El particularismo
0Es penoso observar que desde hace muchos años, en el periódico, en el sermón y en el mitin, se renuncia desde luego a convencer al infiel y se habla sólo al parroquiano ya convicto. A esto se debe el progresivo encanijamiento de los grupos de opinión. Ninguno crece; todos se contraen y disminuyen. Los «drusos» del Líbano son enemigos del proselitismo por creer que el que es «drusita» ha de serlo desde toda la eternidad. En tal sentido, somos bastante drusos todos los españoles.
Nos falta la cordial efusión del combatiente y nos sobra la arisca soberbia del triunfante. No queremos luchar: queremos simplemente vencer. Como esto no es posible, preferimos vivir de ilusiones y nos contentamos con proclamarnos ilusamente vencedores en el parvo recinto de nuestra tertulia de café, de nuestro casino, de nuestro cuarto de banderas o simplemente de nuestra imaginación.
Quien desee que España entre en un período de consolación, quien en serio ambicione la victoria deberá contar con los demás, aunar fuerzas y, como Renan decía, «excluir toda exclusión»”
José Ortega y Gasset; España invertebrada; capítulo IX de la primera parte.
Es apasionante leer la “España invertebrada” de Ortega y comprobar que muchos de sus diagnósticos sobre nuestra sociedad no solo son acertados sino que aún hoy, cuando casi hace un siglo de su publicación, son de actualidad.
El particularismo sigue dominando las motivaciones de la mayoría de los participantes en la vida pública española. Y en una sociedad como la nuestra, en donde los postulados neoliberales se han transformado en dogmas de fe, el dinero se ha convertido en motor determinante para radicalizar esa tendencia al particularismo que forma parte, según Ortega, de nuestra identidad como pueblo.
Sindicatos subvencionados, ONGs dependientes de las ayudas públicas, organizaciones patronales, la Iglesia y, en definitiva, la mayoría de las organizaciones sociales mediaticamente visibles (¿cómo no?) lucharon ayer y parecen que luchan hoy y lucharán mañana no por construir y defender el bien colectivo, sino exclusivamente el bien gremial, partidista y partidario.
Y lo triste es que en los tiempos de Ortega el panorama era más alentador que ahora. Entonces los “compartimentos estancos” defendían su propio interés basados en sus tradiciones gremiales y posiciones vitales diversas, hoy, por el contrario, ese particularismo parece motivado antes por lo crematístico que por lo ideológico. Pues si diferentes grupos humanos luchan entre sí por cuestiones ideológicas dentro de un mismo entorno de convivencia, como es nuestro estado, es, al menos, posible el entendimiento; hacer ver que las diferentes perspectivas y tradiciones tienen un sustrato común que es el de la defensa de la convivencia y el progreso colectivo. Muchos se enrocarán en su dogmatismo corporativo o ideológico pero, al menos, es posible construir el diálogo ante fines comunes.
Hoy, cuando el fin de los diferentes gremios y grupos de presión es su propio éxito económico, mediante el enriquecimiento lícito o ilícito, o la obtención de subvenciones, es casi imposible las alianzas de altas miras. Ya que si el fin de estos grupos o grupúsculos es obtener la porción más grande posible del pastel, se entiende que esto es un fin que aunque común, implementa en cuanto tal el conflicto, la discordia y la mera lucha de todos contra todos; dejándonos al resto de la ciudadanía como espectadores pasivos y víctimas del desgarramiento social propiciado por aquellos que anteponen los intereses particulares y el afán sin límite de enriquecimiento a los intereses comunes.