Celda 211
0 Películas como Celda 211 dotan de prestigio al cine español, tan tendente a la comodidad de la subvención y la consecuente mediocridad creativa. No es extraño. Es imposible que un solo país produzca docenas de obras maestras al año, ni siquiera una docena de películas interesantes. El film sobre el que hablamos hoy, quizás no pueda ser calificado de obra maestra, pero desde luego que sí como una película interesante y digna de ver. Es más. Este film de Daniel Monzón es mucho más interesante y profundo que la mayoría de la morralla hollywoodense que inunda nuestros cines. Así se defiende el cine español y no criminalizando a los internautas ni acomodándose al discurso cómodo de lo políticamente correcto.
Celda 211 tiene varias características de las que deben tomar nota los directores de cine europeo. Por ejemplo, cuenta con un coste razonable (3 millones y medio de euros), sin ser una película pobre en decorados ni efectos especiales; además, aúna a la perfección la experiencia de actores consagrados como Antonio Resines, con la juventud y novedad de un nutrido elenco de actores nóveles casi desconocidos. La modestia en el presupuesto y la experiencia y novedad en la interpretación son dos rasgos importantes, pero no esenciales, para hacer buen cine, si lo es, no obstante, otro rasgo de esta obra: la calidad y originalidad del guión.
Celda 211 narra la experiencia de Juan Oliver (Alberto Ammann) que visita la prisión en la que al día siguiente empezará a trabajar como carcelero. En el momento que visita la prisión se produce un motín que llevará a Oliver a transformarse radicalmente y a percibir la “otra realidad” que vive al margen de la nuestra. La realidad de los desheredados, a los que el sistema además de arrebatarles la libertad, pretende arrebatarles la dignidad. En este contexto de violencia extrema Oliver descubre tanto en prisioneros como en carceleros sentimientos humanitarios pero también, en ambas partes, mezquindad, traición y odio.
A pesar de esta visión objetiva de la naturaleza humana, y huyendo de cualquier maniqueísmo, el director, valientemente, se decanta por la causa de los oprimidos y no por la de los opresores. Tortura, violencia, amor, amistad y muerte recorren todo este largometraje, haciendo una perfecta semblanza de la hipocresía de los que supuestamente nos defienden y gobiernan