El falso nacionalismo español
4Es de toda lógica considerar nacionalista a aquel que se tiene por defensor de los valores y tradiciones, reales o imaginados, de un territorio determinado. El nacionalista, cuyo rasgo específico sería el amor por un estado-nación concreto real o posible, deseará el engrandecimiento de su nación y su progreso. En este sentido es en el que cabe dirimir si una persona es realmente nacionalista o su nacionalismo es afectado: en la medida en que sus actos y palabras sean coherentes con lo que se espera que haga y piense alguien que ama a su país.
Dentro del estado español conviven varios nacionalismos: el nacionalismo español que defiende la estructura política y territorial establecida y otros nacionalismos, especialmente el catalán y el vasco, que pretenden tener otro tipo de relación con los demás territorios de este estado. Los medios de masa adeptos al nacionalismo español, fomentan, en los que se sienten españoles, un odio y miedo irracional hacia los otros nacionalismos peninsulares; especialmente ahora cuando existe lo que ellos llaman “riesgo de secesión”.
Pero, esta masa nerviosa y enfurecida ¿realmente ama a su patria y lucha por su engrandecimiento o, simplemente, masca un odio heredado como bálsamo para su frustración? Si alguien ama a su patria querrá su engrandecimiento y no su oprobio y vergüenza; sin embargo, vergüenza y oprobio manchan el nombre de esta nación cuando una institución, tan necesitada de confianza, como el Banco de España incumplió su deber de supervisar el sistema bancario español y se dedicó a elaborar informes sesgados, falsos o ni siquiera eso. Gracias a la gestión del anterior gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, este país ha tenido que sufrir la humillación de una auditoría externa de su sistema bancario y ver su credibilidad internacional deshecha. Sin embargo, que la infamia y el desprestigio caigan sobre el nombre de su patria, no preocupa al nacionalista español cuyo torpe odio es espoleado hacia otros pueblos con los que convive. No deja de tener gracia que sean partidos como el PP o el PSOE los defensores de la unidad de España frente a los nacionalismos catalán o vasco; los mismos que se han dedicado a saquear, desprestigiar y negar un futuro a este país durante treinta años ahora son garantes de su unidad. ¿Quién debe ser objeto de ira, los catalanes independentistas o aquellos que han dejado a España en tal situación que ningún pueblo, en su sano juicio, querría seguir dentro de sus fronteras? Es un falso nacionalista aquel que se apresta a buscar enemigos de la Patria en vez de trabajar, sinceramente, por el bienestar colectivo y el engrandecimiento de su nación.
Si yo fuera nacionalista español, por ejemplo, procuraría que en mi país los ancianos, enfermos y desfavorecidos pudiesen vivir con dignidad. Eso es luchar por España. Sin embargo, los políticos de Madrid confiesan que nada pueden hacer para evitar el descalabro y el empobrecimiento de esta nación, pero sí que pueden fomentar el odio entre pueblos hermanos. ¿Quiénes son entonces los enemigos de España?
Este orgullo español es un orgullo vacío y necio. Pues puedo entender que alguien se sienta orgulloso de que su país gane un mundial de fútbol, mas si un pueblo se preocupa únicamente de ganar competiciones deportivas pero no reconocimientos científicos, muestra a las claras la altura de sus ideales. Cuando hace unos años se cantó por las calles, tras la victoria en el mundial, ese himno de “¡Yo soy español! ¡español! ¡español!”, no pude evitar pensar que la sutileza en matices de tal letra y la elaborada melodía de la coplilla ponían de manifiesto, mejor que cualquier otra cosa, el nivel de desarrollo general de la mayoría de los nacionalistas españoles. Un toro inmóvil del que cuelgan unos hiper desarrollados testículos, ese es el logo de este país, y la mejor metáfora para describir a nuestra sociedad; una sociedad paralizada que exhibe falsos orgullos pero incapaz de reconocer a sus verdaderos enemigos y enfrentarse a ellos.
