¿Para qué sirve la filosofía?

El simple hecho de que nos sea planteada la pregunta que da título a este artículo es visto por algunos profesores o amantes de la filosofía como un acto de agresión intelectual o de desafío. Deleuze en su libro “Nietzsche y la filosofía” llegaba a decir que dado el carácter agresivo de la pregunta debemos responder también mordaz y agresivamente. Yo disiento. La pregunta sobre qué es y para qué sirve la filosofía no solo me resultan pertinentes sino esencialmente filosóficas o ¿es qué acaso la cuestión no es una cuestión filosófica, que trata la raíz del sentido? A la pregunta sobre para qué sirve la filosofía podríamos responder que sirve, precisamente, para seguir haciendo ese tipo de preguntas sin ser acallado por policías ni jueces, sirve para preguntarnos para qué sirve nuestra vida, los políticos, los ejércitos o el arte; preguntas que no podemos evitar hacernos en tanto hombres, buscadores de sentido.

Sin embargo, muchos que consideran desagradable la pregunta no carecen de razón en cierto aspecto: los tiempos actuales parecen centrados en los valores de utilidad, funcionalidad y eficiencia de tal modo que la pregunta sobre el “para qué sirve” es traducida por muchos por el “cuál utilidad tiene”. Es un error comprensible ya que servir tiene un doble sentido: puede referirse a la utilidad final o a la utilidad instrumental. Me explico. Si le preguntamos a un artista que para que sirve sus pinturas puede respondernos que crear arte satisface una necesidad y que el mismo acto artístico es sumamente enriquecedor (utilidad final); pero esta respuesta puede que no nos sea suficiente ya que dice la finalidad misma que el arte tiene para el creador sin entrar en absoluto en el valor instrumental que puede tener: ganarse el pan o el respeto de la gente por ejemplo. La pregunta sobre para qué sirve  la filosofía tiene ambos sentidos también; el primero pregunta sobre su utilidad final o sentido radical: ¿qué finalidad busca la filosofía?; y el segundo, lógicamente, interroga sobre su utilidad mediata o instrumental: ¿para alcanzar qué objetivo es útil la filosofía? Considero que para ambas preguntas podemos encontrar una explicación siempre que no olvidemos que son dos preguntas distintas.

Podemos decir en primer lugar que la filosofía, como «medio para», enseña a su estudiante a familiarizarse con el lenguaje abstracto y las formas de argumentación; del mismo modo que existe un lenguaje poético y literario existe un lenguaje argumentativo en donde el autor intenta mostrar puntos a favor de sus opiniones y en contra de las opiniones adversas, familiarizarse con este lenguaje permite desenvolverse en un mundo en donde el diálogo es una herramienta fundamental para transformar la mentalidad de las personas. No será un elemento fundamental que defina a la filosofía pero negar que la filosofía es también entre muchas otras cosas un arte de argumentar y contraargumentar parte de una concepción de la filosofía algo estrecha y poco atenta a la evidencia. El mismo Platón reconoce en la República que si la filosofía debe enseñarse a edad adulta es precisamente por el poder que a los jóvenes les daría, si les fuese enseñada, de contradecir a los adultos y de hacerlos descreídos de las tradiciones imperantes.

Otras utilidades de la filosofía pueden ser acrecentar la imaginación y los sentimientos de tolerancia. Uno debe forzar mucho la mente para entender, por ejemplo, la estética trascendental de Kant, nos elevamos a través de ejemplos y llegamos a poder captar la idea expresada por el autor leyendo e interpretando sus argumentos; este proceso, cuando va acompañado de un esfuerzo personal e interesado, alimenta la inteligencia del individuo agilizando su capacidad de comprensión. También nos hace tolerantes cuando tras comprender el enorme esfuerzo intelectual y vital que supusieron todos los grandes sistemas filosóficos vemos de que manera han sido y son contestados, refutados, perfilados o atacados; la moraleja de que todo discurso, opinión, sistema político y religión son frutos de procesos históricos abiertos y que carecen de una verdad absoluta es una de las primeras conclusiones a las que llegué cuando profundicé en la filosofía.

Ya sé que todo lo anterior puede ser objeto de discusión tanto por los que odian la filosofía como por los que la aman. Los primeros considerarán que hay otros modos de aprender esas cosas mejores que la filosofía, es una opinión respetable pero no porque me gusten más las naranjas dejo de comer manzanas; no porque haya otros modos de alcanzar, por ejemplo, capacidad de expresarse argumentativamente debemos obviar que la filosofía también sirve para eso e incluso mejor que muchas “técnicas mágicas para llevar siempre la razón” que puede encontrar en su quiosco habitual. También se puede pensar que estas habilidades que potencia la filosofía no son valiosas o son obviables ¿para qué sirve la tolerancia, la imaginación o saber argumentar cuando lo que sirve de verdad es, por ejemplo, programar, ganar mucho dinero u obtener poder? Ante tales argumentos, más frecuentes de lo que pensamos al menos desde Calicles, solo puedo responder  que desde que el hombre dejó de darse garrotazos para solucionar sus conflictos y cuando tantos multimillonarios del cuché dan más pena que envidia este tipo de razones tienen poco fuste sobre los que contraargumentarlos; son reflejos, respetables por supuesto, de un estado de ánimo antes que de una reflexión fundada. Si alguien quiere irse al monte, a vivir en una cueva, o encerrarse en su cuarto con la misma vida social que los mandriles del zoológico, seguro que la filosofía le es completamente inútil pero en tanto que seres sociales no podemos negar que las capacidades que alimenta la filosofía en nosotros son necesarias y valiosas.

