Análisis filosófico del capítulo séptimo de «El principito»
3En el capítulo VII de “El principito”, el piloto se encuentra enfrascado en la reparación de su avión, teme que no pueda reparar la máquina y acabe muriendo en medio del desierto. Mientras el piloto se afana en su tarea, el principio empieza a acosarlo a preguntas: ¿Los corderos comen flores? ¿Para qué sirven las espinas de las flores si los corderos de todas formas se las comen?… El piloto le contesta cualquier cosa hasta que estalla de mal humor y le dice que él no se encarga de tonterías como por qué tienen espinas las flores sino de cosas serias. En este momento el principito se queda extrañado de la actitud del piloto y le reprocha su modo de actuar.
Este capítulo del libro retrata bastante bien un momento del desarrollo infantil: la etapa de los porqués. Recordamos cuando éramos niños nuestro interés por saber cosas: ¿cómo funciona esto? ¿por qué ocurre aquello otro? ¿quién fue el primero que hizo tal cosa? etc. Es una etapa profundamente creativa y que manifiesta la curiosidad innata que existe en todos nosotros; a veces las preguntas son desconcertantes para los cuidadores del menor ya sea porque no saben qué responder o porque la pregunta sea algo indiscreta. Muchos maestros, indignos de tal nombre, se sienten incomodados por las preguntas de los niños en esta etapa ya que les cuesta admitir que no saben responder a ciertas cuestiones; en muchas ocasiones estos cuidadores o maestros irresponsables responden, como el piloto, de cualquier manera o incluso bruscamente y manifestando mal humor ante la batería de preguntas a las que son sometidos. Así, algunos niños desde muy temprana edad interiorizan que preguntar “está mal”, que ser curioso pone nervioso a los mayores y que, por tanto, más vale no preguntar nada.
El piloto representa, por su parte, la mentalidad del adulto interesado más en el “cómo” que en el “por qué”. Mientras repara el avión se pregunta cómo solucionar el problema pero no si hay otros problemas más importantes que solucionar o cuán bella es la puesta de sol de ese día. Mientras que la mente infantil anda dispersa indagando en mil y un misterios, el adulto focaliza su energía mental en un objetivo concreto que le aparta del flujo real y de sus pensamientos propios. Por ello los niños se distraen y aburren con tanta facilidad, encauzar sus inquietudes y ordenarlas es uno de los males necesarios del proceso de madurez; sin embargo no debemos olvidar que esta ordenación es “a posteriori” y, en cierto modo, artificial, si caemos en este olvido corremos el riesgo de esclerotizar la mente infantil hasta convertir a las personas en “hongos”.
Este fragmento también es una crítica al trabajo alienante. Por supuesto que son necesarios momentos en donde nuestra mente se halle concentrada en un propósito, pero nunca debemos olvidar que tal tarea es una labor mediata, es decir, que no cobra valor en sí misma sino en tanto que los fines perseguidos son valiosos y tienen sentido. Sin embargo, el trabajo alienante es sumamente satisfactorio para personas con vidas vacías ya que les permite evitar pensar en la vacuidad de sus propias existencias; las tareas repetitivas o que precisan concentración continuada nos alejan de nosotros mismos y nos sumergen en la actividad hasta casi hacernos olvidar nuestro yo. El piloto olvida su miedo a la muerte mientras repara el avión, por eso las interrupciones del principito son tan molestas e inoportunas.
Con todo lo anterior no quiero dar a entender que la labor del piloto sea inútil o carezca de sentido; si no se concentra en su labor morirá en medio del desierto. Todas las personas adultas han experimentado esa necesidad social de concentrar su atención en una charla, en un trabajo, en los estudios, etc. Esa concentración es socialmente necesaria no solo a un nivel material sino a un nivel más profundo ya que nos permite salir de nosotros mismos y comunicarnos con el mundo superando el egocentrismo infantil. Yo estoy aquí sentado, en una lóbrega biblioteca iluminado por tubos fluorescentes mientras escribo, pienso en el mundo que se oculta tras estos muros: la claridad del día, el sonido del río que queda a escasos metros de aquí… Docenas de pensamientos me asaltan mientras escribo, los aparto con mayor o menor fortuna, si no lo hiciera, si no concentrara mi atención en la pantalla y el teclado ¿podría escribir lo que escribo? Pero ¿qué sentido tiene escribir? ¿por qué no huir de este lugar opresivo? Solo si sentimos que nuestra labor tiene un sentido, una utilidad, solo si nuestro trabajo se convierte en un puente hacia el mundo y los otros hombres merece la pena el sacrificio. Si no es así, si el trabajo se transforma en una escusa para encerrarnos y huir, llegará un momento en el que deje de preocuparnos la guerra entre los corderos y las flores y nos dediquemos solo a “cosas serias”, olvidando todo lo demás, relegando la vida misma.
Maravilloso analisis, me parece muy preciso, objetivo, gracias por el aporte, me encanta la literatura.
que gay
el analisis le falta