El antidemócrata
0Las estructuras sociales y políticas conocidas se forman, no solo, como una identidad que se autodefine sino como una contra-identidad que se opone a otra identidad política que es entendida como contraria y enemiga. Este proceso de identidad a través de una contra-identidad se manifiesta, igualmente, en las democracias representativas actuales.
En un primer momento nos puede costar creer que un sistema tan aparentemente desarrollado como es el de las democracias occidentales se construya con directrices tan rudas y primarias pero un análisis de nuestros más íntimos mitos nos hace ver hasta que punto esto es así. Pensemos por un instante cuál sería nuestra sensación al saber que nuestro vecino de arriba es un “antidemócrata” (concepto del enemigo por antonomasia en las sociedades del desarrollo); a no ser que hayamos sufrido un sano proceso de autodesprogramación la idea que construiremos de nuestro vecino será la de una persona totalitaria, dada a la intolerancia y eventualmente incluso violenta. Intolerancia, violencia, fanatismo, principios primitivos como el racismo o el machismo adornan a esa construcción mitológica que es el “antidemócrata”. Esta construcción mitológica del enemigo sustituye a antiguos conceptos que como el bárbaro o el negro inculto que contenían todo mal y eran el origen de cualquier peligro imaginable para nuestra convivencia.
La idea “antidemócrata” es, una vez analizada, tan vacía como las que hemos citado del bárbaro, del indígena inculto, del rojo, del judeomasón, etc. Estos conceptos son en realidad contraconceptos que adquieren identidad y homogeneidad solo en cuanto se oponen a lo establecido como Bueno, Bello y Verdadero pero que por si mismos no tienen sentido. ¿Qué sentido de unidad tiene el concepto “bárbaro”? Ninguno, es un cajón de sastre que engloba a todo-lo-otro pero este todo-lo-otro es completamente heterogéneo y complejo; definir a los individuos entre demócratas y antidemócratas sería tan absurdo como definir el universo en dos categorías: las cosas redondas y las que no lo son… Realmente sabemos qué es el adjetivo “redondo” pero la categoría de lo “no redondo” es tan plural y diversa que la categorización de la realidad con esa dicotomía se vuelve absurda e inoperante: un sacapuntas, un ordenador, una mano o un plátano entrarían dentro de esa absurda categoría de lo “no redondo” pero, entre si nada tienen en común sino su oposición a un rasgo arbitrariamente elegido como prioritario.
Exactamente lo mismo pasa con la categoría del antidemócrata: un sujeto que entre en esta categoría puede ser desde una persona que plantee la regresión a posiciones políticas periclitadas y reaccionarias (fascismo, nazismo, estalinismo, integrismo religioso) hasta el individuo que apueste por una verdadera integración de lo humano en lo social, para lo que sería imprescindible la ruptura con la mitología democrática. El concepto antidemócrata se nos manifiesta así como la actual encarnación del mal, como el nuevo “hombre del saco” o la última versión del “coco” que, desgraciadamente, no solo asusta a los niños. Mientras confunden el totalitarismo con la libertad las democracias posindustriales mantienen su hegemonía en la economía global acallando la disensión bajo el rótulo de lo “no democrático” ¿Hasta cuando?