Pero seguro que desde el otro extremo, desde aquellos que consideran la filosofía un pensar desapegado del mundo y de los avatares cotidianos también mi valoración sobre la filosofía parece incompleta; a muchos les gustaría pensar que el filosofar es una tarea pura cuasi angélica pero mucho me temo que no es así hoy y no lo ha sido nunca. Cierto es que alguien no buscará la filosofía por los motivos por los que hasta ahora he considerado que era útil pero eso no quita que admitamos que además de una actividad desinteresada, como la ciencia, la filosofía puede ser una actividad interesada con un propósito definido, ¡como la ciencia! Admitir esta obviedad no quita ni un ápice de su valor a la filosofía y permite comprender el sentido de su inclusión en los planes de estudios preuniversitarios de muchos países europeos.

Dije más arriba que al preguntarnos para qué sirve la filosofía había dos modos de entender este “para qué”: como utilidad instrumental o como finalidad. Ya hemos visto como la filosofía puede ser “útil para” en los párrafos precedentes ahora voy a profundizar algo más en la cuestión y tratar de cuál es la finalidad misma de la filosofía; finalidad que es verdaderamente la razón por la que alguien estudia filosofía. Voy a partir de Aristóteles que decía que el deseo de conocer es connatural al hombre o, en otras palabras, que el ser humano en cuanto tal quiere saber. Esta afirmación es solo eso, una afirmación, pero si nos detenemos a pensar sobre ella quizás descubramos alguna verdad fundamental. Empezamos preguntándonos en este artículo si no cabía retorcer la pregunta sobre para que sirve la filosofía e interrogarnos sobre para qué sirve preguntar para que sirve la filosofía. No quise hacer un juego de palabras sino mostrar que el hecho de hacer esa pregunta, de buscar un sentido, una razón es algo inevitable en cuanto que somos hombres. Saciar el impulso que nos lleva a preguntar sobre el sentido de la filosofía es el sentido mismo de la filosofía, saciar esa curiosidad a veces tan malsana que nos corroe y a la que difícilmente podemos renunciar. Del mismo modo que la música satisface una necesidad de nuestro espíritu o el amor y la amistad otra, la filosofía satisface nuestro natural deseo de conocer. Ya sé que ese deseo lo satisface también la ciencia, la historia e incluso los programas del corazón y el cotilleo de escalera pero subrayo que también lo satisface la filosofía. Si la filosofía satisface este deseo mejor o peor, más dígnamente o menos que otras disciplinas no es para mí objeto de controversia aunque invito al lector a que medite sobre ello. Por mi parte, estoy lejos de posturas que perciben la filosofía como cúspide de una jerarquía de disciplinas sino que más bien considero que es un modo que tiene de manifestarse ese anhelo de saber; esta visión de la filosofía explica porqué el filósofo, el historiador, el mago o el científico han estado tan relacionados hasta que se intentó establecer la artificial separación actual. Filósofo, historiador o científico son variantes de un mismo modelo: el hombre que interroga.

Para terminar quiero dejar claro una cosa pues si no lo hago no se va a entender nada de lo que he dicho. La filosofía es un anhelo no un sistema ni un índice de grandes pensadores; como al arte que se expresa en un graffiti, en un comic o en un antro de jazz y muy raramente en el Guggenheim, la filosofía, como voluntad subversiva de saber que no se traga sin más lo establecido, raramente aparece en las cátedras ni en los foros respetables. La inquina, la sospecha de los poderosos y la persecución han acosado a la filosofía desde sus inicios (a su historia me remito) pero hoy lo que se llama filosofía es el parloteo de funcionarios públicos con sueldos hinchados, ellos han traído el actual desprestigio y descrédito sobre la filosofía pero no vencerán; lo intentaron ya con cárceles, cicuta, excomuniones y odio y tampoco vencieron, no veo por qué lo deban de conseguir ahora con oro y «respetabilidad». Cuando muchos atacan hoy a la filosofía atacan a esta sabiduría de guardarropa, de congreso y “grupos de investigación”; esa es la visión que el Estado trasmite y quiere trasmitir de la filosofía: un espectáculo lamentable de leones sin colmillos. Yo también aborrezco de esa filosofía que no es tal sino cháchara que de fondo tiene el tintineo de monedas. La próxima vez que vayas a la estación de trenes a mear entra en el water con la seguridad que puedes encontrar más filosofía en las pintadas del baño que en cualquier best seller de un pensador mediático, mera fierecilla domesticada; si comprendes mi consejo quizás entiendas lo que es la filosofía y cuanto valor tiene para quienes la estudiamos. Sin duda, Sócrates nunca saldría en el suplemento cultural del dominical.