III. 3 – La distribución de los espacios y los tiempos en el entorno escolar
0Unos de los problemas esenciales de la educación es qué enseñar y cómo; hasta ahora hemos puesto el acento en el qué y no en el cómo, se ha pensado que una vez supiéramos lo que deben aprender los alumnos, se nos mostraría como evidente el modo como tendrían que aprenderlo. No soy de tal opinión, cuando preguntamos “qué” deben aprender los menores solemos pensar en conocimientos-asignaturas que aunque en lo accidental puedan ser diferentes a los que actualmente se imparten, en lo formal siguen manteniendo la antigua estructuración compartimentada de los actuales contenidos educativos. Da igual que la clase de matemática se sustituya por una clase de expresión corporal o meditación si lo único que hacemos es usar etiquetas diferentes mientras pretendemos seguir dividiendo el tiempo escolar y el afán de conocimiento de los menores de una manera tan cuadriculada y poco realista.
A nivel organizativo es necesario el concepto de asignatura en los niveles educativos más avanzados y, por tanto, especializados. Tiene que ver con la organización de los espacios y el uso de infraestructuras específicas. Por ejemplo, aunque la experimentación a un nivel profundo es transversal a toda disciplina y se puede realizar en múltiples contexto, es a mi juicio evidente que si un adolescente desea formarse en técnicas de experimentación química, necesitará unas infraestructura específica para desarrollar ese trabajo; por tanto, si está necesitado de asesoramiento en su aprendizaje un docente deberá poder colaborar con él en un determinado momento de la jornada y abrir el laboratorio a tal fin. Son necesarias las asignaturas como mal necesario a un nivel formativo más superior pero la división artificial que existe hoy, en donde un niño español de doce años tiene una jornada escolar de seis horas al día con, aproximadamente, diez asignaturas por semana, es algo completamente innecesario y dañino.
¿Cómo podríamos organizar un centro educativo en donde la asignaturas tuvieran un carácter más abierto, más interdisciplinar, que las actuales? No sería tan complicado organizativamente como se piensa si contásemos con el profesorado adecuado a tal sistema. En alguna ocasión he dialogado con mis alumnos que participaban en un grupo de teatro y les he preguntado si creían que aprendían más literatura participando en ese grupo o en la clase de literatura clásica en donde para aprobar era imprescindible saber cuándo nació Rubén Darío. Suelen comprender que se aprende más literatura dándole vida, interpretándola. Sin embargo, ¿podemos ir más allá? ¿No podríamos aprovechar el interés por la interpretación para introducir al alumno en el conocimiento de la biografía del autor y, por extensión, del contexto histórico en donde se desarrolla? Con esto quiero decir que una clase de literatura nunca es solo de literatura sino que es, también, de historia, pensamiento, geografía… Nosotros dividimos los conocimientos que deben aprender los menores por comodidad pero no realmente porque esos conocimientos estén divididos.
El problema es que, por ejemplo, no se enseña al profesor de matemáticas a despertar la curiosidad del alumno por la historia de las matemáticas, entre otras cosas, porque tal docente es un especialista en su área y entiende que no debe serlo en otras. Lo mismo ocurre con el resto de los profesores que, por deformación profesional y por mala gestión de los recursos humanos, solemos estar acostumbrados a andar caminos trillados y enrocarnos en la seguridad de nuestra “especialidad”. Esta especialización es la que fomenta que el niño no pregunte sobre colores en clase de lengua ni sobre poesía en educación física. Con sirenas paulovianas dividimos el tiempo del menor y encorsetamos su curiosidad en inflexibles horarios.
Dejando de lado la cuestión curricular, este afán adocenador se manifiesta en muchos otros ámbitos de nuestro actual sistema educativo institucional. Por ejemplo, las agrupaciones de alumnos se hacen teniendo como criterio rígido la edad de los alumnos. Como bien analiza el documental “La educación prohibida”, se intenta homogeneizar a los alumnos de la misma edad como si ese accidente cronológico determinase los intereses o los conocimientos reales del menor. Esta estructura organizativa impide que los alumnos de más edad apoyen a otros alumnos menores o sirvan de referentes para ellos. Si acostumbramos a los alumnos a convivir con otros chicos y chicas de más y menos edad que ellos mismos, pronto verán natural ayudar a los que por su edad carecen de su experiencia o ser ayudados por otras personas con más conocimiento o edad que ellos mismos. La división en “quintas” es, junto con las asignaturas compartimentadas, ejemplo claro de la falta de atención a la diversidad y a la formación cívica que sufre nuestro sistema educativo. El único “líder”, el único diferente en edad y experiencia es el profesor, y esto fomenta en la mente del alumno un concepto unidireccional de autoridad, entre otras cosas igualmente perniciosas para su desarrollo moral.
Pero para reformar la distribución de conocimientos y espacios en un centro, como ya dije en el artículo anterior, es imprescindible transformar la formación del profesorado y la visión que la sociedad tiene de ellos. El docente debe ser un investigador y un innovador pedagógico; debe saber adelantarse a los intereses de los alumnos y no quedarse en el estrecho cerco de su disciplina. Acostumbrarnos a decirles a nuestros alumnos “eso no lo sé pero buscaré información y la comentaremos mañana” implica también que nos acostumbremos a ser humildes y a alimentar nuestra curiosidad para saber alimentar la de nuestros alumnos. El profesor-funcionario tiende, por la propia estructura del sistema, a ser conservador y repetir como un mantra falsos y superfluos libros de textos.
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