En donde se considera las similitudes entre el placer intelectual y otros placeres derivados del ejercicio de una vocación
0 A lo largo de nuestra vida descubrimos incontables individuos que se dedican con éxito y placer a las actividades más diversas desde la pesca a la geología, pasando por la alfarería. Menos frecuente, es que alguno de esos individuos se ganen la vida desarrollando esa actividad en la que encuentran su deleite.
A primera vista cuesta comprender que es lo que hace que el instrumentista pase largas horas pegado a su instrumento, ensayando y perfeccionando su técnica solo tras mucho esfuerzo; o lo que empuja al corredor o ciclista a sufrir el rigor del invierno o de la canícula, a veces, desgraciadamente poniendo en riesgo su vida, en una actividad física agotadora; o lo que hace que el mecánico dedique su tiempo a componer y descomponer aparatos sin apenas valor. Las motivaciones de estas personas en apariencia tan distintas tienen una raíz común, que un sujeto se dedique a una de estas actividades o a una labor intelectual depende del azar y de las capacidades de cada cual.
Como expuse en un artículo anterior el placer asociado al ejercitamiento de las capacidades de abstracción lógico-lingüísticas es de doble naturaleza, negativa y positiva. El placer negativo en la praxis de la abstracción es el que se produce cuando cesa la tensión mental a la que está sujeto el individuo. Es el mismo placer que experimenta el hambriento cuando come: finaliza un estado de déficit y se inicia un estado de “plenitud”. Este placer negativo se puede experimentar en cualquier actividad humana ya sea corporal, mental o espiritual, por lo tanto no es extraño que muchos lo hayan sentido en el desempeño de su labor o afición, sea esta de la naturaleza que sea. En ocasiones este placer que proviene de la liberación de la tensión previa se vive como fin de una presión psicológica externa, por ejemplo, cuando el niño escucha el dulce y liberador sonido del timbre que anuncia el fin de la jornada escolar. Por lo tanto, aunque el placer negativo que haya el científico en la abstracción matemática es el mismo que el del artesano o el del artista con esto no hemos avanzado mucho porque es, en definitiva, un placer negativo que puede ser sentido, probablemente, por cualquier ser sensible.
En cuanto al placer positivo nos encontramos en una situación similar aunque aquí los matices son más ricos. El insight que siente el traductor, el intelectual o el científico ¿se lo negaremos al escultor o al relaciones públicas? Esta es la baza principal del intelectualismo, su falta de empatía con otros profesionales no intelectuales. No es necesario forzar mucho nuestra imaginación ni este discurso para mostrar que, efectivamente, el tallista o el mecánico, por ejemplo, no se hallan tan lejos en su actividad manual-mental de la del intelectual. Porque, por un lado, precisan habilidades que han debido adquirir tras una larga práctica, habilidades que solo unos pocos poseen en un alto grado; y porque, por otro, la sensación al arreglar un motor o encontrar su falla, la sensación de haber dado la forma apropiada a una talla y la sensación de insight que se experimenta cuando se resuelve un problema abstracto no deben de distar mucho. Es más, aquellos afortunados que no han deformado su alma hasta parecer solo cerebro, solo manos o solo lengua y que han cultivado distintas disciplinas manifiestan y muestran que encuentran un placer similar en el ejercicio de cada una de esas actividades.
Quizás las actividades físicas más toscas escapen a este análisis. No me refiero a todas las actividades físicas sino aquellas repetitivas y en donde nuestra actividad mental este adormecida. Tanto el ejercicio físico pautado como el trabajo físico alienante entran dentro de este tipo de actividades. Son las menos y reciben la poca atención que se merecen en nuestros sistemas educativos.
También es cierto que las motivaciones que eran para el intelectual secundarias pueden transformarse para otros profesionales en primarias o cuasi primarias. Dije que las satisfacciones secundarias en un intelectual eran: liberarse del flujo de lo real, aumentar la autoestima y obtener el reconocimiento social. En muchas otras actividades estas motivaciones seguirán siendo las secundarias pero en algunas no, aunque esto siempre depende del sujeto particular. Por ejemplo, es más que probable que en ciertas actividades cara al público (actores, cantantes, modelos…) lo prioritario sea el reconocimiento social, en algunas otras, el aumento del ego y en otras, fundamentalmente alienantes, la huida del flujo de lo real.
No me he detenido a evaluar el dinero como motivación para el desarrollo de las habilidades del sujeto porque es un motivo esencialmente mediato y la mayoría de las veces es subsidiario de alguna motivación secundaria. El dinero puede ser entendido como un medio para la satisfacción del ego o un sistema abstracto de reconocimiento social, sea entendido como sea entendido y a pesar de vivir en una sociedad moralmente enferma, creo que pocos negarán que es extraño, por no decir inaudito, que el niño o el genio tengan como motivación principal de su labor el dinero. El niño aprende y mide sus habilidades con los otros y el medio, como parte de su instinto natural que busca el autodesarrollo; al llegar a la edad adulta, la cultura puede malear hasta tal punto su conducta que olvide el placer sencillo de dibujar, correr tras un balón o resolver problemas de geometría y bastardee sus habilidades para guiarlo en pos del éxito o el dinero. No obstante, me es difícil imaginar una vida plena y feliz en tal olvido y, por tanto, no puedo considerar que esas sean las motivaciones primarias que guíen la actividad de cualquier profesional normal. Cuando el brillo social y la riqueza se convierten en fines prioritarios de una actividad vocacional, esta actividad pierde su carácter de vocación y se convierte en una suerte de esclavitud espiritual. Esclavitud espiritual que, dicho sea de paso, fomenta nuestro sistema productivo y pedagógico.
En conclusión, considero que cualquier actividad humana que potencie alguna capacidad intelectual, manual, social, artística o deportiva es una actividad que puede proveer al sujeto de placer y felicidad; y que todos los hombres podemos tener acceso a esa vida teórica que tanto celebraba Aristóteles como cúspide de la vida humana. El de Estagira, como filósofo que era, consideró que la labor vocacional por excelencia era la intelectual, pero, repitiendo una pregunta que ya he planteado, ¿qué hubiese pensado el autor griego si hubiera sido, por ejemplo, carpintero? La vida eminentemente humana no es la intelectual, es la vocacional. La vida intelectual es solo una forma de vida vocacional.
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