Del menosprecio a las habilidades manuales en la educación institucional
0 Creo que puedo partir de la tesis según la cual para que un individuo que desarrolla una labor sienta satisfacción en su ejecución, es preciso que la dificultad específica de ese desempeño esté adaptada, en mayor o menor grado, a las habilidades y capacidades del sujeto. En el actual sistema educativo, sin embargo, los alumnos son forzados a desarrollar unilateralmente ciertas facultades intelectuales en detrimento de otras facultades intelectuales y la mayoría, si no todas, de las facultades manuales, artísticas o morales. Esta educación parcial, por lo tanto, condena a la insatisfacción vital a buena parte de la población que no posee las capacidades o intereses que según los ideólogos educativos de nuestro sistema deben poseer todos los sujetos que integran la sociedad.
Por otro lado, el hecho de que nuestra educación fomente ciertas capacidades y olvide otras, lleva a que muchos alumnos no descubran jamás una verdadera vocación o labor en donde desarrollar sus habilidades. Irónicamente, es posible que muchos estudiantes universitarios estén en esta situación: han estudiado lo que se suponía que debían estudiar, sin tener acceso a otras actividades que, quizás, les hubieran aportado mayores satisfacciones que la intelectual. Peor aún es la situación de aquellos alumnos con capacidades en ciertos ámbitos no valorados por nuestro sistema de formación, estos chicos lucharán por encontrar un lugar en la sociedad y cuando lo encuentren pueden sentirse infravalorados ya que la labor en la que muestran mayor habilidad podría ser una habilidad no académica y por lo tanto de menos valor subjetivo.
La razón por la que se valora menos la mayoría de las habilidades manuales frente a las intelectuales es compleja y merece una reflexión antropológica y sociológica profunda; pero es evidente que el nulo o ínfimo espacio que tienen en nuestras escuelas e institutos de educación secundaria obligatoria las competencias propias de un carpintero, mecánico o agricultor, por ejemplo, ayuda mucho a que estas profesiones no tengan un estatus social tan privilegiado como otras que precisan de una formación más intelectual. La aspiración de la mayoría de los progenitores es que sus hijos lleguen alto dentro del sistema de formación académica intelectualista que sufrimos, la mayoría de los padres prefieren neciamente que sus hijos sean abogados en vez de carpinteros, profesores en vez de mecánicos o arquitectos en vez de agricultores. Esa cruel mentalidad, que condena a miles de jóvenes por imposición parental a estar dentro de un sistema de formación que no cumple con sus expectativas, es parte de nuestra secular estupidez, no cabe duda, pero también es explícitamente fomentado por nuestro intelectualismo pedagógico.
Es triste tener que argumentar lo obvio, así que de momento me voy a eximir de explicar por qué tal mentalidad sobre lo que “deben” ser nuestros hijos es una idiotez; lo importante es subrayar que esta mentalidad y el sistema educativo que la mantiene condenan a la frustración a muchos alumnos que no ven potenciadas sus capacidades propias ni atendidos sus intereses legítimos y que son, desde muy pequeños, clasificados y orientados según su “validez” dentro de un sistema estandarizado no atento a la realidad social ni humana.
También conviene sacar otra de las consecuencias de esta mentalidad y es que mientras que se incrementa el número de personas con estudios superiores, cada vez es más difícil encontrar a alguien que sepa cultivar la tierra, hacer una instalación eléctrica o reparar electrodomésticos. Esta mentalidad también fomenta, en último término, una fractura social entre los que trabajan manualmente y los que trabajan prioritariamente con el intelecto.
Aún así lo anterior no es lo peor a nivel social. A nivel social este modelo educativo corta las alas a un nuevo sistema de producción en donde el pleno empleo sea una meta realista y posible y no la utopía que es a día de hoy. Efectivamente, creamos a jóvenes con títulos académicos de escaso valor y exiliamos a una masa ingente de fuerza productiva de nuestra educación. Pues es claro que aún cuando no sepamos a donde nos lleva la crisis económica, el sistema económico nuevo o reformado que sustituya al actual, valorará al trabajador especializado tanto como al que posea múltiples habilidades y quizás a este último antes que al primero, y es igualmente claro que nuestro actual sistema de educación no forma a los jóvenes ni de un modo ni de otro. Además, la desatención de la formación profesional que se produce por las razones antes aducidas, condena a ciertas áreas de producción a la subcualificación, lo que potencia el estatus social irracionalmente degradado que pesa sobre algunas profesiones o tareas. Que todo estos factores debilitan nuestro sistema productivo es algo que se concluye fácilmente de lo anterior, aunque no podemos olvidar que para el mantenimiento de muchas democracias capitalistas la existencia de amplias capas de población insatisfechas y frustradas es una necesidad vital. Es difícil imaginar que una población formada integralmente y en donde la mayoría han podido desarrollar sus habilidades específicas en libertad asista al expolio económico, asistencial y ecológico de su país con la pasividad que demuestran muchos de nuestros conciudadanos y vecinos. Pero eso es otra cuestión. Lo que me interesa aquí es mostrar que el intelectualismo que domina la educación de la siguiente generación, condena a esta misma juventud a vivir en una sociedad fracturada y con un dudoso porvenir.
Este artículo forma parte de un conjunto en el que analizo el actual sistema educativo.