El desarrollo de la filosofía contemporánea
1Contenidos:
– Hegel. Idealismo y dialéctica.
– La filosofía marxista: Karl Marx.
– La crisis de la razón ilustrada: Nietzsche.
– La filosofía analítica y sus principales representantes.
– Otras corrientes filosóficas del siglo XX: el existencialismo, la escuela de Fránkfort y posmodernidad.
– La filosofía española: Ortega y Gasset, Victoria Camps y Fernando Savater.
Hegel. Idealismo y dialéctica:
Entre mediados del siglo XVIII hasta el periodo romántico del XIX, en la ciencia se asienta la idea de progreso. Por un lado, se empieza a construir sistemas científicos que explican el surgimiento de nuestro sistema solar por un proceso, secuenciado en el tiempo, de densificación de nebulosas. Esto pone de relieve el carácter histórico y progresivo, no solo del universo humano, sino también del mundo natural. Por otro lado, Lamarck (1744-1829) propone un sistema evolutivo para explicar la diversidad y, a la vez, la semejanza entre las especies. Aunque el sistema lamarkista fue desdeñado, introdujo en la ciencia biológica el concepto de evolución que se oponía al fijismo de la ciencia anterior.
A su vez en este período, como bien recoge la obra de Kant, tanto a nivel político como filosófico, la libertad juega un papel central en la vida y reflexión de los europeos. Las revoluciones americanas y francesas, la caída del absolutismo y el empuje, cada vez mayor, de la burguesía obligan a occidente a repensarse bajo un nuevo paradigma: la libertad. La misma filosofía kantiana es un reflejo de esta centralidad de la libertad, ya que en la teoría del conocimiento del autor de Königsberg el sujeto juega un papel eminentemente activo en el acto cognitivo.
Partiendo de estas preocupaciones de la época, la libertad y el progreso, surge el idealismo alemán, también llamado “idealismo absoluto” para distinguirlo del “idealismo trascendental” de Kant. La mayor diferencia entre Kant y sus “discípulos” idealistas es que mientras que Kant considera que el ámbito del noumeno es en sí mismo incognoscible y que, por tanto, las grandes preguntas de la metafísica (Dios, alma y mundo) son irresolubles, los idealistas absolutos, entenderán que sí es posible dar respuesta a estas preguntas. Esto hace que muchos idealistas alemanes posteriores a Kant adopten posturas cuasi místicas o asuman posiciones metafísicas muy marcadas, pues, exaltan la libertad del sujeto y, por tanto, su capacidad para acceder al conocimiento pleno de lo real. En todo caso, la tensión entre lo finito y lo infinito, será una preocupación típica, no solo de estos autores idealistas, sino del contexto histórico del romanticismo en general.
Hegel (1770-1831) con su dialéctica pretenderá resolver esa tensión entre finito e infinito introduciendo el concepto, tan caro en la época, de progreso. Para el filósofo idealista, la dialéctica es el devenir mismo de la realidad, gracias al cual “lo que es” (finito) pasa a ser “lo que debe ser” (infinito). Sin embargo, Hegel asume que finitud e infinitud son momentos de una misma realidad que es absoluta, o, en otras palabras, lo finito incluye lo infinito y viceversa.
Para Hegel la dialéctica tiene tres momentos: tesis, antítesis y síntesis. La tesis es la fase afirmativa, por ejemplo una semilla; la antítesis es la negación de la tesis, cuando la semilla se pudre y deja de ser ella misma para transformarse en planta; por último, la síntesis es la negación de la negación, es decir, afirmación pero que contiene la tensión de la tesis y de la antítesis, en el ejemplo sería una nueva semilla que nace de la planta. Como vemos en el ejemplo, cada momento dialéctico comprende al anterior y es fruto de su devenir. Hegel considerará que este proceso se repite en todo lo real, en el pensamiento, en la historia del hombre, en el desarrollo de los seres, etc. y analizó todo lo real desde esta perspectiva progresiva.
La dialéctica hegeliana parte de la intuición de Heráclito de que todo está en flujo permanente. La dialéctica es un proceso evolutivo que se repite a sí mismo: cada síntesis se transforma en la tesis de un nuevo movimiento dialéctico.
