevan determinadas emociones, por tanto, debemos intentar, en la medida de lo posible, que tales sentimientos no nublen nuestra capacidad de juicio ni la de nuestro auditorio.
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