El malestar de la cultura de Sigmund Freud
5En 1930 Sigmund Freud publicó “Sobre el malestar de la cultura”. Cronológicamente esta obra se sitúa tras la enorme decepción que supuso la Primera Guerra Mundial y percibiéndose ya los inicios del populismo que propiciaría la Segunda. En tal contexto el autor austríaco pretende analizar si es posible alcanzar la felicidad y si la civilización fomenta este alcance o más bien lo entorpece. El texto se encuadra en un debate filosófico secular: ¿es la sociedad el hogar natural del hombre y, por tanto, lugar en donde este expresa sus potencialidades o más bien la vida en comunidad coarta nuestra libertad natural adocenándonos y alejándonos de la auténtica felicidad?
En el primer capítulo Freud analiza el sentimiento oceánico para concluir al inicio del segundo capítulo que la hipótesis de Dios padre es tan ingenua que no puede más que producir tristeza que gran parte de la humanidad se haya acogido a tal idea para soportar la carga de la vida. Nada en este mundo nos puede hacer pensar que existe un ser todopoderoso y benevolente que nos resguarda frente la adversidad. Más bien el sufrimiento se presenta de continuo sin causa, de manera azarosa, sufriendo su imperio tanto el pobre como el rico, el bueno como el malvado. Dios es un lenitivo, un sueño ingenuo en el que hemos creído para huir de la cruel y sufriente realidad en la que vivimos.
Pero ¿qué es la felicidad? Tan difícil es alcanzarla que nos hemos inventados una y mil quimeras si no para tenerla, al menos para postergarla en un más que hipotético mundo supraterrenal. ¿Por qué esta dificultad? Nos dice Freud que todos los seres humanos aspiramos a la felicidad y la alcanzamos de dos maneras: por un lado somos felices cuando experimentamos sensaciones intensamente placenteras y por otro cuando evitamos un dolor que nos aflige. La primera forma de felicidad sería la genuina, la que nos permite decir que hemos alcanzado un estado mejor que el habitual y que por lo tanto nos hace felices; sin embargo, este tipo de felicidad siempre es puntual y presupone, la mayoría de las veces, una infelicidad previa. Este modo de felicidad positiva se alcanza tras un estado de insatisfacción y el placer que encontramos en este nuevo estado satisfecho es puntual ya que una vez obtenido no se presenta más. Por ejemplo, ganamos un premio en la lotería y eso nos hace feliz, durante un tiempo experimentamos la vivencia de poseer una cantidad de dinero que antes no poseíamos pero ¿qué pasa posteriormente? Que el sujeto se habitúa a ese estado y lo vivencia como “normal”, por tanto la felicidad asociado a él disminuye considerablemente. La felicidad está limitada por nuestra propia constitución mental mientras que el dolor es mucho más fácil de experimentarlo ya que supone una pérdida puntual de estabilidad o alejamiento de una ganancia, situación que cotidianamente podemos experimentar desde que nos despertamos del propio sueño para ocuparnos de nuestras labores.
El sufrimiento nos agota y acosa por todos lados, indiferentemente de los feliz que creamos ser la muerte siempre acecha las ganancias efímera de nuestra dicha. En sociedad solo podemos permitirnos las pequeñas satisfacciones que están regladas por el mismo entorno pero postula Freud que la felicidad de estos pequeños placeres socialmente admitidos es nimia si se compara con la satisfacción de los impulsos indómitos. Es decir, que generalmente el ser humano se satisface más con lo no permitido que con lo que se permite, de aquí la seducción que ejerce lo perverso o lo prohibido.
