El efecto estigmatizante de la psiquiatría
4En su libro “La fabricación de la locura” (Kairós 2005) Thomas Szasz comenta el experimento de Derek L. Phillips sobre como los estigmas psiquiátricos influyen en como los llamados enfermos mentales son percibidos por la sociedad. El experimento es bastante concluyente al mostrar como los epítetos de la psiquiatría tienen un efecto negativo y estigmatizante sobre el supuesto enfermo mental:
“Derek L. Phillips —sociólogo— emprendió la investigación sobre la hipótesis de que «Individuos que exhiben idéntico comportamiento, se verán progresivamente rechazados según se les describa con uno u otro de los siguientes epígrafes: individuo que no solicita ninguna ayuda (para la enfermedad mental), individuo que utiliza los servicios de un clérigo, individuo que solicita los servicios de un médico, individuo que solicita los servicios de un psiquiatra, individuo que solicita los servicios de un hospital mental.» A fin de comprobar la hipótesis, Phillips presentó cinco casos abstractos diferentes, «El caso A era una descripción de un esquizofrénico paranoico. El B, la de un individuo afectado de una esquizofrenia simple. El C, el de una persona aquejada por una depresión de ansiedad. El D, un individuo con fobias, de rasgos compulsivos. El E, una persona «normal”.»
Esta relación de casos abstractos fue presentada a 300 mujeres casadas, de raza blanca, de una población aproximada de 17.000 habitantes del Sur de Nueva Inglaterra. Cada caso abstracto se presentaba combinado con información acerca de la fuente de ayuda solicitada por el individuo, caso de haber solicitado alguna:
«1. No se incluía explicación adicional a la descripción del comportamiento… 2. La descripción llevaba anexa esta indicación: «Ha consultado regularmente con un clérigo, acerca de la evolución de su caso». 3. La descripción llevaba anexa esta indicación: «Ha consultado regularmente con un médico, acerca de la evolución de su caso». 4. La descripción llevaba anexa esta indicación: «Ha consultado regularmente con un psiquiatra acerca de la evolución de su caso». 5. La descripción llevaba aneja esta indicación: «Ha estado en un hospital mental, debido a la evolución de su caso».»» Phillips descubrió que «Un individuo que exhiba un comportamiento dado, se ve progresivamente rechazado según se ley describa con uno u otro de los siguientes epígrafes: individuo que no solicita ninguna ayuda, individuo que solicita los servicios de un clérigo, individuo que solicita los servicios de un médico, individuo que solicita los servicios de un psiquiatra, individuo que ha estado en un hospital mental.» Es más, las mujeres entrevistadas identificaron persistentemente a la persona descrita en la tarjeta como normal pero que había pasado un tiempo en un hospital mental, como enfermo mental grave, y al esquizofrénico que no solicitó ayuda, lo identificaron como normal. Por añadidura, Phillips descubrió que «No sólo los individuos se ven progresivamente rechazados (como enfermos mentales), según se les haya descrito como personas que no solicitan ayuda que consultaron con un clérigo, un médico, un psiquiatra o un hospital mental; sino que se ven desproporcionadamente rechazados cuando se les describe como individuos que han utilizado estas dos últimas fuentes de ayuda. Esto apoya la sugerencia de que quienes utilizan los servicios psiquiátricos o los de los hospitales mentales, puedan verse rechazados no sólo por tener un problema de salud, sino también porque el contacto con el psiquiatra o con un hospital mental les define como «enfermos mentales» o «locos».»
Este estudio demuestra algunas diferencias de tipo pragmático entre la enfermedad física y la enfermedad mental. Aunque se vean influidos por el juicio médico, la gente ordinaria tiene sus conceptos propios y auténticos acerca de la enfermedad corporal; en cambio, no tienen los mismos conceptos acerca de la enfermedad mental, basándose por completo su opinión en la posición que ocupa el sujeto en una u otra función establecida de enfermedad. Siempre que se diga que una persona «normal» ha solicitado ayuda «psiquiátrica», se la considera afecta de una grave enfermedad mental.
