Bajo la larga sombra del dios muerto
3“Todo está lleno de dioses”
Tales de Mileto
Interpretar la realidad como una pirámide ontológica cuya cúspide está ocupada por Dios, la Verdad, el Uno o cualquier otra entelequia metafísica es el rasgo característico del pensar unívoco. Nietzsche calificó al cristianismo de “platonismo para la plebe” subrayando con esta expresión la deuda ideológica que el pensamiento monoteísta occidental tiene con el autor ateniense. Un universo ordenado en donde la realidad concreta y manifiesta queda aplastada bajo el peso de lo abstracto y no manifiesto, es la propuesta del pensamiento uniformador.
El monoteísmo es un azar histórico que ha condicionado la consciencia occidental y, por extensión, condiciona, merced a la globalización, el pensamiento de buena parte de la población mundial. Es cierto que existe una tendencia hacia el monoteísmo no solo en la antigua religión griega sino en muchos otros politeísmos. Zeus en Homero es “primus inter pares”, señorea sobre el resto de dioses como un rey feudal cuya diferencia con el resto de nobles es de grado y no sustantiva. Durante el siglo V a.e.c. toma forma una nueva mentalidad religiosa en la que Zeus se convierte en el dios verdadero, quedando relegadas las otras divinidades a meras manifestaciones de su poder. Anaxágoras, los trágicos clásicos y, por supuesto, Platón son pregoneros de esta tendencia monoteísta. Una evolución similar se produjo dentro de la religión hebrea que poseía un carácter marcadamente politeísta en un primer momento. Este proceso habitual en la historia de las religiones ha sido sesudamente analizado por diversos autores, llegándose a la conclusión de que el establecimiento del monoteísmo está relacionado con el fortalecimiento de la estructura del estado, siendo el triunfo de la monarquía absoluta hereditaria uno de los resultados más evidentes de este proceso.
Efectivamente, la dinámica de poder en las religiones del dios uno es idéntica a la que observamos en los estado. Así como, situado en la cúspide de la jerarquía ontológica, el dios único transmite su poder y confiere entidad a ángeles, démones, profetas o seres humanos, siguiendo una dinámica de arriba hacia abajo; la estructura del estado total sigue esa misma organización piramidal y desde lo alto, descendiendo hacia lo real-concreto, otorga relevancia, poder o derechos a los siervos y a los que se pretenden amos. Por contra, la dinámica ontológica de una auténtica democracia es justo al revés, i.e. de abajo hacia arriba, siendo la pluralidad concreta de ciudadanos la que dota de realidad y poder a la organización social. Llegados a este punto cabría preguntarse si es compatible ideológicamente el monoteísmo con una sociedad que asuma los postulados democráticos en toda su radicalidad.
Aquellos que creen que todo lo real es racional perciben este proceso del politeísmo al monoteísmo y de la paulatina consolidación del estado como un movimiento “natural” que todas las sociedades desarrolladas han seguido. Aún cuando aceptáramos esta tesis no tenemos por qué admitir que el proceso haya tocado a su fin o que el pensamiento del uno sea por sí mismo y en todo decurso histórico el favorable para nuestra adaptación a la realidad del mundo que es siempre cambiante. No me importa aceptar que en determinadas facetas el estatismo y el pensamiento monoteísta a él asociado haya podido tener elementos positivos en nuestra evolución social. Es frecuente afirmar que el fortalecimiento del estado y la autoridad unívoca ha permitido cimentar sociedades más estructuradas, estables y progresivas que aquellas que se basaban en otros modos de pensamiento y organización. Sin embargo, se suele pasar por alto que la estabilidad y organización basadas en el poder del uno devienen más temprano que tarde en síntomas de decadencia y preludio de nuevas inestabilidades. El orden del estado, hasta ahora, se ha manifestado como orden que fosiliza y mata las fuerzas vivas de la sociedad real; así aquellas civilizaciones que han llegado a un alto grado de desarrollo y orden por este camino han acabado sucumbiendo por autodegradación o ante pueblos más vitales, a causa de la debilidad que este tipo de sistema inflexible genera. El orden del estado-uno está abocado a una extinción violenta y cruel ya que cuando agota sus potencialidades es incapaz de recrearse a sí mismo debido a su propia rigidez, la destrucción es el destino de todo imperio.
Hoy más que nunca es necesario replantear nuestra larga tradición de pensamiento único, escapar de la larga sombra del dios muerto. En un mundo superpoblado y degradado ecológicamente un derrumbamiento de la hegemonía política precedido de guerras y desplazamientos masivos de población pondría en serio peligro nuestra propia supervivencia como especie o, al menos, supondría un serio retroceso en nuestro desarrollo. En este siglo viviremos, vivimos, la debacle del imperialismo yanki. ¿Cómo sucederá su caída o a qué precio se establecerá la nueva hegemonía? Guerras generalizadas y descomposición social parece que son, ineludiblemente, el camino a seguir. Será inevitable tal futuro si no somos capaz de un cambio en nuestro modo de comprender la pluralidad de lo real. El uno aporta estabilidad estática, pero se me antoja igualmente posible una estabilidad que no se base en la paz de lo muerto sino en la tensión de lo dinámico, una pluralidad que polarizada mantenga una armonía en donde todos los elementos contribuyan al equilibrio. Si un centro de tensión cae, el orden orgánico puede verse resentido pero no aniquilado; estos centros de tensión pueden recolocarse en la trama sin que la perdida de la primacía de uno de ellos lleve al desplome del todo.
Vemos ante nuestros ojos como la inestabilidad que genera la guerra en Siria o la pobreza en lugares lejanos no se queda confinada allende de nuestras fronteras-bastiones. ¿Qué consecuencias tendría inestabilidades similares en las propias sociedades opulentas? ¿Qué ocurriría si la decadencia del imperialismo estadounidense y el fin de su “paraguas militar” generase en Occidente guerras y crisis humanitarias del tipo que hoy sufren otras zonas del planeta? ¿Hacia dónde huiríamos? ¿Cuántos muertos y sufrimiento acarrearía una situación como la descrita? Pensar estas cuestiones es pensar en los peligros que acechan a la humanidad, si no en esta generación sin duda en la siguiente. Apostar por un derrumbe controlado de la hegemonía yanki y por modos de pensamiento plurales y flexibles no parece estar entre las preocupaciones de los líderes ni de las masas; pero soñar y trabajar por ello son una de las actividades más perentorias para garantizar el futuro de las generaciones venideras.
Fragmento: F. Nietzsche; Sobre la mayor utilidad del politeísmo.
[…] ello quería decir que el estado total era un sistema rígido y cerrado ya que asume que la verdad dimana de arriba hacia abajo, de las élites gobernantes al pueblo gobernado, por tanto esa élite autorreferencial dirige […]
Me gustaria ver un articulo que hable que pasaria si las mujeres estuvieran a la cabeza de cualquier entidad de poder en el mundo.
digo los hombres siempre estan peliandose entre si, y haciendo valer su hombria y orgullo demachos sin importarles a cuantos mantan en el camino.
[…] ello quería decir que el estado total era un sistema rígido y cerrado ya que asume que la verdad dimana de arriba hacia abajo, de las élites gobernantes al pueblo gobernado, por tanto esa élite autorreferencial dirige […]