El legalismo de la China clásica
0Rasgos generales y contexto:
El legalismo chino del período clásico se desarrolló desde el siglo V a.n.e. hasta la unificación de China bajo la dinastía Qin en 221 a.n.e. Frente al confucionismo hegemónico, esta escuela adopta una visión más pragmática de las relaciones políticas. Fue influyente para los dirigentes del Reino Qin y sus ideas propiciaron la unificación de China bajo la citada dinastía.
El pensamiento confucionista había defendido que el monarca solo podía mantener el poder gracias a su virtud. El ejemplo de su virtud y sabiduría se extendía a los funcionarios cercanos y de ellos al resto de la población; así podía mantener la dominación ya que era garantía del bienestar de sus súbditos. Pero, ¿qué pasaba cuando un monarca se comportaba corruptamente? Para los confucionistas la respuesta era que comenzaba un proceso de autodegradación política que si no se frenaba a tiempo acabaría por derrocar al líder. Del mismo modo que daoístas y moístas, los seguidores de Confucio adoptaron posiciones antibelicistas: la guerra implica asesinatos y saqueos, actos en sí mismos inmorales, el soberano justo debe evitarlos en lo posible y atraer a sus enemigos tanto con su virtud como con los beneficios de su alianza. Para defender esta teoría política los confucionistas se basaban en la tradición que hablaba de reyes sabios y justos que mantuvieron el poder gracias a la prosperidad que dieron a sus súbditos. En cierto modo, el confucionismo era un tradicionalismo utopista ya que la tradición a la que apelaban era lejana, incierta y fácilmente idealizable. Frente a la realidad política del momento toda idealización pasada resultaba más atrayente, esto, en definitiva, propició que el confucionismo tuviera, en su más íntima formulación, una actitud crítica ante la realidad política dominante.
A esta actitud reformista se va a contraponer el legalismo chino, que despreciará las consideraciones morales que justifiquen la dominación y adoptará una visión positivista del poder que quedará legitimado por su propio ejercicio. Pueden haber modos más o menos efectivos para mantener el poder, pero estas técnicas no son modos de legitimación moral sino formas de afianzarse en la cúspide del estado. Estos autores observaban la convulsa realidad política de su tiempo en donde los líderes fuertes preservaban y ampliaban sus fronteras a costa de reinos más pusilánimes; en la práctica, la virtud moral del gobernante no era garantía de mantenerse en el poder. Estas observaciones inspiraron a los legalistas en su disputa con el confucionismo.
La filosofía legalista de este período será tratada a través de tres fuentes principales: el Guanzi, una obra que aunque se recopiló en el siglo I a.n.e. fue escrita mucho antes de la unificación de China, mezcla postulados legalistas con ideas confucionistas. Shang Yang (muerto en el 338 a.n.e.) es ya un autor propiamente legalista muy crítico con el confucionismo; la obra “El libro del señor de Shang” no está escrita por él mismo sino que es una recopilación de sus dichos y enseñanzas. Trabajó como consejero del duque de Qin y sus reformas draconianas fueron implementadas exitosamente en ese estado; la muerte de su protector desató la ira de muchos personajes públicos perjudicados por su dura política, murió descuartizado y su familia fue exterminada. La última fuente que tenemos para el legalismo clásico es Han Fei (280-233 a.n.e.) que provenía de una familia noble del estado de Han, Xunzi, filósofo confucionista, fue su maestro pero pronto abandonó sus enseñanzas por el legalismo. Parece ser que sufría una discapacidad del habla por lo que escribió sus consejos para los soberanos en una obra que se conserva bajo el nombre de Hanfeizi. Esta obra usa anécdotas, historias o imagen inventadas para defender sus tesis; en ocasiones utiliza ideas daoístas para defender sus tesis legalistas. Se tuvo que suicidar víctima de una intriga cuando ejercía de emisario del reino Han en el estado de Qin.
El origen del estado:
La especulación sobre el origen de la sociedad acompaña a cualquier movimiento filosófico que se pregunte sobre la necesidad del estado. Los legalistas no son una excepción, cada uno de ellos tiene su particular interpretación sobre el inicio de la vida social. Según el Guanzi, el género humano vivía en un principio disgregados como animales, en este estado natural, la violencia estaba a la orden de días: los débiles sufrían la violencia de los fuertes y apenas podían sobrevivir. En este estadio primigenio, unas personas con conocimiento pusieron su afán en paliar esa lucha continua; lo consiguieron y fueron tomados por maestros. Así se estableció la moral y los comportamientos virtuosos que guiaban a las personas en sus relaciones con los demás. Pero más tarde, se confundieron los roles y la diferencia entre el bien y el mal; en este momento fue necesario introducir las recompensas y los castigos, además de unas posiciones de autoridad. Así nació el pueblo cuando se creó una unidad. Este es el origen del estado que se muestra como necesario para garantizar la paz social en el actual momento de desarrollo humano.