La filosofía marxista: Karl Marx
La filosofía de Karl Marx (1818-1883) no solo ha tenido repercusiones en la historia de la filosofía, sino que también la historia del siglo XX estuvo fuertemente marcada por la reflexiones políticas de este pensador alemán. Tomando la dialéctica hegeliana como modelo y sustituyendo el idealismo de Hegel por el materialismo, construyó una filosofía política y económica que pretendió no solo denunciar sino también transformar las situaciones de injusticia y explotación de la clase obrera de la época.
Marx, sustituye la dialéctica de Hegel por el materialismo dialéctico: lo ideal no es la meta de lo material, sino que lo material es la condición de posibilidad de lo ideal. En otras palabras, para Marx el orden social con sus normas, leyes, costumbres, artes, técnicas, etc. son fruto de las necesidades materiales de los hombres que componen ese mismo orden y no a la inversa. No es la ideología la que condiciona nuestra realidad concreta, sino que es nuestra realidad concreta (material) la que condiciona nuestra ideología.
En base a ese materialismo dialéctico, Marx sostiene que aunque tendamos a pensar que el hombre con su trabajo transforma a la naturaleza, lo cierto es que el trabajo también transforma al propio hombre, a sus relaciones sociales y a su modo de entender el mundo. El primer modo de producción fue el comunismo primitivo en donde la propiedad era social y la división del trabajo elemental; esto hacía que los individuos tuviesen que dedicar mucho tiempo de trabajo a subsistir y que no hubiese mercancías excedentes sobre las que comerciar. Este sistema rudimentario se rompió por el surgimiento de la propiedad que permitió crear una aristocracia (los que más poseían) y la esclavitud (los que eran poseídos). Al nacer la propiedad y el concepto de riqueza el trabajo se dividió para permitir que se creasen mayores excedentes y así acumular propiedad. Esta acumulación de propiedad y el ensanchamiento de las diferencias entre ricos y pobres pone fin al comunismo primitivo y propicia el surgimiento de otro sistema social, el esclavista.
Mientras que en Oriente surgía la sociedad asiática en Occidente surgió la sociedad antigua o clásica que tenía un sistema productivo esclavista en el que los hombres libres rehuían el trabajo que era realizado por el grupo social mayoritario: los esclavos. En esta sociedad nace el ocio, el mercado, la diferencia entre campo y ciudad, etc. pero en un momento dado este sistema se derrumba por el conflicto entre amos y esclavos y su propia incapacidad económica. El final de esta época llega con el triunfo del cristianismo en la Edad Media.
De las contradicciones de la sociedad antigua nace la sociedad feudal en la que el campesino es nominalmente libre, ya que no existe la esclavitud, pero está a expensas del señor feudal al que debe pleitesía y al que tiene que dar una parte importante de su producción. En este sistema gracias al comercio y a la usura nace una clase urbana que medra gracias a un nuevo sistema de producción: el sistema capitalista. A través del intercambio comercial y la elaboración de los productos el burgués, es decir “el que vive en un burgo”, va conformándose como nueva clase social. No obstante, el sistema feudal ahoga al burgués y a su sistema de producción por lo que la burguesía entra en conflicto con la nobleza y de esta lucha nace el sistema de producción capitalista en la Europa del XVIII y XIX.
Nótese que cuando un sistema se muestra insuficiente para autosostenerse su orden se quebranta y surge otro nuevo gracias a la lucha de clases. Además es importante subrayar que para Marx cada sistema de producción crea una ideología que lo autosustenta: la ideología es creada por las relaciones materiales de producción. Por ejemplo, en época feudal el cristianismo justificaba las desigualdades asegurando que la humildad y la pobreza eran recompensados en la otra vida. En conclusión: el sistema de producción crea la ideología y la ideología sustenta al sistema de producción.
La crisis de la razón ilustrada: Nietzsche
Si hay algo característico de la modernidad en general y de la ilustración en particular es la confianza en la razón como medio para el progreso moral y social del género humano. Esta idea de la razón como motor del progreso no se encuentra en el mundo antiguo, que tenía un concepto circular de la temporalidad, ni en el cristianismo, que consideraba la historia del mundo como una degeneración desde la caída de Adán y Eva. El pensamiento de Friedrich Nietzsche (1844-1900) atacará la fe ilustrada en la posibilidad de la razón como instrumento de evolución y progreso.
