La experiencia de vivir con miedo
0«Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser un esclavo.»
Roy Batty
El miedo es una de las emociones animales más básicas. Como aviso y preparación ante el peligro, el miedo es un mecanismo adaptativo imprescindible para la supervivencia. En las sociedades humanas el miedo primario ante el peligro de muerte o amenaza deja de tener preeminencia frente al miedo culturalmente aprendido. Sin embargo, los miedos socialmente inculcados parten también de esta base primaria; por ejemplo, el temor al infierno aunque sea culturalmente adquirido se fundamenta en el lógico rechazo del ser vivo al dolor físico y el castigo. Muchos miedos humanos no son reales pero eso también ocurre en la naturaleza donde un herbívoro puede escuchar el crujir de una rama y ponerse alerta como si se enfrentara a la amenaza de un predador aún cuando tal sonido hubiese sido provocado por otras razones. Uno de los mayores peligros que entraña la emoción que analizamos es precisamente que siendo difícil determinar cuando una amenaza es real y cuando ficticia es casi imposible saber si nuestros temores son racionales o infundados. Desde luego el miedo al rechazo social es una de las herramientas más útiles para fomentar la conformidad social, resolver en cada situación concreta si el temor a la exclusión es sensato o síntoma de un carácter sumiso es casi imposible. En cualquier caso y dejando la casuística aparte, experimentar miedo como emoción frecuente o determinante en la adopción de conductas sí debe ser considerado lesivo para la integridad y autonomía psíquica del sujeto.
Está suficientemente analizado el uso que los sistemas de poder hacen del miedo como estrategia de control. El temor a terroristas imaginarios o a las consecuencias económicas que abrazar tal o cual opción política pueden tener para nuestra sociedad son miedos que se utilizan para condicionar nuestras decisiones colectivas o coartar libertades civiles básicas. Sin embargo hay ocasiones en las que es complejo precisar si los temores inculcados por los medios de masas tienen como fin adocenar a las sociedades o, por contra, tienen un fundamento racional. Desde muy pronto me maravilló la cantidad de noticias dramáticas que se consumía a mi alrededor y como esta información convertía a la gente en paranoica. Los medios informan continuamente de violaciones, asesinatos, secuestros y un largo etcétera; aunque estos hechos sean estadísticamente irrelevantes la reiteración de tales sucesos genera en el espectador acrítico la impresión de que vive rodeado de amenazas. Sostener que los dueños de los medios fomentan este tipo de noticias para inocular el veneno del miedo en las masas es sostener demasiado; parece, más bien, que aquellos que viven pseudovidas demandan y se complacen con este tipo de informaciones morbosas. Especialmente repugnante me resulta el tratamiento informativo que en nuestro estado se hace de los casos de pederastia y la amplia cobertura informativa que se les da; más allá de si estas noticias son de “interés” para la multitud deberíamos preguntarnos si la reiteración de tales informaciones no potencia, precisamente, la imitación de conductas degeneradas en individuos con personalidades débiles y poco empáticas. Lo que sí es seguro es que la reiteración de este tipo de noticias morbosas puede promover en el espectador una visión amenazante y deshumanizada de la realidad social en donde cualquier vecino puede ser un asesino, psicópata, pederasta o terrorista ya que, precisamente, uno de los rasgos más frecuentes de estos lobos feroces es, según los propios medios, que parecen gente normal. Hemos elevado a dogma de fe la máxima de “pan y circo” y el circo, lamentablemente, no es solo fútbol sino también la paranoia social y el morbo generado por el sufrimiento ajeno.
Determinar, de modo preciso, el daño moral que tales temores inducidos generan en la psicología de las masas es complejo sin un profundo análisis de los datos y de la actitud del espectador ante tales informaciones. Tener conocimiento sobre las amenazas que ponen en riesgo nuestra seguridad es en sí mismo positivo ya que nos induce a adoptar conductas prudentes; no obstante, el tiempo y espacio que ocupan actualmente tales informaciones en los medios es excesivo en relación a la relevancia social que tienen. Esa desproporción alimenta el miedo irracional y, en último término, una visión degradada y desconfiada del género humano.