La primera fase representa la tópica de “guerra de todos contra todos”. Es un lugar bastante común en visiones pesimistas sobre la naturaleza humana, entender que el estado primigenio de nuestra especie fue la lucha anárquica. El primer paso para superarla fue el establecimiento de la moral, es decir, la construcción social de unos valores que en un primer momento eran aceptados y por tanto moldeaban las relaciones entre las personas humanizándolas. Pero la moral no es algo connatural sino algo adquirido gracias a unos sabios originarios; a su vez, y a pesar de su innegable valor civilizatorio, la moral no es suficiente conforme la sociedad se complejiza; para remediar la confusión entre los roles, a la moral se le añade la política, es decir, la organización vertical de la sociedad a través de la autoridad y del establecimiento de castigos y premios. Vemos, por tanto, que para el Guanzi, el orden político es históricamente superior al orden moral, es una nueva respuesta necesaria a circunstancias sociales cada vez más complejas. En esta tesis está contenida la idea de que el gobierno sobre los hombres está condicionado por la realidad histórica del momento; el tradicionalismo confucionista que pretendía guiar todo con la moral no es en sí mismo incorrecto sino más bien incompleto cuando la sociedad evoluciona de determinada manera.
Shang Yang y Han Fei hacen suyo este análisis sobre el origen de la sociedad pero lo puntualizan con observaciones que suenan muy contemporáneas. Por un lado, ambos admiten las tres fases que defiende el Guanzi. El estadio inicial puede ser más o menos violento pero insuficiente cuando la sociedad se hace más compleja, el segundo es, igualmente, exitoso hasta cierto momento; en el tercer estadio, el momento político, Shang Yang subraya la importancia del establecimiento de la propiedad privada para evitar los conflictos y, a su vez, para contrarrestar las querellas derivadas de la propiedad también se hace preciso establecer la autoridad. La principal causa que propicia la transformación del estado moral de convivencia al estado político es, según Han Fei, la demografía; conforme aumenta la población, los recursos deben ser repartidos entre más personas, lo que conlleva la necesidad de un trabajo más arduo para mantenerse en la existencia; la presión demográfica favorece no solo la reducción de recursos disponibles sino también la conflictividad social que solo puede ser evitada con el estado jerarquizado. Las edades doradas de espontánea virtud con la elucubraban los daoístas no ocurrieron gracias a que la naturaleza humana fuera diferente a como es hoy sino a que existía escasez de personas que se disputaran los bienes. No deja de ser reseñable la importancia que se le daba en el legalismo clásico a cuestiones materiales como la demografía, asunto apenas tratado por el pensamiento político occidental hasta el siglo XVIII-XIX.
Los mecanismos del poder:
El fin del soberano es mantenerse en el poder y, a ser posible, acrecentarlo. Los hechos del periodo histórico de los “Estados combatientes”, en donde surgió el legalismo, mostraban que el monarca no se mantiene por su virtud moral sino por una correcta estrategia. Teniendo en cuenta esto, los legalistas niegan que la tradición sea un autoridad a la hora de ejercer el mando; las circunstancias del momento son siempre cambiantes, el estado pasa por situaciones de fortaleza o debilidad y sus alianzas van cambiando; mantener una estrategia estable en una realidad cambiante solo conllevará la ruina. Pero los legalistas no solo rechazan el tradicionalismo y moralismo de los confucionistas sino también su concepción del soberano como una figura de excepcional sabiduría. Lógicamente pueden existir hombre extraordinariamente capaces superiores a todos sus contemporáneos que ejerzan el poder, pero no podemos construir una teoría del estado sobre la excepcionalidad; como lo habitual es que el soberano sea una persona mediocre, las técnicas para mantenerse en el poder que defenderán los legalistas serán aplicables por cualquiera que se vea el una situación de preponderancia.