Para el pensador alemán, la centralidad que para la filosofía ilustrada tiene la razón o la verdad, no es más que un reflejo del monoteísmo cristiano, que consideraba a Dios la realidad última que sustenta el orden del mundo. El racionalista ilustrado, según Nietzsche, ha sustituido la fe en Dios por la fe en la Razón, la Verdad o el Progreso, pero, ciertamente, los fundamentos y vicios de la filosofía europea son los mismos que los del cristianismo. Así como el cristianismo desdeñaba el mundo terrenal como irreal ante la infinitud de Dios, los filósofos europeos han desdeñado la realidad radical de la vida en aras de la razón, un mero instrumento de adaptación biológica. Por el énfasis que pone Nietzsche en el valor de la inmediatez vital frente a la razón, se dice que es un filósofo vitalista.
La razón de los filósofos ha servido al mismo fin que la moral cristiana: embrutecer al hombre en contra de sus impulsos vitales, alejándolo de los designios de su voluntad en pos de fantasmagorías como “el Cielo”, “la virtud moral”, “la Verdad”, etc. Constatando el agotamiento de este modelo, el filósofo alemán anuncia la muerte de Dios, entendida como la muerte de todo fundamento firme que garantice la fe en un “más allá” inexistente. No existe más verdad que la vida ni más mundo que este. La Razón, Dios, el Estado y las otras grandes mayúsculas, son refugios para espíritus débiles y enfermados por el odio cristiano hacia la vida, pero estos grandes refugios han desaparecido, muerto, abandonados en el curso de la historia y ya no son válidos.
Ante la muerte de todos estos valores, el hombre occidental se encuentra desorientado, huérfano de verdad; muchos, preludia Nietzsche, preferirán volver a las faldas de un dios cualquiera, pero unos pocos serán capaces de construir otros valores afirmativos de la vida, del deseo y de la dicha. Valores que no serán absolutos ni estarán garantizados por entidades ultramundanas, valores sostenidos por la misma voluntad de sus creadores, verdaderos superhombres entre el rebaño que se aferra a la negación de la vida.
La filosofía analítica y sus principales representantes
El movimiento analítico empezó a perfilarse en los principios del XX. Los filósofos pertenecientes a este movimiento, generalmente del ámbito anglosajón, se posicionaron en contra de las abstracciones metafísicas o pseudo poéticas que dominaban la reflexión filosófica del momento. Estos autores, fuertemente influenciados por el empirismo, asumían que lo real aparece en la inmediatez de la experiencia directa. Los elementos de esta realidad empírica son configurados y relacionados entre sí con el lenguaje que hila la red de los significados y, en definitiva, de lo que llamamos realidad.
Por lo anterior, los filósofos analíticos consideran que la función de la filosofía es analizar el lenguaje no la realidad misma que es inanalizable sin en propio lenguaje. La tarea filosófica será la de examinar la trama lingüística y sus relaciones, además de esto, la filosofía analítica propondrá una forma más exacta y correcta de representar la realidad con el lenguaje.
El filósofo y matemático Bertrand Russell (1872-1970) fue uno de los padres de la filosofía analítica y sus aportaciones fueron asumidas por buena parte del movimiento posterior. Según Russell, los elementos que componen la realidad son como átomos discretos que no tienen una relación esencial entre sí. La relación entre estos elementos es trabajo de nuestra mente, en concreto de nuestro lenguaje; esta relación de los elementos de la realidad entre sí puede corresponder a la esencia de esos elementos o no, en todo caso, es algo distinto a los elementos mismos. Esta teoría acerca de la realidad es llamada “atomismo lógico”.
Además fue el filósofo inglés el que introdujo en el movimiento analítico la idea de positivismo lógico; según esta teoría, la filosofía tiene como tarea analizar las estructuras lógicas del lenguaje y crear una axiomática lógico-matemática que dote de valor de verdad, o al menos de convicción, al lenguaje.
Influido por la ideas de Russell y otros autores positivista, el filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein (1889-1951) escribió su afamado libro “Tractatus logico-philosophicus”, única obra que publicó en vida, en la que llevaba a sus últimas consecuencias el atomismo y positivismo lógico de Bertrand Russell. Póstumamente fueron publicados algunos apuntes de este autor como las “Investigaciones filosóficas” o los “Cuadernos azul y marrón”, en los que amplía las conclusiones del Tractatus e introduce en la filosofía analítica el concepto de “juego de lenguaje”.
