Argumentos contra las ayudas a la pobreza en el «Ensayo sobre la población» (1798)
0“la principal idea que este ensayo pretende destacar es, precisamente, la improbabilidad de que las clases inferiores del pueblo, en cualquier país, pueda jamás liberarse suficientemente de sus necesidades y de su esfuerzo, con miras a alcanzar un elevado grado de superación intelectual.”
Robert Malthus; Primer ensayo sobre la población; capítulo XI, traducción de Patricio de Azcárate para Alianza Editorial.
Las críticas de Malthus a las Leyes de los Pobres tienen ecos en la actualidad: ¿es útil ayudar a los pobres del país o del mundo? La respuesta del clérigo anglicano es que, lamentablemente, no; la caridad puede paliar el sufrimiento de la pobreza pero nunca erradicarlo. La presión demográfica y sobre los recursos básicos hace que, necesariamente, una parte de la humanidad se quede con poco o nada con lo que sobrevivir. La beneficencia pública no disminuye la pobreza sino que la hace endémica fomentando en los pobres la vagancia, el alcoholismo y otros vicios aparejados a la irresponsabilidad social. ¿Por qué irá alguien a trabajar o a esforzarse en mejorar su situación si tiene seguro su subsistencia y la de su familia? (1). Para evitar la holgazanería y que se normalice el ser atendido por la beneficencia, se debe fomentar la vergüenza y el rechazo social contra la pobreza dependiente.
Además el ciudadano que necesita de las ayudas públicas para cubrir sus necesidades básicas se haya subyugado a un poder político que puede indagar si es capaz o no de trabajar, sus habilidades, lugar de residencia, etc. La dependencia al estado y la injerencia de este que sufre el beneficiado por las ayudas públicas es un favor harto dudoso que se le hace a expensas de su dignidad y libertad (2). De los argumentos contra las Poor Laws que plantea Malthus este es el que me parece más característico, no solo porque es una perfecta muestra del aprecio a la libertad individual del que el liberalismo político hace gala sino porque nos enseña, también, hasta que punto esa sensibilidad contra la injerencia del estado en nuestra vida privada está hoy adormecida.
Otro argumento que aparece en la obra comentada en contra de las ayudas públicas a los pobres es la inflación. Efectivamente, si damos una ayuda económica o en recursos a los más desfavorecidos sin aumentar la productividad los precios aumentarán ya que habrá más individuos que accedan a los recursos finitos de la sociedad sin que tales recursos se hayan incrementado (3). Si existen cien piezas de pan y ciento veinte personas hambrientas, dar una limosna a los veinte más pobres para que puedan comprar el alimento no hará que se creen veinte trozos de pan extra; por tanto, seguirá existiendo necesidad de recursos y, consiguientemente, pobreza.
El argumento de que sostener ayudas públicas contra la pobreza fomenta la vagancia no se atiene a lo observado. En general, los individuos no se sienten cómodos en la pobreza, en los países en donde está instaurada una renta básica para todos los ciudadanos pocos deciden dejar de trabajar para vivir del estado. El trabajo productivo, a pesar de que en ocasiones puede transformarse en esclavitud, no es solo una necesidad social sino también para el propio individuo que precisa, para desarrollar una razonable autoestima, sentirse miembro útil del cuerpo social. El alcoholismo, la drogadicción, la vagancia no son fomentados por las ayudas publicas en los más pobres sino que son manifestaciones del sufrimiento y la humillación moral a los que las capas más desfavorecidas se ven sometidas. No es necesario socializar la vergüenza a la pobreza dependiente porque, por lo general, tal vergüenza ya la siente el propio individuo que es apartado de la sociedad como un elemento improductivo y superfluo. No se puede negar la posibilidad de que algunos ciudadanos adopten conductas irresponsables y egoístas cuando se ven beneficiados por las ayudas públicas; pero tampoco es sostenible afirmar que tal inclinación es natural o mayoritaria. Lógicamente, la mejor ayuda a un necesitado es darle los medios para ganarse la vida dignamente pero si no existe esa posibilidad, la ayuda pública no debe ser vista como un incentivo a la vagancia. En cualquier caso, me hubiese gustado que, para ser ecuánime, Malthus hubiese criticado no solo la holganza de los pobres sino también de los plutócratas, especuladores o rentistas que en su época y aún a día de hoy consumen o poseen riquezas desmedidas que podrían canalizarse no en subvenciones sino en desarrollar el tejido productivo para proporcionar a los desfavorecidos una ocupación útil y digna.
