El fútbol como ritual
2 «El fútbol es la única religión que no tiene ateos.»
Eduardo Galeano
Calificar al fútbol como un rito entraña una dificultad: el rito se asocia a lo sagrado y el fútbol como deporte o espectáculo es una actividad profana, no religiosa. La terminología es lo de menos, lo que pretendo mostrar, de la mano del análisis de C. Bromberger, A. Hayot y J-M Mariottini, es que este deporte adopta pautas de comportamiento que, al menos, externamente recuerdan al rito religioso y que ambos satisfacen algunas necesidades psicológicas comunes en los participantes.
En primer lugar, igual que la celebración religiosa, el partido de fútbol se erige en la cotidianidad del aficionado como un punto de ruptura con el tiempo y las ocupaciones ordinarias. No es exagerado decir que muchos aficionados son tan fieles a la asistencia de un encuentro futbolístico como un creyente a una celebración religiosa concreta. Como en los rituales religiosos, el partido de fútbol se celebra con cierta periodicidad. Hay grandes celebraciones y celebraciones menores, tanto en esta actividad deportiva como en los cultos religiosos; así, el partido de Liga común tiene menos “sacralidad” que un enfrentamiento o una final de Champions o del Mundial; igualmente, el católico celebra misa semanalmente (rito menor) pero también participa de festividades religiosas más trascendentales y excepcionales (ritos mayores) como la Semana Santa.
El inicio y fin de la Liga, la Europoca o cualquier otra competición, condiciona el calendario del hincha, introduciéndolo en un tiempo cíclico que se renueva anualmente. Como los ritos religiosos importantes, también las grandes celebraciones futbolísticas son preparadas durante largo tiempo por individuos concretos, peñas, amigos, etc. generando en los fieles la sensación de pertenencia a algo mayor que ellos mismos.
El estadio, como el templo, es un lugar de comunión entre los asistentes y de manifestación grupal. Cada parte del estadio es ocupada por grupos humanos homogeneos; aquí va tal peña, allá los ultras, en el palco se sientan la “gente importante”… El individuo queda cohesionado dentro de un gran y pequeño grupo del mismo modo que en el templo religioso, en donde cada cuál tiene su sitio determinado por la posición social o relevancia en el culto. Los cánticos permiten al aficionado y al fiel sentirse en comunión con el resto de los presentes, en los gritos de furor o en los llantos de desánimo, el espectador de un partido no se siente solo y participa de emociones que, aunque superficiales para el observador externo, son vitales en la economía psíquica de muchos.
Un partido de fútbol, como cualquier celebración ritual, está reglado y sus tiempos son medidos y conocidos por todos. Lo que ocurra en el campo de juego es una incógnita pero no cómo ocurre. Este es otro paralelismo con el ritual sagrado.
A pesar de lo anterior, no creo acertado considerar al fútbol como una religión, ya que estas similitudes se refieren a la manifestación de la actividad pero no al sentido interno de ella. Por ejemplo, el sentido de trascendencia de “el club” es diferente a la trascendencia espiritual, propio de algunas religiones pero no del deporte. El club existió ante del individuo concreto y, se supone, existirá después; esto permite al sujeto secularizado sentirse miembro de algo mayor que le trasciende en lo temporal. Sin embargo, este sentimiento se inserta dentro de una historia profana, es decir, no revelada. El espectador forma parte del club, de sus recuerdos y experiencias, pero es una participación en lo concreto que no pretende la salvación ni la comprensión de realidades últimas.
Igualmente, el simbolismo del ritual futbolístico es superficial, carente de una historia dilatada, mero merchandising al que asociar emociones, recuerdos… Por contra, el simbolismo del ritual religioso tiene una estructura e historia interna que hace que los creyentes lo vivan como revelación, más o menos profunda, de ciertas verdades fundamentales.
En definitiva, aún cuando no podemos obviar las similitudes entre el rito religioso y el rito futbolístico, conviene no olvidar las diferencias. Hoy son más los individuos que van al partido del fin de semana que los que acuden a las celebraciones religiosas dominicales. El deseo de una rutina ritual y de socializar con grupos afines, son necesidades que, entre otras, satisfacen tanto el fútbol como el ritual religioso; otras necesidades como un cuerpo de normas morales íntimamente sentido, la comprensión de nuestro lugar en el cosmos o la resolución de ciertos problemas existenciales, son satisfechas, según los «fieles», por la religión y el ritual religiosos pero no por el fútbol. En el proceso de secularización de Occidente, que se inició en el XIX y se agudizó en el XX, los templos religiosos han quedado, paulatinamente, vacíos, mientras que multitudes abarrotan los estadios deportivos. Qué tenga de positivo o de negativo, de evolución o degeneración, esta transformación es algo que dejo a la libre interpretación del lector.
Bibliografía utilizada:
Martine Segalen; Ritos y rituales contemporáneos; Alianza Editorial.
Mircea Eliade; Lo sagrado y lo profano; Paidos.
El fútbol es la única religión que no tiene ateos (Eduardo Galeano)
Buena frase, la pongo de cabecera en el artículo. quede este comentario como reconocimiento a tu sugerencia.
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