Mientras que en la primera etapa del Tractatus, Wittgenstein orilla aquellos modos de lenguaje que no sirvan para describir el mundo, en su etapa posterior asume que cualquier enunciado del lenguaje pueden tener sentido y capacidad para “decir” el mundo, aún cuando no sirvan para darnos respuestas verificables acerca de lo real. Esto no quiere decir que el autor austriaco desdeñe el lenguaje lógico, sino que llega a la conclusión de que este modo de lenguaje es un juego lingüístico entre otros. Es famoso su ejemplo en el que establece un paralelismo entre el lenguaje lógico-matemático y el urbanismo de los barrios modernos con sus calles rectas y ortogonales; es un modo de urbanismo que en las ciudades antiguas se compagina con las calles del centro retorcidas, con callejones sin salida y un entramado intrincado. El lenguaje cotidiano corresponde al urbanismo del centro y es el centro del lenguaje, no obstante, todos los juegos lingüísticos tienen legitimidad para describir verdaderamente la parcela de la realidad que le corresponde.
En esta segunda etapa Wittgenstein asumió que los lenguajes están vinculados a plurales modos de vida y de interpretación. No es lo mismo rezar, describir una pintura o explicar la resolución de un problema matemático, cada juego lingüístico tiene sus reglas propias que hacen que estos modos lingüísticos tengan validez en ellos mismos. Además, los juegos del lenguaje no son estructuras unívocas y cerradas, sino que tienen historia que los hablantes desarrollan y viven en los actos del habla.
Inspirado por el segundo Wittgenstein, J. L. Austin (1911-1960) construyó su teoría de los “actos del habla”. Según Austin, los filósofos anteriores habían asumido que la única función relevante del lenguaje es la de describir un estado de cosas o la de enunciar algún hecho; este prejuicio es denominado por Austin “falacia descriptiva”, esta falacia se olvida que el lenguaje tiene muchas otras funciones que son igualmente importantes que las descriptivas. Existen, para el autor inglés, dos tipos de enunciados: los constatativos, por ejemplo, “la casa es de color verde”; y los performativos, por ejemplo, “¡ojalá no llueva!”. Los primeros sí podrían estar sujetos a la conceptualización clásica del lenguaje, pero los segundos evidentemente no. En definitiva, el lenguaje es un acto en sí mismo, el acto constatativo es solo uno entre otros tipos de acto.
Maceiras Fafián, J. Arrollo Pomeda y R. E. Mandado Gutiérrez; Historia de la Filosofía; Editorial SM.
http://es.wikipedia.org/wiki/John_Langshaw_Austin
Otras corrientes filosóficas del siglo XX:
Entre las corrientes filosóficas del siglo XX vamos a destacar el existencialismo, la teoría crítica de la escuela de Fránkfort y el pensamiento débil de la posmodernidad.
El existencialismo tuvo un iniciador en el siglo XIX en la figura de Sören Kierkegaard (1813-1855). Los herederos de Kierkegaard de la primera mitad del siglo XX tenía procedencia e inspiraciones diversas como el cristianismo (G. Marcel), el marxismo (J. P. Sartre) o la literatura (A. Camus); en todo caso, y a pesar de las diferencias, este movimiento surge como respuesta al desencanto que produjo en Europa el drama de la I Guerra Mundial y, más tarde, el nacimiento de los totalitarismos (nazismo, comunismo y fascismo). Frente a este desencanto y a las filosofías abstractas que dejaban de lado lo humano, el existencialismo se posicionó como un pensamiento humanista.
El existencialismo considera que la libertad es el núcleo de lo humano. Mientras que los animales están determinados, el hombre es radicalmente libre. Se huye de los sentidos trascendentes que la tradición occidental había propuesto tanto a nivel ético como político o religioso. El hombre es el constructor de su propia vida, pero también es el responsable de ella, junto a la liberación que supone admitir el carácter abierto de nuestra existencia, el hombre debe asumir la vida como una búsqueda de sentido que puede hacerlo caer en la angustia y la soledad.
Para el filósofo francés Jean Paul Sartre (1905-1980) la angustia es, precisamente, el precio que paga el hombre por la libertad. La libertad absoluta del hombre existencialista conlleva una total indeterminación, cada acto del hombre es una puerta que se abre libremente pero a expensas de cerrar todas las demás, por ello, el hombre consecuente siente que su libertad nunca será colmada, toda vez que cada acto libre implica una decisión irreversible. Frente a esta angustia, también llamada “náusea”, el hombre puede decidir vivir de “mala fe”, huyendo de su libertad y refugiándonos en escusas para dejar de ser libres (la sociedad, la religión, la ideología…) o vivir de “buena fe” asumiendo la libertad y las propias decisiones sin la seguridad de haber acertado.
