El maestro traidor
0Hoy quiero compartir con los lectores del blog un fragmento de la obra de Tito Livio en la que narra como la generosidad de un general romano puso fin a un enfrentamiento armado. He puesto en negritas en el texto aquellas reflexiones del general Camilo en donde pondera más alto el respeto a los derechos naturales entre los hombres que la victoria militar. Que existe un derecho de gentes y un derecho de guerra, parecen invenciones novedosas pero el pueblo romano se nos adelantó más de dos mil años en esa consideración. Quizás, triste es decirlo, aún estén en esto, como en tantas otras cosas, muy por delante de nosotros, que perpetramos y consentimos continuos crímenes de lesa humanidad.
«Tenían por costumbre los faliscos encargar a una misma persona el magisterio y la custodia de sus hijos, y eran confiados muchos niños a la vez al cuidado de un solo maestro, lo cual aun en nuestros días sigue dándose en Grecia. Los hijos de los notables, como casi siempre, eran instruidos por quien parecía sobresalir por su saber. Tenía éste por costumbre, en tiempo de paz, sacar a los muchachos a jugar y hacer ejercicio fuera de la ciudad, y no habiendo interrumpido tal práctica durante la guerra, a base de tiempo los fue alejando de la puerta a distancias primero más cortas y, luego, más largas con juegos y charlas diversas; cuando se presentó la ocasión, se alejó más de lo acostumbrado y los llevó por entre los puestos de guardia enemigos y de allí al campamento romano hasta el pretorio, a presencia de Camilo. Allí su acción infame añadió unas palabras más infames aún, diciendo que entregaba Falerios en manos de los romanos, al poner en su poder a aquellos muchachos cuyos padres estaban en la ciudad al frente del gobierno. Cuando Camilo oyó esto, dijo: “Infame, tanto tú como tu oferta, no has acudido ni a un pueblo ni a un general semejante a ti. No nos unen con los faliscos las relaciones que establecen con un pacto los hombres, pero las que genera la naturaleza las hay y las habrá entre ellos y nosotros. Existe también un derecho de guerra, lo mismo que de paz, y hemos aprendido a respetarlo tan justa como valerosamente. Tenemos armas no para dirigirlas contra una edad a la que se respeta incluso en la toma de las ciudades, sino contra unos hombres armados a su vez, que sin haber recibido daño ni provocación por nuestra parte, atacaron el campamento romano en Veyos. A esos, tú los has vencido, en cuanto a ti dependía con una infamia sin precedentes; yo los venceré al estilo romano, a base de valor, trabajo y armas, como a Veyos.” A continuación, se lo entregó a los muchachos desnudo, con las manos atadas a la espalda, para que lo llevaran de nuevo a Falerios, y les dio varas para azotar al traidor mientras lo llevaban a la ciudad. Ante este espectáculo, primero se formó una aglomeración de gente, luego los magistrados convocaron al senado para tratar del extraño asunto, y los ánimos experimentaron un cambio tal de actitud que la población, que, momentos antes, presa de un odio y una cólera feroz, casi prefería un final como el de Veyos a una paz como la de Capena, pedía unánimemente la paz. La lealtad romana, la equidad del general eran comentados en el foro y en la curia; por acuerdo general, parte una embajada a presencia de Camilo al campamento y, desde allí, con el consentimiento de Camilo, hacia Roma a presencia del senado para entregar Falerios. Introducidos ante el senado hablaron, dicen, en estos términos, “Padres conscritos: vencidos por vosotros y vuestro general con una victoria que no puede provocar resentimiento de ningún dios ni de ningún hombre, nos entregamos a vosotros, convencidos, y esto es lo más hermoso para un vencedor, de que viviremos mejor bajo vuestra autoridad que bajo nuestras leyes. El desenlace de esta guerra proporciona dos saludables ejemplos al género humano: vosotros habéis preferido la lealtad en la guerra a una victoria inmediata; nosotros, movidos por vuestra lealtad, os hemos dado la victoria espontáneamente. Estamos en vuestro poder; enviada a alguien a hacerse cargo de las armas, los rehenes, la ciudad; las puertas están abiertas. Ni vosotros vais a tener queja de nuestra lealtad, ni nosotros de vuestra autoridad.” A Camilo le dieron las gracias tanto los enemigos como sus conciudadanos. A los faliscos se les exigió dinero para pagar a los soldados aquel año, a fin de que el pueblo romano quedase exento del impuesto. Ajustada la paz, el ejército volvió a Roma.´´
Tito Livio; Historia de Roma desde su fundación; Editorial Gredos 1990; traducción de José Antonio Villar Vidal; lib. V, cap. 27
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