El funcionario educativo frente a su propia autoridad
1El funcionario educativo no se haya libre de los conflictos internos que sufre el alumno frente a su autoridad. De hecho, es antes víctima que verdugo de un sistema educativo irracional, ya que la autoridad que le reconoce en el aula el estado, está circunscrita a ese entorno y no más allá. Quiero decir con esto que el estado otorga autoridad legal al docente en el aula, pero el educador no tiene capacidad ninguna de decisión sobre las leyes y políticas educativas que sufre y que se ve obligado a hacer sufrir a sus alumnos. Se convierte así, en cadena de transmisión de la ideología dominante, pero también en víctima de esa ideología.
El poder parece querer convertir los centros de educación primaria y secundaria en un extraño híbrido entre cárcel y guardería, en donde el fomento de la excelencia y del conocimiento sea un nebuloso concepto entre otros. He escuchado a padres de alumnos sostener que los centros educativos deberían estar abiertos en verano porque si no ¿qué hacen con sus hijos durante esos meses? Viviendo en una suerte de totalitarismo demagógico, no es raro que los políticos de turno (y digo de turno porque nada define mejor a la actual clase política que el turnismo) presten oídos a tales pretensiones que están, reconozcámoslo, más extendidas de lo que creemos. La idea de que los centros educativos, sobre todo los de secundaria, deben tener una función de “contención social” es ya más que una idea, una realidad.
Entiéndase la situación del docente cuando se le intenta convertir en guardián o carcelero. Alumnos desmotivados, que van a clase porque el gobierno regional paga a sus padres para que los lleven, o porque están amenazados por servicios sociales, o porque no hay más remedio. ¿Puede comprender el lector lo difícil que puede ser la tarea del profesor en cursos de treinta alumnos en donde haya tres o cuatro con la intención manifiesta no solo de no aprender sino de no dejar aprender? ¿Qué herramientas posee el docente para evitar esta situación, para conseguir que todos y cada uno de los menores puedan disfrutar de su derecho a ser formado? Ninguna. Impotencia y desesperación son sentimientos comunes en tales situaciones, en donde constatamos que unos pocos imponen su voluntad a muchos; máximamente cuando nuestro sistema pedagógico parece amparar antes a los que dañan la convivencia que al docente y a los menores que sí quieren ejercer su derecho a aprender. No dudo que haya que buscar una solución para los alumnos disruptivos, no dudo que la segregación no es la solución, pero tampoco dudo que la situación en algunas aulas hace imposible el ejercicio de la docencia. Y aunque reconozco que es responsabilidad del profesor ganarse el reconocimiento a su autoridad frente a sus alumnos, también considero que los pedagogos del sistema, abotargadas sus mentes por un simplista utopismo antropológico, no han sabido comprender la necesidad de anteponer los hechos a las teorías.
Si un menor no sabe o no quiere convivir en el respeto y la razón, es un drama, primero para el menor, pero también para toda la sociedad. Es evidente que no podemos deshacernos de ellos como deshechos sociales, no lo son. Difícil han sido las circunstancias que han tenido que sufrir muchos de ellos, y la justicia hacia estos alumnos disruptivos siempre debe estar contenida por la compasión; ahora bien, la misma compasión que les ampara a ellos ¿no protegerá a un alumno, hijo de obrero, cuya única posibilidad de ascender socialmente es la educación, cuando esa posibilidad sea lesionada por otro menor? Parece ser que este tipo de argumento es demasiado complejo para los teóricos educativos. Que sigan leyendo a Rousseau, quizás algún día alcancen a entenderlo.
Como ya analicé antes el ejercicio de la autoridad tiene sus riesgos psicológicos; el principal de ellos es que nos acostumbremos a mandar y ser obedecidos. El magister enseña, no adiestra; y, conviene no olvidarlo, son dos cosas bien diferentes. Con esto quiero decir que, del mismo modo que la convivencia se dificulta por la actitud de los alumnos disruptivos, también puede ser puesta en peligro por un docente fascinado por su autoridad. Todos, o casi todos, hemos sufrido en nuestros años de instituto o colegio el abuso de autoridad de ciertos enseñantes; el funcionario educativo, sometido a tantas presiones como he comentado, cae en el autoritarismo o se niega, irresponsablemente, a ejercer su autoridad; comportamientos parciales y por tanto insatisfactorios, para superar un día a día, a veces estresante. Y esto tampoco es justo, y como no es justo es un problema tanto para el alumno como el profesor. La sensación de injusticia, de opresión, de arbitrariedad que sufren algunos alumnos es, muchas veces infundada, otras, no tanto. Sin embargo, el menor es consciente de su impotencia frente a una autoridad legal que juzga injusta; no posee como ciudadano la verdadera posibilidad de ser escuchado. ¿Será satisfactorio el ejercicio de la docencia para estos funcionarios educativos? Puede serlo indirectamente por la sensación de dominio sobre otros hombres, pero la vocación específica del que educa no será satisfecha de esta manera. De igual modo que el menor que no quiere aprender frustra al docente que quiere enseñar, el docente que no quiere o no sabe enseñar frustra al alumno que anhela aprender.
Este artículo es uno de un conjunto en los que analizo el actual sistema educativo
Exacto dichas afirmaciones. Pero no logro entender porque seguimos con este parametrismo. Milagros Gonzáles decía que la educacion es el arte de aprender para enseñar a aprender. Es tan difícil esto. Para evitar tanta desercion en las escuelas de los lugares excluidos. Creo que la Docencia como tal debería de reinventarse.