Paralelo al existencialismo y con un cariz más político surgió la escuela de Fránkfort. Uno de los rasgos comunes a los autores de esta escuela es la influencia de Marx, no obstante, estos filósofos y sociólogos se separaron muy pronto de la versión soviética del marxismo creando otra linea interpretativa políticamente más abierta.
Otro de los rasgos comunes entre estos autores, es la crítica a la ideología entendida como aquella realidad teórica que imposibilita al sujeto la toma de control de su destino personal y social. Por esto, los autores frankfortianos adoptan, al menos al principio, posturas radicalmente contrarias tanto a las democracias liberales como a los totalitarismos. La democracia occidental, sostienen los autores frankfortianos de la primera generación, es un sistema ideológico que cosifica al hombre y a sus relaciones sociales. Mientras que los totalitarismos usan estrategias de control burdas y agresivas, la democracia, a través de los medios y del sistema educativo, impone sutilmente una ideología de consumo que es, cuanto menos, cuestionable.
Igualmente común a estos autores es la crítica a la razón científica tanto en su vertiente técnica como instrumental. La ciencia, piensan estos autores, se ha erigido en modelo de conocimiento para nuestra sociedad, esto implica que el concepto de racionalidad se haya reducido a racionalidad científica, que es, en definitiva, razón que pretende el dominio sobre la naturaleza. La extrapolación de los criterios de racionalidad científica a todos los modelos de racionalidad implica la instrumentalización de la razón. Sin embargo, estos autores consideran que la razón científica no agota la racionalidad misma y es solo una pequeña parcela de esta.
En este sentido el filósofo contemporáneo, Jürgen Habermas (1929), sostiene que las relaciones humanas deben estar regidas por otro modelo de racionalidad: la ética discursiva. Este lenguaje parte de la voluntad de llegar a acuerdos y todo debate ético o político debe partir de ese axioma y tomarlo como irrenunciable. Mientras que la razón científica busca el control sobre la naturaleza, la razón discursiva asume la diversidad de los hablantes y, por tanto, no pretende anular tal diversidad. El hablante cuando adopta una actitud deliberativa debe partir de la evidencia de que en el debate ético debe ceder y ser sensible a las exigencias de sus interlocutores, por tanto, aunque el hablante parta de dogmas o creencias firmes concretas, debe asumir su relatividad en cuanto inicia la acción comunicativa. Este modelo de racionalidad, según el filósofo alemán, es el que adopta o deberían adoptar los sistemas democráticos.
Por último, a finales del siglo XX y principios del XXI nació lo que se llamó el movimiento posmoderno. Para los autores posmoderno el proyecto ilustrado de búsqueda de verdad y sentido ha sido ya agotado. Los valores modernos de progreso y racionalidad han ocasionado tragedias como el gobierno de Robespierre, el nazismo o los excesos del liberalismo en los países del tercer mundo. No existe verdad ni criterio último, debemos aceptar la debilidad del pensamiento y la imposibilidad de llegar a un conocimiento que vaya más allá de la opinión sugerente. Hemos entrado en una nueva época, la posmodernidad, caracterizada por la pérdida de referentes o principios ajenos al propio individuo. Sin embargo, frente a autores anteriores que consideraron esta pérdida como algo dramático, los defensores del “pensamiento débil” aceptan esta desfundamentación que ha sufrido occidente como un proceso que nos libera de los grandes proyectos filosófico-políticos de la modernidad que tanta sangre han derramado.
La filosofía española:
Podemos decir, sin lugar a dudas, que Ortega y Gasset (1883-1955) es el pensador español más influyente del siglo XX, tanto en el ámbito nacional como europeo. Su labor pedagógica dejó huella tanto en la sociedad española del momento como en la inmediatamente posterior. No se circunscribió al ambiente académico y publicó muchas de sus obras y reflexiones en periódicos con un lenguaje preciso pero accesible. Su intuición de “razón vital” pretendió conciliar los presupuestos del racionalismo con la crítica que de ellos había elaborado el vitalismo a partir de Nietzsche, de aquí que su filosofía haya sido denominada “raciovitalismo”.
