La fabricación de la locura de Thomas Szasz
1El libro de Thomas Szasz (1920-2012) La fabricación de la locura es, junto con El mito de la enfermedad mental, una de las obras más famosas del autor. En La fabricación de la locura Szasz trata de mostrar como el estigma de la locura vino a sustituir el estigma de la brujería; gran parte de este libro hará un repaso del fenómeno de la caza de brujas estableciendo claros paralelismos con la psiquiatrización de la sociedad de nuestro tiempo. Otro punto que analiza Szasz es como los psiquiatras perciben el fenómeno de la brujería: la mayoría de ellos diagnostican a las brujas como enfermas mentales que fueron confundidas con posesas o concubinas del diablo por la ignorancia de la época; Szasz subraya este hecho ya que viene a mostrar, a su juicio, como el psiquiatra, consciente o inconscientemente, es el legítimo heredero del inquisidor y asume este rol hasta sus últimas consecuencias.
El concepto de bruja o de enfermo mental pretenden satisfacer, a juicio de Szasz, una necesidad social: la construcción del chivo expiatorio que “purifique” a la comunidad de sus pecados. El loco y la bruja, como elementos marginales cumplen perfectamente este papel en sociedades en donde un hiperracionalismo normalizador pretende encajar a todos los miembros de la comunidad en los mismos estándares.
Tanto la brujería como la locura son trastornos que no son detectables a simple vista, un mero examen médico no basta para determinar si una bruja es bruja o si un enfermo mental lo es; para el diagnóstico se necesita un técnica especial sólo al alcance de muy pocos y que no tiene un fundamento físico concreto. Por ejemplo, un cáncer puede ser diagnosticado con una radiografía o una gripe con un análisis de la sangre del enfermo sin embargo, la enfermedad mental es diagnosticada a través de entrevistas entre el paciente o los familiares del paciente y el doctor en donde el testimonio del propio enfermo es de vital importancia para el diagnóstico; lo mismo ocurría con los juicios sobre la brujería, la bruja era examinada físicamente para buscar las “marcas del demonio” sobre su piel, como estas marcas no solían aparecer con claridad el diagnóstico brujeril sólo podía hacerse a través de la confesión de la bruja o de sus vecinos y familiares. En un caso y en el otro, no existen pruebas médicas que permitan per se el diagnóstico de locura o de ser una bruja.
Pero tras esto nos encontramos con otro cruel paralelismo. Una vez víctima del interrogatorio con el inquisidor la bruja tenía muy pocas posibilidades de librarse de la acusación ya que su testimonio, fuera el que fuera, era siempre interpretado en su contra. Por ejemplo, si la bruja negaba serlo podía ser torturada hasta morir y habría muerto “irredenta” pero si afirmaba ser bruja era, por eso mismo, condenada a muerte. El enfermo mental se encuentra en una situación parecida: si admite los síntomas y los comportamientos supuestamente anómalos que les atribuyen sus acusadores reconoce la gravedad de su enfermedad; si, por el contrario, niega la “enfermedad” está mostrando que es incapaz de comprender su propia situación y sólo eso justifica el encierro.
Igualmente preocupante es la idea de que toda persona está necesitada de ayuda psiquiátrica, idea que casualmente favorece los intereses económicos de los profesionales de la psiquiatría, ya que esta extensión de la enfermedad mental a la totalidad o, al menos, a la mayoría de la población fue un procedimiento que siguieron los cazadores de brujas para acrecentar su poder e importancia social y que trajo aparejadas las tristemente famosas “cazas de brujas” en donde poblaciones enteras eran sospechosas de practicar ritos satánicos y en donde los mismos vecinos, víctimas de un engaño colectivo y buscando escapar de sospechas, se acusaban mutuamente de brujería. En las sociedades modernas este intento de extender la psiquiatría y la psicología a ámbitos cada vez más amplios como la educación o la selección de personal en una empresa puede convertirse en una encubierta “caza de brujas” que las mismas víctimas lleguen a considerar real. Sin frivolizar sobre un tema tan dramático, el continuo aumento de personas con supuestos desordenes psiquiátricos como depresiones, esquizofrenias, trastornos de la conducta alimentaria, hiperactividad, etc. podría ser un ejemplo de lo que nos quiere decir Szasz. La sociedad actual, de manos de la supuesta ciencia psiquiátrica, está realizando su particular caza de brujas estigmatizando a un cada vez más amplio sector de la población con etiquetas que menoscaban la dignidad personal del “paciente”; el paciente no es sólo víctima de esta etiquetación socialmente sino que él mismo acaba creyéndose el supuesto diagnóstico y actuando como se espera de él: siendo hiperactivo, anoréxico, depresivo, etc. Del mismo modo en las sociedades que creían en la brujería algunas mujeres confesaban tratos con el diablo y participación en ceremonias brujeriles que sólo existían en la mente calenturienta de los inquisidores. La bruja y el enfermo mental son construcciones de los manuales de caza de brujas y de psiquiatría respectivamente.
