El fomento de la lectura en las aulas
0Como docente y amante de la lectura me preocupa la manera de fomentar el amor a los libros en el actual sistema pedagógico. Lo que me resulta complicado de conciliar es el goce libre y espontáneo que para mí fue la iniciación a la lectura con la pretensión de fomentar ese goce.
La primera pregunta que me planteo es si debo fomentar la lectura o no. La respuesta es que sí, ya que el hábito de leer es un hábito intelectualmente saludable y que, por lo tanto, mi deber como docente es intentar, en lo posible, fomentarlo. Es como el hábito de hacer deporte o de comer sano, son formas de vida que puedes decidir llevar o no pero que si decides llevarlos, repercutirán positivamente en tu salud. Veo la lectura como una actividad sana que debe ser fomentada pero no impuesta. Y para explicar mi postura voy a volver al ejemplo del deporte.
Si yo llevo una vida sedentaria, llevo una vida que me perjudica a mi pero que no perjudica a los demás, o los perjudica mínimamente. No podemos obligar a la población a hacer deporte bajo la escusa de que los que llevan una vida sedentaria cuestan más a la seguridad social; los deportistas, con sus lesiones, también son un coste a la seguridad social. Lo mismo pasa con la lectura. Para mi es un placer que si no practico no perjudico a nadie más que a mí mismo; socialmente puede ser rentable que la gente lea ya que aumentará la formación de la población pero, seamos sinceros, el no leer no crea perturbación social de ningún tipo.
Luego lo primero que debemos tener en cuenta es que la lectura debe ser fomentada pero nunca impuesta a los alumnos. Mi experiencia personal es que un libro obligatorio es rechazado por el alumno por el simple hecho de ser obligatorio, luego debemos construir estrategias que fomenten la lectura sin imponerla.
Mi primera conclusión al empezar a ser profesor es que las lecturas deben ser voluntarias y deben ser evaluadas como se merecen. Si la lectura tiene valor, debemos valorarla y calificarla generosamente frente a otros sistemas de calificación como los típicos exámenes. Piénsalo, ¿qué alumno aprende más, el que hace un examen sobre “El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha” o el que se lee el libro comprensivamente? Pienso que el segundo y los profesores deberíamos sacar consecuencias de esto.
La segunda conclusión que saqué cuando me planteé cómo fomentar la lectura fue que a un alumno de 16 años le gustará, generalmente, los libros que a mi me gustaban a esa edad y no los que me gustaban cuando tenía 25. Eso que parece una obviedad resulta que no lo es tanto para muchos docentes. Lovecraft, Tolkien, Stevenson, Howard o Conan Doyle son los autores que leía yo a esa edad y me fascinaron. Leí también a Nietzsche o a Dostoievski, y si algún alumno es capaz de fascinarse por esos autores, la posibilidad debe de quedar abierta pero, como he escuchado a gente más sabia que yo, el placer de leer la Celestina o a Cervantes es fruto de una trayectoria como lector y no el principio de esa trayectoria. En otras palabras, si quieres que alguien odie el Quijote para toda la vida, oblígale a leérselo cuando sea adolescente.
Dejo aquí esta reflexión, si algún docente o lector quiere sugerir lecturas para mis alumnos, que esté seguro que, como poco, la tendré en cuenta para el próximo curso.
Si yo llevo una vida sedentaria, llevo una vida que me perjudica a mi pero que no perjudica a los demás, o los perjudica mínimamente. No podemos obligar a la población a hacer deporte bajo la escusa de que los que llevan una vida sedentaria cuestan más a la seguridad social; los deportistas, con sus lesiones, también son un coste a la seguridad social. Lo mismo pasa con la lectura. Para mi es un placer que si no practico no perjudico a nadie más que a mí mismo; socialmente puede ser rentable que la gente lea ya que aumentará la formación de la población pero, seamos sinceros, el no leer no crea perturbación social de ningún tipo.
Luego lo primero que debemos tener en cuenta es que la lectura debe ser fomentada pero nunca impuesta a los alumnos. Mi experiencia personal es que un libro obligatorio es rechazado por el alumno por el simple hecho de ser obligatorio, luego debemos construir estrategias que fomenten la lectura sin imponerla.
Mi primera conclusión al empezar a ser profesor es que las lecturas deben ser voluntarias y deben ser evaluadas como se merecen. Si la lectura tiene valor, debemos valorarla y calificarla generosamente frente a otros sistemas de calificación como los típicos exámenes. Piénsalo, ¿qué alumno aprende más, el que hace un examen sobre “El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha” o el que se lee el libro comprensivamente? Pienso que el segundo y los profesores deberíamos sacar consecuencias de esto.
La segunda conclusión que saqué cuando me planteé cómo fomentar la lectura fue que a un alumno de 16 años le gustará, generalmente, los libros que a mi me gustaban a esa edad y no los que me gustaban cuando tenía 25. Eso que parece una obviedad resulta que no lo es tanto para muchos docentes. Lovecraft, Tolkien, Stevenson, Howard o Conan Doyle son los autores que leía yo a esa edad y me fascinaron. Leí también a Nietzsche o a Dostoievski, y si algún alumno es capaz de fascinarse por esos autores, la posibilidad debe de quedar abierta pero, como he escuchado a gente más sabia que yo, el placer de leer la Celestina o a Cervantes es fruto de una trayectoria como lector y no el principio de esa trayectoria. En otras palabras, si quieres que alguien odie el Quijote para toda la vida, oblígale a leérselo cuando sea adolescente.
Dejo aquí esta reflexión, si algún docente o lector quiere sugerir lecturas para mis alumnos, que esté seguro que, como poco, la tendré en cuenta para el próximo curso.
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