Contra la universidad española
0No negaré que como antiguo universitario le debo mucho a la universidad, pero tampoco puedo ocultar que de los cincuenta profesores que me impartieron clase, solo aprendí y respeté verdaderamente a menos de diez. He visto en la universidad la mediocridad más pasmosa pasearse por los pasillos orgullosa, personajes intelectualmente tullidos sin ninguna publicación ni intervención relevante en años que mantenían su puesto y su sueldo a expensas del erario público y que, por si fuera poco, se permitían el lujo de no aparecer en clase sin justificación alguna. No estoy hablando de algo excepcional y estos tristes personajes siguen pululando por las aulas y los pasillos de los centros de enseñanza superiores.
Vuelvo a repetir. La fortuna de encontrar algunos docentes universitarios que ejercían como investigadores y pedagogos, me hizo comprender la mediocridad intelectual y académica de muchos de mis profesores. No me equivoco mucho si digo que urge, para prestigiar a la universidad española, establecer criterios objetivos a nivel nacional, europeo e internacional para la contratación del profesorado.
No sé realmente como solucionar la situación sin mutilar la tan cacareada libertad académica, pero varias cosas tengo seguras: en primer lugar que todo profesor universitario español debería haber practicado la docencia en otro país durante algunos años para poder acceder a una plaza en el sistema universitario español.
En segundo lugar, se debe implementar algún tipo de meritocracia objetiva para acceder a ser profesor universitario. No vale que un concurso de plaza anunciado de extranjis sea valorado por profesores universitarios que conocen personalmente a los aspirantes y que tienen relación personal con alguno de ellos. En mi facultad, sin ir más lejos, varios matrimonios compartían plaza en la mismísima facultad ¿casualidad? No lo creo.
En tercer lugar, debería estar prohibido que un profesor universitario hubiese cursado estudios en la misma universidad o, al menos, en la misma facultad en donde ejerce la docencia. Así se evitaría la endogamia y la vida universitaria de cada campus se vería enriquecida por profesores de procedencias diversas.
En cuarto lugar, como en cualquier actividad humana hay que optimizar recursos. ¿Cuántas facultades son realmente necesarias y cuantas se crean por mera ambición política y ganas de salir en la foto? ¿Realmente necesitamos tantas universidades? ¿No sería más útil reducir el número de universidades con un profesorado especializado que multiplicarlas con un profesorado mediocre?
Ya sé que esta propuesta no llegará a ningún sitio. Pero con ella quiero mostrar lo fácil que sería que los universitarios españoles nos sintiésemos orgullosos de nuestros títulos y no avergonzados de ellos. Sería bien fácil que la masa gris de la juventud española permaneciera en el estado español y no se viera forzada a huir al exilio porque algunos burócratas amiguistas copan puestos que por méritos no les pertenecen. Sería fácil, pero, desgraciadamente, la independencia de la universidad española es papel mojado, gran parte de la universidad española está sujeta y es lacaya del poder político opresor; por esta razón, los políticos consienten y la universidad asiente a tan bochornosa situación.
Y quiero terminar este artículo como lo empecé. No todos los profesores universitarios son parásitos endogámicos, el hecho de haber conocido en la universidad a profesores que eran profesionales tanto en la docencia como en la investigación es lo que me hizo percatarme de la cantidad de mediocres que manchan el nombre de la universidad española. Espero que esto también haya quedado claro.