La carretera de Cormac McCarthy
3La carretera de Cormac McCarthy es un libro duro pero también de un crudo lirismo. Un padre y un hijo pululan por un mundo devastado, en el que una densa capa de nubes impide la llegada de la luz del sol a la tierra. Para sobrevivir solo pueden saquear almacenes y casas abandonadas y huir continuamente de otros hombres que en su lucha por la supervivencia cazan a otras personas para devorarlas. La carretera guía los pasos de padre e hijo y los conduce a bosques destrozados por las llamas, pequeños pueblos saqueados y páramos helados en su recorrido hacia el mar.
Aunque la novela solo cuenta con dos personajes principales y la acción parece difícil en un mundo apocalíptico, McCarthy consigue atraparnos en la lectura de esta breve novela: las vicisitudes de los personajes, el amor incondicional del padre hacia su hijo, el horror descarnado de hombres convertidos en lobos para otros hombres, subyugan nuestra atención y nos lleva de página a página hasta el final del libro. En cualquier momento, desde la primera hasta la última página, parece que la tragedia va a descargar sobre los protagonistas en cualquier instante, y esa tensión dramática también hace que la lectura del libro resulte adictiva.
De un modo maestro McCarthy nos engaña sobre el final (no voy a hacer spoiler), el desarrollo de la novela parece marcar claramente un final, pero el autor nos sorprende con otro inesperado pero creíble.
“La carretera” nos permite reflexionar sobre la fragilidad de nuestra civilización, esclava de las redes de distribución de alimentos y de la especialización. Si un horror como el que narra el libro ocurriera, la muerte sería el destino de la mayoría de nosotros. Pero a pesar de la desolación que trasmite, la novela también es una oda a la necesidad de conservar principios en las situaciones más desesperadas y en la urgencia de los afectos sinceros para sobrevivir.
Vivaquearon en el bosque demasiado cerca de la carretera para su gusto. Tuvo que arrastrar el carrito mientras el chico lo guiaba desde atrás y encendieron fuego para que el viejo se calentara aunque eso tampoco le gustó demasiado. Comieron y el viejo se quedó allí sentado envuelto en su solitaria colcha y asiendo la cuchara como un niño. Solo tenían dos tazas y se bebió el café en el mismo tazón que había usado para comer, los pulgares montados sobre el borde. Sentado como un buda famélico y roñoso, la mirada fija en las brasas.
No puede venir con nosotros, ¿sabe?, dijo el hombre.
El viejo asintió.
¿Cuánto tiempo ha estado en la carretera?
Siempre estuve en la carretera. No te puedes quedar en un solo sitio.
¿Y cómo vive?
Voy tirando. Sabía que esto iba a pasar.
¿Sabía que iba a pasar?
Sí. Esto o algo parecido. Siempre creí en ello.
¿Intentó prepararse?
No. ¿Qué se podía hacer?
No lo sé.
La gente siempre se afanaba para el día de mañana. Yo no creía en eso. Al mañana le traía sin cuidado. Ni siquiera sabía que la gente estaba ahí.
Imagino que no.
Aunque supieras qué hacer luego no sabrías qué hacer. No sabrías si querías hacerlo o no. ¿Y si no quedaba nadie más que tú? ¿Y si te hacías eso a ti mismo?
¿Usted desearía morir?
No. Pero quizá desearía haber muerto entonces. Cuando estás vivo siempre tienes la muerte ahí delante.
O quizá desearía no haber nacido nunca.
Bueno. Un mendigo no puede elegir.
Piensa que eso sería pedir demasiado.
Lo hecho hecho está. Además, es estúpido pedir lujos en tiempos como estos.
Tiene razón.
Nadie quiere estar aquí y nadie quiere marcharse. Levantó la cabeza y miró al chico que estaba al otro lado del fuego. Luego miró al hombre. A la luz de la lumbre el hombre vio que sus ojillos le observaban. Sabe Dios qué vieron aquellos ojos. Se levantó para echar más leña al fuego y apartó los rescoldos de las hojas secas. Las chispas ascendieron en roja sacudida y murieron más arriba en la negrura. El viejo apuró su café y dejó el tazón delante de él y se inclinó con las palmas de las manos hacia el calor. El hombre le observó. ¿Cómo lo sabría si fuese el último hombre sobre la Tierra?, dijo.
No creo que pudiera saberlo. Lo sería y ya está.
Nadie lo sabría.
Eso no tendría ninguna importancia. Cuando mueres es como si todo el mundo se muriera también.
Supongo que Dios sí lo sabría, ¿no?
Dios no existe.
¿No?
Dios no existe y nosotros somos sus profetas.
Cormac McCarthy; La carretera; Circulo de Lectores 2007 pp. 141-142
La desolación en estado puro
Una lectura más que recomendable, aunque para mí el final «decayó» respecto al resto del libro. Un libro duro, sí, angustioso, áspero y desolador. Como la vida misma.
Saludos!
Sí es un libro duro, entre tanta crudeza y crueldad el amor del padre por su hijo contrasta con una luminosa belleza. Sobre el final hay opiniones para todos los gustos, a mi me resultó un final esperanzador e inesperado cuando todo parece perdido.
saludos
Mi novela favorita. La creo perfecta, aunque tal vez McCarthy me haya logrado embaucar con su prosa. Simplemente no puedo ser objetivo con esta obra. Es la vida, la muerte y el amor desnudos, puestos enfrente del lector, absolutamente descarnados. Ay, Madre mía, voy a parar ya.