En su demoledor ataque a “la Psiquiatría Institucional” Szasz continúa glosando como la psiquiatría en los siglos XVIII y XIX ha estigmatizado y considerado como patológico comportamientos como la masturbación (op. cit. cap. 8) o la homosexualidad (op. cit. cap. 10) que en la actualidad ya no son considerados enfermizos por la mayoría de los psiquiatras. ¿Llegará un día que la hiperactividad o la depresión no sean consideradas enfermedades sino estados de ánimos o formas de estar en el mundo? Del mismo modo que hoy nos aterran las prácticas recomendadas por los médicos contra la masturbación o contra la homosexualidad que incluían mutilaciones genitales, uso de drogas o inmovilización forzosa del «enfermo» ¿llegará el día en donde nos escandalicemos por el actual uso de drogas, internamientos o merma de los derechos civiles básicos en el tratamiento de los “enfermos mentales”? Szasz apuesta a que sí y de hecho hoy podríamos darle la razón cuando nos percatamos de nuestro actual rechazo del uso de la lobotomía (Egas Moniz fue premio Nobel de Medicina en 1949 por descubrir esta inhumana terapia psiquiátrica) o del electrochoque o cuando nos parecen de otra época las afirmaciones que sostienen que la homosexualidad es una enfermedad mental o que la masturbación menoscaba la fortaleza física e intelectual; afirmaciones que, sostenidas por antiguos manuales psiquiátricos, no están tan lejanas en el tiempo como podríamos creer.
La conclusión de Szasz es que llegará un día en donde el trato y la estigmatización social que sufre hoy el enfermo mental nos parezca tan injusta y tan infamante como nos parece hoy el trato dado a los negros, a los judíos o a cualquier minoría antiguamente despreciada.
Pero ¿por qué se produce la estigmatización? ¿Qué mecanismo social satisface esta propensión a denigrar al Otro, ya sea el Otro un extranjero, un homosexual o una mujer?
“El principio vital para el animal predador que habita en la selva es: matar o ser muerto. Para el predador humano que habita en la sociedad, este principio es: estigmatizar o ser estigmatizado”
Thomas Szasz; La fabricación de la locura; Kairós 2005, p. 278
Szasz constata el impulso que existe en la mayoría de las sociedades de expiar las culpas del grupo en un subgrupo que vive dentro de la misma sociedad o en paralelo a ella. Estos subgrupos marginales encarnan todo el mal que el grupo social no quiere admitir como propio y los proyecta hacia elementos supuestamente ajenos a él; es lo mismo que ocurre a nivel interindividual cuando alguien proyecta sus defectos en otra persona.
Este procedimiento de construcción de la divergencia es un factor estabilizador de la sociedad: sólo exponiendo públicamente el comportamiento no válido pueden aprender los miembros del grupo cuales son los comportamientos aceptables a la vez que aprenden que el comportamiento socialmente no aceptado tiene consecuencias socialmente drásticas: rechazo, persecución, marginación e incluso estar expuesto a sufrir violencia física. La aparente lucha en contra de la divergencia no son sinceras ya que cuando un modo de divergencia ha sido eliminado surgen otros tipos de divergencias fruto de la misma necesidad social. El enfermo mental es un ejemplo de esta construcción social de la divergencia y el deseo de la sociedad occidental de extender la idea de que de un modo u otro todos sufrimos una patología mental muestra a las claras como se usa el difuso concepto de “enfermedad mental”, un concepto-estigma tan vacío para Szasz como el de “bruja”, para delimitar la nueva normalidad social. Mientras que en las sociedades anteriores el Otro era el miembro de otra tribu, de otra religión o de otra raza, hoy caminamos hacia la idea de que el divergente, el extraño, el disidente o el rebelde es un loco. ¿Superaremos algún día nuestro canibalismo existencial?
“La evidencia de la rapacidad del hombre como caníbal existencial, es incontrovertible. En forma típica, confirma nuestra lealtad al grupo declarando la deslealtad de otros miembros (miembros o no-miembros del grupo); de este modo, al excluir a estos otros de la comunidad, compra su condición de miembro. Esta parece ser una de las normas básicas e invariables del comportamiento social. Por ello, la víctima propiciatoria es indispensable a las sociedades no-caníbales.
En las sociedades “primitivas” los hombres no se limitan a comer carne humana por sus características mágico-simbólicas, sino que dotan también a los animales de cualidades humanas y sobrehumanas. En las sociedades “modernas”, los hombres obran a la inversa: rehuyen comer carne humana, pero dotan a las personas de cualidades subhumanas y propias de irracionales (por ejemplo, a las brujas, judíos, locos, etc.)
El caníbal ingiere a su víctima para adquirir virtud; nosotros expulsamos a las nuestras para adquirir inocencia. Nuestro crimen no es sólo el más sofisticado, sino también el más grave. Y se trata del crimen, cuya ejecución todos nosotros, en cuanto que sociedad, exigimos a menudo unos de otros. Negarse a perseguir a la víctima propiciatoria establecida por la sociedad se interpreta como un ataque directo contra ésta.”
Thomas Szasz; La fabricación de la locura; Kairós 2005, p. 303
Excelente, bendiciones