Hemos encontrado diferentes paliativos para nuestro sufrimiento pero ninguno se muestra verdaderamente eficaz. Por ejemplo, la contemplación estética aleja al sujeto durante unos instantes del flujo del sufrimiento pero esta opción está a la disposición de unos pocos y solo puede ser usada durante un corto intervalo de tiempo. Otros “motivadores” de ayer y hoy subrayan la fuerza del amor para hacernos felices ; sin embargo, jamás somos tan proclives al dolor que cuando amamos ya que la pérdida del ser amado o la pérdida de su amor nos proporcionan una angustia que no sufrimos si no padecemos esta inclinación afectiva. Por otro lado, el amor desaparece, se atenúa y muere por lo que, como el arte, es un paliativo momentáneo y engañoso frente al dolor.
Tres son las fuentes del dolor para Freud: la supremacía de la Naturaleza, la caducidad de nuestro organismo y la insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones sociales ya sea en la familia, el estado o en la sociedad. Ante las dos primeras causas del sufrimiento poco se puede hacer, aún cuando la ciencia avance y permita cierto control sobre la Naturaleza o mejore nuestras expectativas de salud, la necesidad de la muerte y la supremacía de la Naturaleza seguirán existiendo.
Se detiene Freud a analiza el tercer motivo de nuestro sufrimiento: nuestra incapacidad de reglar las relaciones sociales para nuestra propia satisfacción; y en este punto encuentra una tesis inquietante: que la cultura lejos de facilitar la felicidad del individuo la coarta. El psiquiatra judío a principios del siglo pasado aún tenía en mente el enorme progreso tecnológico que se había producido hacía poco tiempo: mejoramiento de los medios de transporte, disminución de la mortalidad infantil, producción masiva de alimentos, etc. Pero estos avances, ¿implican una felicidad objetiva para el individuo? La prolongación de la vida es una prolongación de nuestro sufrimiento y la gente, habituada a vivir largos años ya no lo ve como algo en sí mismo satisfactorio, sin embargo, la muerte de un menor o un fallecimiento temprano se convierten en dramas por su carácter menos habitual. El progreso tecnológico nos ha permitido vivir más cómodos pero no más felices.
La civilización ocurre cuando el colectivo es capaz de dirigir sus fuerzas en una misma dirección y constituir el “Derecho” que puede enfrentarse al individuo violenta e impunemente. Por tanto, lo que constituye la base de la civilización es esta imposición sobre la satisfacción individual.
La represión y la imposición impersonal de normas sobre el individuo son la base de toda cultura, es por tanto lógico que en su germen se encuentre la frustración. Cualquier lector entenderá que es preciso reprimir nuestra voluntad para convivir en sociedad pero también que existen innumerables normas de carácter coercitivo que el sujeto adopta porque así le vienen dadas. En cualquier caso, el conflicto entre la satisfacción individual y la colectiva es en sí mismo irresoluble y, por tanto, la cultura necesariamente es restrictiva. La frustración de nuestros impulsos individuales, primarios y más genuinos es la consecuencia lógica de la imposición de cualquier sistema civilizado.
Para evitar la destrucción del todo social el sistema impone un amor generalizado entre los miembros que los cohesionan. Este amor intergrupal es lo que mantiene los vínculos solidarios y permiten hablar propiamente de sociedad; este amor abstracto, sin duda, provee al sujeto de satisfacciones puntuales pero no es un afecto tan genuino como el amor sexual impulsivo que se ve restringido por la civilización. Es más, el amor intergrupal, al percibirse como demasiado abstracto, fomenta que el sujeto se identifique en un pequeño grupo dentro de la misma sociedad, el ejemplo más frecuente es la familia o la camarilla ideológica, religiosa, etc. La cohesión con este pequeño grupo es más intensa ya que es concreta y se manifiesta, en muchas ocasiones, como beligerancia hacia el gran grupo. Es esta la razón por la que todo orden homogéneo esta siempre amenazado por la ruptura ya que pequeños grupúsculos dentro de la sociedad compiten en su contra.