Que el soberano no deba de ser un ser excepcional implica que el peso del estado no es soportado por él sino por la estructura del propio estado; esta estructura estatal está formada por funcionarios capaces que trabajan por su propio bien y para evitar los castigos aparejados a un mal comportamiento. En este punto, los legalistas son claros: no valen los favoritismos; un funcionario debe ocupar su puesto por eficiencia y debe atenerse a las leyes comunes, la meritocracia es la piedra angular que construye el edificio de la soberanía, sin ella el estado es ineficiente. Estas ideas legalistas vienen a fortalecer la figura del soberano como cúspide del estado en detrimento de las familias nobles o las camarillas de poder que obtienen su estatus merced a su nacimiento o influencias. Estos elementos son un peligro no solo para el funcionamiento de la estructura burocrática del estado sino incluso pueden llegar a disputarle la hegemonía al monarca por lo que deben ser evitado.
Mientras que para el confucionismo el sentido del poder es mejorar al pueblo, el legalismo convierte la satisfacción del pueblo en un medio para el poder pero no el fin del poder mismo. Es decir, el soberano debe asegurarse del contento de las masas para evitar las inestabilidades que llevan aparejadas la disconformidad de la mayoría, pero los legalistas subrayan continuamente que el rey debe “hacer uso del pueblo” no convertirse en su sirviente. Una metáfora que ejemplifica esto es la del pastor: este cuida a su rebaño instrumentalmente, es decir para sacar provecho de la carne o la lana de sus animales, pero el fin del pastor no es cuidar sus animales sino obtener beneficio de este cuidado. En el Guanzi la preocupación por el bienestar del pueblo adquiere una centralidad que lo acerca a posturas más humanitarias, ya que llega a defender el establecimiento de un sistema de seguridad social que proveyese, por ejemplo, de cuidado a los inválidos, enfermos o a los pobres que han caído en necesidad. Sin embargo, un legalista de línea más dura como Shang Yang defenderá que evitar el descontento del pueblo es, sencillamente, no cargarlo con impuestos innecesarios y garantizar que los agricultores puedan trabajar con seguridad sus tierras; si se mantienen elementos improductivos, muchos se verán tentados a vivir en la holgazanería y eso supone un menoscabo en las fuerzas del propio estado.
Por lo anterior, Shang Yang defenderá que la agricultura y el ejército son las columnas sobre las que se asienta el poder del estado. Admite incluso la inmigración ya que el aumento de la población también favorece una mayor capacidad productiva y por tanto mayores y mejor surtidos ejércitos. El comercio es visto con escepticismo pues desde el limitado conocimiento económico de la época se pensaba que esta actividad no tenía una función realmente productiva sino especulativa; por ello, el comercio que debe existir no será más que el imprescindible para permitir el flujo de bienes esenciales.
El pueblo es solo un instrumento para la producción de recursos y para crear la maquinaria militar, la preocupación por su bienestar solo tiene sentido para cumplir estos fines. Por esto no se debe educar al pueblo ya que un pueblo ignorante es más fácil de manejar y menos influenciable por agentes externos al propio soberano. La única instrucción al pueblo debe ser sobre sus deberes para con el estado, es decir, las leyes que deben cumplir y los castigos aparejados a su incumplimiento.
El tema de la ley es crucial en la reflexión política legalista, de ahí su nombre. Como se ha visto, el soberano debe hacer descansar su poder en la estructura del estado, esta estructura está formada por los funcionarios pero también por las leyes que deben ser aplicadas y cumplidas por esos mismos funcionarios. Las leyes deben ser razonables, claras y tienen que estar aparejadas a castigos inapelables. Si en un estado los crímenes graves son duramente castigado y los crímenes menos importantes castigados con tibieza, al final lo que se conseguirá es que se multipliquen los crímenes pequeños; por tanto, deben instituirse castigos duros para todas las inobservancias de la ley para infundir miedo y, por lo tanto, respeto a la ley. Esto puede parecer cruel pero los legalistas aducen que el pueblo quiere tranquilidad y paz pero eso solo se consigue a través del miedo ya que el ser humano es en esencia egoísta por lo que realmente lo frena a actuar así es pensar que los inconvenientes de incumplir una ley son mayores que sus beneficios. La necedad del pueblo se muestra precisamente en el hecho de que aborrezca leyes duras pero valore la paz social, cuando para los legalistas ambas son caras de una misma moneda.