Quizás la frase más famosa del autor madrileño sea “yo soy yo y mi circunstancia”, con ella quería mostrar el carácter contextual del yo, carácter que había sido desdeñado desde el cogito desnudo de Descartes. Para Ortega, el yo se presenta como existente, es decir, como el sujeto central de todas las experiencias con las que nos hacemos conscientes de que vivimos. El yo orteguiano es el centro del acto vital, en tanto que busca y dota de sentido a todo lo que le rodea. A su vez, lo que rodea al yo, también lo constituye como entidad real. Esto que rodea y hace posible al yo es lo que Ortega denomina circunstancia, que no debemos entender como el conjunto de cosas y lugares en donde se sitúa el sujeto sino que es todo lo que construye la existencia cotidiana y concreta del yo: condiciones materiales, personas, afectos, recuerdos, coyuntura social, etc. Esta circunstancia plantea al hombre diversos problemas, uno de ellos es: ¿cómo salvaguardar al yo, sumergido en circunstancias accidentales y cambiantes? Para dotar de sentido y salvar al yo y a sus circunstancias el hombre inventa la técnica, el arte, la filosofía, etc.
Otra idea influyente de Ortega fue su concepto de “razón vital”. Con ella pretende superar la parcialidad tanto de autores anteriores que habían concebido a la vida como realidad desnuda y radical (vitalismo), como de otros que habían analizado al mundo y al hombre desde la visión plana de la mera comprensión (racionalismo). El filósofo español establece que, efectivamente, la vida es una realidad radical, algo que subyace a todo lo existente, incluso el racionalismo científico, así como el arte o la filosofía, debe partir del sujeto vital, del hombre concreto que vive y siente su circunstancia. Pero además de esto, Ortega y Gasset reconoce a la vida como una realidad comprensible, razonable pero no agotable por la misma razón. En definitiva, intentar comprender la totalidad vital con la razón es tan irracional como considerar que la vida es totalmente ajena a la razón. De hecho la razón se va construyendo históricamente como expresión y desarrollo de la vida.
Actualmente en el panorama filosófico español destacan varias figuras, trataremos en concreto de dos de ellas: Victoria Camps (1941) y Fernando Savater (1947).
Victoria Camps, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, en su libro “La imaginación ética” plantea una teoría ética que abandone la insistente búsqueda de unos fundamentos para legitimar la moral. Camps considera que en vez de preocuparnos por el fundamento de la moral debemos hacernos preguntas más concretas como: ¿qué puedo hacer? ¿qué quiero hacer? ¿cuáles son mis posibilidades? Considera la autora catalana que si no podemos definir el Bien, al menos podemos identificar y luchar contra el mal concreto, ejemplificado en sentimientos como la competencia desmedida, la ambición de poder o la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Desde esta perspectiva Camps defenderá la democracia como mal menor y al Estado del Bienestar como un valor a defender frente a posturas ultraliberales.
Otro autor relevante en lengua castellana del siglo XX ha sido Fernando Savater cuya obra de divulgación filosófica “Ética para Amador” ha influido en toda una generación. En esta obra Savater propone una ética basada en la búsqueda de la felicidad individual y defiende que la máxima suprema de toda moral debe ser “haz lo que quieras”. El autor vasco asume, lógicamente, que lo complejo de la moral es descubrir que es lo que queremos, ya que el hombre, al ser libre, carece de programación o códigos que lo determinen a actuar de un modo u otro. El hombre tiene una radical necesidad de vida social, queremos, entre muchas otras cosas, ser un hombre entre hombres y esto define el “haz lo que quiera” del inicio de su obra como una invitación a la vida en común, respetuosa con la diferencia y con otros hombres.
http://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_Savater
http://www.arrakis.es/~afr1992/horizonte2001/camps.htm
Nota final: estos apuntes los redacté siguiendo como directriz de los contenidos el curriculum para la prueba PAEG de Castilla- La Mancha en el curso 2010-2011. Según mi criterio el desarrollo de la filosofía del siglo XIX es bastante deficiente y parcial. Sin dejar de estimar las aportaciones de Hegel al desarrollo de la filosofía contemporánea, sobre todo a través de Marx, creo que su trascendencia es mucho menor que la de Schopenhauer, autor desdeñado por el curriculum oficial. Tampoco importa mucho teniendo en cuenta la calidad de la educación en el estado español.
filosofia
Dessrrollo historico filosofico del siglo XX y XXI