«A pesar del hecho» —escribe Phillips— «de que la persona «normal» se acerca más a un «tipo ideal» que a una persona normal real, en cuanto se dice de ella que ha estado en un hospital mental, se ve más rechazada que un individuo psicótico de quien le haya dicho que no ha solicitado ayuda o se ha asesorado con un clérigo, y desde luego más que un neurótico deprimido que haya consultado con un clérigo. Cuando se dice de esta persona normal que ha consultado a un psiquiatra, sufre mayor rechazo que un simple esquizofrénico que no solicite ayuda y que un individuo fóbico-compulsivo que no solicite ayuda o consulte a un clérigo o a un médico.»
En realidad, es evidente que dichos sujetos se ven rechazados, no porque acudan a determinadas fuentes de «ayuda», sino porque —al obrar así— se identifican como más o menos locos y, en consecuencia, sufren dicho rechazo. Tal interpretación fue específicamente comprobada por Phillips. En una investigación de las reacciones de un grupo representativo, ante las descripciones de comportamiento que se consideran típicas de la enfermedad mental, descubrió que «quienes identificaban a un individuo como enfermo mental, mostraban mayor rechazo (del enfermo) que quienes no emitían este mismo juicio», y deducía que sus descubrimientos «no apoyan las conclusiones (de autores precedentes) que afirman que la capacidad de la gente para identificar la enfermedad mental representa un avance de la actitud pública hacia el enfermo mental».
Los descubrimientos de Phillips prestan un fuerte apoyo a mi afirmación de que el vocabulario empleado en los diagnósticos psiquiátricos es, de hecho, una retórica de rechazo justificatoria y pseudomédica. En suma, que los psiquiatras son los fabricantes de estigmas médicos y que los hospitales son sus fábricas destinadas a la producción en masa de dicho producto. «El término estigma» —escribe Goffman— «hace referencia a un atributo profundamente infamante…». Ser considerado o etiquetado como perturbado mental —anormal, loco, desequilibrado, psicótico o enfermo (poco importa la variante utilizada)— es la clasificación más desacreditadora que pueda imponérsele a una persona en la actualidad. La enfermedad mental arroja al «paciente» fuera del orden social, del mismo modo que la herejía arrojaba a la “bruja” fuera del orden social medieval. Este es, en realidad, el verdadero objetivo de los términos estigmatizantes.”
dicen que uno de los grandes miedos de la humanidad,a parte del miedo a la muerte es el miedo a la locura;pienso que reflejamos muchos de nuestros miedos,rechazando.
los niños pequeños también piensan que al taparse los ojos ya no les podemos ver
el rechazo no va hacer que desaparezcan nuestros miedos
me gustó el texto,enhorabuena.
Sí creo que es cierto incluso que nuestra razón preferiría la muerte a la completa locura en algunos casos.
Quizás el miedo que sienten las personas a sus actos cuando han estado bajo los efectos de drogas desinhibidoras o alucinógenas es un miedo similar. El miedo a perder nuestra «personalidad», que no es, al fin y al cabo, más que una construcción social.
gracias por comentar
¿Loco yo?… Ni muertoooo….
El hombre moderno se encausa a la razón, a la coherencia, al control… incluso y sobre todo, de sí mismo. Así entonces, la locura es el peor de los castigos posibles, la muerte dependiendo de la cultura, retoma un halo de esperanza desde la cultura judeo-cristiana al hablar de la vida despues de la muerte; sin embargo, la locura es vista como la perdición de todo salvo del nombre, pues el medico, deja de serlo, el pintor, el escritor, el ensayista, cualquier atributo pierde sentido, asi que, la locura ademas de robar la razón, apunta a la pérdida de la vida. ¿Cómo entonces no preferir la muerte que la muerte en vida?
Gracias.
Creo que el problema es de premisa. Tu lo dices en tu comentario: partimos de una visión judeo cristiana de la realidad y de nosotros mismos. Quizás debamos de replantearnos esa tradición y sus dogmas particulares. ¿Qué es el yo sino una construcción social? ¿Qué es la locura sino el «non plus ultra» de los roles socialmente admitidos?
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