Shang Yang llega a afirmar que para el soberano es preferible los funcionarios duros de corazón que los funcionarios bondadosos. Una persona bondadosa tiende al perdón, a dar avisos antes de aplicar un castigo y a ser empático; esto socava el miedo que debe infundir la ley, además favorece que el pueblo ame al funcionario y odie al soberano ya que nuestro propio egoísmo nos induce a amar a quien nos beneficia y odiar a quien nos pretende castigar. Por contra, un funcionario duro de corazón se encarga de cumplir la ley sin más, no tiene veleidades compasivas ni busca el amor de los otros; sencillamente cumple con su deber y así fortalece la paz social a través del miedo. Por esto afirmaba Han Fei que la humanidad y el despotismo son la ruina del estado; el primero por que debilita el respeto a las leyes, el segundo porque solivianta al pueblo en contra del gobierno.
El amor del pueblo no solo es innecesario para gobernar sino que incluso es peligroso. La gente obedece a quien teme pero no a quien ama ya que espera compasión de la persona amada, lo que puede llevar al pueblo a quebrantar la ley pues supone el perdón del soberano amado. Al rey le basta con ser temido por el pueblo y quien busca otro tipo de afecto se confunde porque las personas dan su afecto solo si va acompañado de beneficio.
El legalismo también se muestra contrario a la actividad intelectual, a la teorización moral sobre los fundamentos del estado. Deben prohibirse las disputas eruditas al respecto. Por un lado, las teorías supuestamente moralizantes sobre como ejercer el poder, al final lo que consiguen es dar al pueblo o altos funcionarios escusas para la rebelión; por otro, se pierden esfuerzos en discusiones bizantinas que no llevan ningún beneficio para el estado. Los intelectuales son personas peligrosas por su idealismo pero también por su supuesta independencia; el pueblo y los funcionarios deben de depender del soberano, así es como se ejerce el poder sobre la gente; sin embargo, los intelectuales tienden a pregonar que su verdadero señor es su conciencia moral, sus ansias de perfeccionamiento interior, o sus principios, esta independencia los distancia del soberano por lo que se vuelven individuos no influenciables, no gobernables a través del pode; si solo fuese así serían inútiles para el rey, pero su señalado utopismo hacen que sean elementos verdaderamente peligrosos que deben ser erradicados para garantizar la paz del estado.
Ideas legalistas en Occidente y desarrollo histórico del movimiento:
En Occidente no encontramos un pensamiento Realpolitik tan elaborado como el de los legalistas hasta el siglo XVI con Nicolás Maquiavelo; no obstante, contemporáneamente a los primeros legalistas, en Occidente sofistas como Trasímaco (459-400 a.n.e.) criticaban las teorizaciones moralizantes sobre el poder con argumentos muy parecidos a la de esta escuela de pensamiento china. En China las ideas legalistas tuvieron un gran predicamento al final del periodo de los Estados combatientes y sobre todo durante la Unificación Qin. Cuando el emperador Qin Shi Huangdi unificó China en el 221 a.n.e. era el arquetipo de rey legalista: creó un sistema legal unificado, inició el establecimiento de una meritocracia funcionarial y era conocido por su extremo rigor en la aplicación de castigo; lógicamente también era un gobernante guerrero con capacidad de imponerse a sus enemigos. Nada tenía que ver con el rey-sabio pacificador de los confucionistas y mucho que ver con el gobernante pragmático de los legalista. Influido por las ideas de estos, el primer emperador Qin quemó los libros de las otras escuelas filosóficas excepto la legalista y persiguió a los intelectuales. Sin embargo su dinastía duró poco tras su muerte y con su caída en desgracia también fueron abandonadas las ideas legalistas en favor de las confucionistas.
La propia idea legalista de que es preciso adaptar los medios de gobierno a las circunstancias propiciaron su éxito durante la última etapa de los Reinos Combatientes pero también su fracaso en un periodo político más estable, como fue el que comenzó después de la unificación. El miedo al castigo, el respeto a la ley y la dureza son estrategias políticas necesarias en una época inestable, en la que los otros estados de China adoptaban políticas agresivas y estaban tejiendo y destejiendo alianzas. En una época así, el rey virtuoso de los confucionistas enemigo de la guerra difícilmente hubiera podido lidiar con la situación exitosamente. Pero a su vez, una vez pacificada políticamente, la actitud legalista se hizo intolerable y propició que los altos funcionarios no se sintiesen interiormente vinculados al estado. En definitiva, sin un enemigo externo, la frustración ante la política opresiva defendida por los legalistas se proyectó hacia los que detentaban el poder y destruyó el estado. Mostrando como cierta esa idea legalista antes comentada: que los modos de gobernar deben adaptarse a las circunstancias.
fuente: Hubert Schleichert y Heiner Roetz; Filosofía china clásica; traducción de Alejandro Peñataro Sánchez para la editorial Herder.