El sistema de subsidio, beneficencia, ayudas públicas o como queramos llamarlo efectivamente supone una relación de dependencia del ciudadano con respecto al estado; pero el autor inglés no puede pretender que a alguien que no tiene para comer le preocupe tal dependencia. Por supuesto que deberíamos luchar para que el número de ciudadanos que acuden a la ayuda social sea el menor posible; mas si sopesamos en la mayoría de los individuos el deseo de libertad civil junto a la necesidad de subsistencia la balanza se inclinará al segundo platillo. Por tanto, si queremos defender la independencia con respecto al estado de los más necesitados no es solución negarles ayudas económicas y, en último término, negarles el derecho a vivir dignamente ya que así no serán más libres sino que estarán más muertos o más oprimidos. La solución pasa, como se ha dicho, en primer lugar por intentar rediseñar y redistribuir el trabajo equitativamente y en segundo lugar, si eso no es posible, garantizar a todos los miembros de la sociedad una vida acorde con la dignidad humana.
Por último podríamos pensar que las ayudas públicas a la pobreza inducen a la vagancia pero también podríamos pensar que si los pobres no tuvieran los medios mínimos para sobrevivir fácilmente delinquirían para alimentarse a ellos o su progenie. Por tanto, los subsidios pueden ser también interpretados como una inversión que contribuye a la paz social y que ahorra gastos al estado en prisiones, jueces, policías…
Desde la publicación de la primera versión de su “Ensayo sobre la población” (1798), Robert Malthus ha sido criticado y tachado de antihumanitario por su posición contraria a las Leyes de los Pobres. Uno de los mecanismos psicológicos más frecuentes para exonerarnos de consideraciones humanitarias hacia otros seres es estimar que el sufrimiento de otras personas ha sido generado por causas naturales y necesarias. (“Para hacer una tortilla hace falta romper los huevos”). Podemos evitar quedar consternados por una guerra ante la excusa de que los eventos bélicos son comunes desde los inicios de la humanidad o autoconvenciéndonos de la necesidad de los conflictos bélicos para el progreso de la civilización. Sentir que el sufrimiento de otra persona es natural e inevitable por nuestra parte es una inclinación frecuente, quizás necesaria, que nos hace adoptar un distanciamiento no empático ante el sufrimiento objetivo. Es esta inclinación psicológica la que guía al filósofo inglés en su crítica a unas leyes que, en su época, pretendían disminuir el dolor aparejado a la pobreza.
Al mismo tiempo, la posición de Malthus en contra de la ayuda a los pobres está condicionada por la perspectiva ideológica ejemplificada por la cita que abre este artículo. Una de las polémicas menos conocidas de la historia de nuestro pensamiento es la que intenta dilucidar si la masa humana es perfeccionable o, por contra, está condenada a permanecer eternamente en su actual estado embrutecido. Malthus adopta la segunda postura en conflicto con autores ilustrados como Godwin más confiados en la perfectibilidad del hombre. Sin duda, la postura antiilustrada y reaccionaria de Malthus es un necesario contrapunto a los excesos del pánfilo optimismo, pero esta posición escéptica sobre la naturaleza humana también lo llevó a cierto antihumanitarismo y a no imaginar otros mundos posibles en donde la pobreza fuese erradicada gracias al perfeccionamiento de la naturaleza del hombre.
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notas:
(1) «si todos los hombres tuviesen la seguridad de que sus hijos iban a estar bien atendidos por la caridad pública, las fuerzas generadoras de la tierra resultarían totalmente insuficientes para producir los alimentos necesarios al aumento de población que inevitablemente sobrevendría.”
Robert Malthus; Primer ensayo sobre la población; capítulo X trad. cit.
(2) “Tal vez una de las principales objeciones a estas leyes es que para asegurar esta asistencia que reciben algunos pobres, a quienes se hace un favor bastante dudoso, se somete a todas las clases humildes de Inglaterra a un conjunto de leyes irritantes, improcedentes, tiránicas y totalmente incompatibles con el espíritu genuino de la Constitución.”
Robert Malthus; Primer ensayo sobre la población; capítulo V trad. cit.
(3) “[tales leyes] tienden evidentemente a aumentar la población sin incrementar las subsistencias. Los pobres pueden casarse, aunque las probabilidades de poder mantener a su familia con independencia son escasas o nulas. Puede decirse que estas leyes, en cierta medida, crean a los pobres que luego mantienen, y como las provisiones del país deben, como consecuencia del aumento de población, distribuirse en parte más pequeñas para cada uno, resulta evidente que el trabajo de quienes no reciben la ayuda de la beneficencia pública tendrá un poder adquisitivo menor que antes, con lo cual crecerá el número de personas obligadas a recurrir a esta asistencia.”
Robert Malthus; Primer ensayo sobre la población; capítulo V trad. cit.