El hombre es un ser agresivo en sí mismo, afirma Freud, la agresividad entre individuos y entre los diferentes grupos debe ser reprimida para mantener esa cohesión. ¿Cómo logra esto una sociedad dada? La primera medida es proyectando la agresividad hacia otras sociedades, la frustración que padece el individuo civilizado no se dirige hacia la sociedad en la que vive sino que se orienta hacia otro grupo humano vecino al que percibe como causa de su sufrimiento. La guerra entre sociedades es el ejemplo más obvio de ello. La guerra civil es una actividad descohesionadora por tanto se incluiría dentro de la violencia intergrupal que se analizó en el párrafo precedente. El hombre civilizado, por tanto, no se ve protegido por la sociedad contra los riesgos de sufrir violencia sino que esa violencia se pauta y organiza en guerras o violencia intersocial (asesinatos, riñas y en último extremo guerras civiles). Sin embargo, la mayor parte del tiempo, al menos en nuestras actuales sociedades civilizadas esta violencia queda inexpresada por el individuo concreto ¿a dónde se ha dirigido? Freud concluye que la violencia que el individuo no puede expresar libremente hacia el exterior se ha trasladado hacia sí mismo. La culpa, los sentimientos neuróticos, la baja autoestima, el estrés o la depresión son fruto de esa agresividad que el sujeto, ante la imposibilidad de exteriorizarla, internaliza hacia sí.
En lenguaje freudiano, la cultura supone una hiperinflación del super-yo. Las instancias represivas de nuestro psiquismo toman las riendas de nuestro comportamiento y acaban por dominar al cuerpo social civilizado. Así, el inicio de la cultura es la represión y, por tanto, la frustración de aquellos impulsos que nos satisfacen más plenamente; una vez impuestas esta represión la agresividad se interioriza hacia los sujetos provocándoles un estado psíquico de autodestructividad vital. Para el autor es inevitable caer en esta contradicción ya que el rebajamiento de los poderes represivos lleva aparejado el debilitamiento y en última instancia la destrucción de la sociedad. Cosa que, por otro lado, parecen los dos últimos pasos que, antes de su final, dan las sociedades civilizadas.
El tono de este trabajo de Freud reflejan un profundo pesimismo sobre la posibilidad del progreso moral de la humanidad, condicionado por su propia filosofía y el triste entorno histórico que le tocó vivir; sus ideas, no obstante, siguen siendo de actualidad.
“A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda esperar que la otra de ambas «potencias celestes», el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?”
Sigmund Freud; El malestar de la cultura; traducción de Ramón Rey Ardid
Grandioso hombre, Freud, y sublimes algunas de las frases presentes en este artículo que reflejan al ser humano con precisión. Creo que son suficientes para resumir el todo.
-Dios es un lenitivo, un sueño ingenuo en el que hemos creído para huir de la cruel y sufriente realidad en la que vivimos.
-Postula Freud que la felicidad de estos pequeños placeres socialmente admitidos es nimia si se compara con la satisfacción de los impulsos indómitos.
-El amor desaparece, se atenúa y muere por lo que, como el arte, es un paliativo momentáneo y engañoso frente al dolor.
-La represión y la imposición impersonal de normas sobre el individuo son la base de toda cultura, es por tanto lógico que en su germen se encuentre la frustración.
-El hombre es un ser agresivo en sí mismo (…) la agresividad entre individuos y entre los diferentes grupos debe ser reprimida para mantener esa cohesión. ¿Cómo logra esto una sociedad dada? La primera medida es proyectando la agresividad hacia otras sociedades.
-Freud concluye que la violencia que el individuo no puede expresar libremente hacia el exterior se ha trasladado hacia sí mismo. La culpa, los sentimientos neuróticos, la baja autoestima, el estrés o la depresión son fruto de esa agresividad que el sujeto, ante la imposibilidad de exteriorizarla, internaliza hacia sí.
[…] de comunicación que rodean el mundo o tejer una red inextricable de mensajes y código? Desde el análisis freudiano la fuerza que construye la civilización es la misma que nutre el impulso de superviviencia de […]
la agresividad punto de partida para, que la cohesión entre el individuo se vea distorsionada
Autor austriaco? Freud era alemán.
Genial! Muchas gracias por compartirlo.