Este país no pierde ocasión para hacer el ridículo y mostrarse como lo que es: una monarquía bananera en plena Europa «democrática». La pasada semana la ocasión se presentó en forma de un indulto del gobierno a un conductor kamikaze. Tal perdón, no solo es ridículo por lo impertinente y poco fundado sino porque, cosas de la vida, el indulto del asesino fue tramitado por un despacho con lazos con el partido en el poder, en el que trabaja el hijo del actual ministro de justicia. ¿Quién puede decir que ama a su país y no sentirse avergonzado de estos escándalos?
¿Son los nacionalismos periféricos los llamados a salvar la patria? Lo dudo. Tanto en el País Vasco como en Cataluña las estructuras de poder están controladas por alianzas entre partidos de la pequeña burguesía y agrupaciones políticas filocomunistas. Los partidos de la derecha nacionalista como el PNV o CiU han dado sobradas muestras, en el pasado, que no sienten ningún pudor en establecer “pactos de estado” con los déspotas o, si se prefiere, con “los de los sobres”, ¿ellos son el futuro? ¿Lo son los comunistas? ¡Ay, esa inclinación tan española por la regresión y los caminos trillados! Ese es el verdadero problema de muchos vascos y catalanes: son demasiado españoles y no encuentran como evitarlo.
¿Cuál es la solución entonces? No hay en mi corazón patria, ni cualquier otra vacua superstición, que atenúe mi amor por la libertad; por lo tanto, a mis ojos, estos falsos conflictos entre “nacionalidades” solo se solventarán cuando la masa deje de pensar que el espíritu de un pueblo se define por el color y diseño de un trapo o por líneas en un mapa. Pero dejar de pensar así es, en verdad, el comienzo del actuar subversivo; así que mejor veamos la televisión que nos dirá, seductora, a quién debemos odiar esta semana.
Nacionalismo sive Identidad
La ilusión de una identidad es la base de todo nacionalismo. La idea de una raza, de una lengua, de una religión,… que define a una comunidad es la mentira. Por eso, a pesar de las apariencias, el individualismo y el nacionalismo es lo mismo porque se basan ambos en la creencia de una identidad. La fe en la identidad individual como esencia que hace que sea lo que soy, o bien, la fe en la identidad de la comunidad. Tanto en el primero como en el segundo, el enemigo es el otro. El «tú» se presenta como amenaza y obstáculo y las otras «naciones» como enemigas. Abajo la identidad que sustenta el individualismo y el nacionalismo. Viva la alteridad y viva la comunidad de los que no tienen comunidad.
Estoy de acuerdo contigo. Es la ficción de una identidad unitaria la que sostiene al nacionalismo, la religión y otras estructuras mentales perniciosas para el desarrollo del individuo.
Es por eso que no creo que el problema sea el individualismo en sí, que puede ser afirmación de la pluralidad que somos, sino ese pseudo-individualismo que reniega de la fragilidad esencial del hombre y se esconde, temeroso, a los pies de un ídolo cualquiera.
salud
Sobre el individualismo en sí
Creo que el «individualismo en sí» comparte la misma ficción que el nacionalismo. El individuo es tan mentira como la nación. No es cuestión de afirmar un colorido plural de individuos en la que la existencia de éstos se presupone anterior al conjunto. Tampoco afirmo la sustantividad del conjunto a partir de una esencia común que compartan los individuos o a partir de un pacto racional. Hablo de la relación con el otro como sustancial a uno. Por lo tanto, el concepto de individuo no nos vale ya que expresa lo indivisible y lo cerrado sobre sí. Tampoco el de una comunidad en mayúscula.
Hola
pienso que en tanto que se habla de relación de lo uno y lo otro se acepta la separación de ambos. Es cierto que el individuo es fruto de las interrelaciones, incluso la autoconciencia difícilmente podría surgir sin «confrontarnos» con el mundo externo. Por tanto, el individuo para mi expresa lo abierto y la apertura, incluso la condición de posibilidad de apertura hacia el/lo otro. Una perspectiva o análisis que no acepte al individuo y lo sustituya por la comunidad, la razón o una abstracta correlación, peca de un holismo que degenera, en muchas ocasiones, en unidimensionalidad.
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